Las personas que se arrogan para sí mismas responsabilidades que para nada le competen, que aparecen públicamente asegurando conocer con solvencia los intereses de unos y de otros, y los que deben prevalecer de verdad sobre los demás, no sólo demuestran un supino conocimiento de su propia realidad, sino que se introducen peligrosamente en la vida de la ciudadanía mostrando una imagen distorsionada de la verdad y asumiendo el riesgo que esto supone. Tenemos controladas a otras que, respaldadas a escondidas por quienes necesitan desesperadamente de ayuda porque el barco que hasta este momento han dirigido hace aguas, no tienen más misión que la de magnificar su actuación a costa de cualquier esfuerzo, en lo que ponen especial interés sin importarles el ridículo que protagonizan. En los dos casos encontramos a personajes mediocres, con escasa capacidad de convicción y con un expediente personal que hasta entre los suyos les cuesta justificar. Sin embargo, quizá porque desde siempre han mostrado una gran capacidad para trepar en los ambientes políticos más dispares y opuestos, son escogidos para lavar vergüenzas y escamotear voluntades. Peligrosamente manejables, su capacidad de convicción la basan exclusivamente en su propia pobreza intelectual, a la que, eso sí, acuden repetitivamente en busca de referencias o quizá para creérsela ellos mismos.
Y ahora estamos precisamente en la situación política en la que suelen aparecer con más regularidad de lo que sería deseable. Así, los vemos participando en foros de todo corte o dando forma a las consignas que les han sido encomendadas por quienes hasta para este detalle muestran una gran incapacidad comunicativa. Cuando llega el momento en el que dar la cara es lo aconsejable, cuando las explicaciones y detalles se hacen imprescindibles para quienes nos han estado acompañando a lo largo de estos años, echar mano de quienes ni siquiera tienen predicamento para representarse a sí mismos, es una decisión que puede volverse en contra nuestra. Lo extraño es que se busquen este tipo de personajes para paliar tempestades o para que sean ellos o ellas las que envuelvan los nuevos embustes con los que acudir a la calle en busca de ingenuos que se los crean. Y nos extraña porque contar con ellas o ellos para encabezar manifestaciones que reclamen lo que nos merecemos como ciudad es un caso perdido, detalle que debía haber sido percibido con tiempo por quienes los apoyan y los motivan de acuerdo con su particular e interesado calendario de presencias ciudadanas.
Estos mismos inmisericordes ahora con quienes hace sólo unos años eran los mejores del mundo, a lo mejor porque de ellos recibían el dinero que ahora les llega de otros frentes, estamos convencidos de que no tardarían en cambiar de ideología en cuanto la situación lo requiriera, porque si de algo pueden presumir es precisamente de poseer una personalidad accesible al unte y de poseer un desproporcionado apego al poder. Y si con este bagaje de imposibilidades personales para protagonizar cualquier papel que hipotéticamente les tocara en suerte, aún siguen echando mano de ellas y ellos para alargar el imparable apagón que se le viene encima a nuestra ciudad, es evidente que muy mal deben estar de apoyos solventes.
Pero como nos encontramos, para bien o para mal, en un momento en el que debe decidirse nuestro futuro y no es algo sencillo que pueda hacerse sin esfuerzo, nada mejor que esperar al desarrollo de los acontecimientos. De hecho, si la dinámica que llegará hasta nosotros en sólo unos días responde a las previsiones de los técnicos en temas de tanta trascendencia, que nadie tenga prisa porque habrá para todos. Recuerden, porque está comprobado fehacientemente, que lo más peligroso de los cobardes son las despedidas, porque es en esos momentos cuando echan mano de cualquier arma y la usan en contra de quienes tengan cerca. Por lo tanto, echarse a un lado a la hora de la procesión es una decisión muy inteligente, no sea que nos salpique lo que no queremos.