José María González fallecía la
madrugada de ayer, jueves, y será despedido hoy en la misa que tendrá lugar en la iglesia parroquial de Santa María
la Mayor a las once de esta mañana. “El Bollos”, que es como mayoritaria y
cariñosamente le conocíamos, nos ha dicho adiós en silencio, causando un hondo
sentir entre la ciudadanía y no menos en sus dos familias: la de sus hermanos,
mujer e hijos, y los miembros de la cofradía matriz de la Virgen de la Cabeza,
a los que ha dejado huérfanos y convencidos de que no volverán a tener un
presidente tan humano, servicial y con tanta pasión por todo lo que hacía. Por
supuesto, como buen ser humano, no todo en él eran acordes finos en su
particular orquesta y sí que estuvo no pocas veces en situaciones de complicada
solución, pero era tal su convicción, que no le importaba enfrentarse a quien
fuera con tal de sacar adelante, por ejemplo, su proyecto de democratizar
definitivamente el seno de la cofradía y sus órganos de gestión. José María
González era así, e iba de frente a vérselas con el problema con todas sus
consecuencias. Fue un convencido impulsor de sus propias ideas y no menos un
ilusionado trabajador por conseguir aupar a la cofradía a lugares de
privilegio.
Dialogante, comprensivo, estudioso y excepcional representante de la patrona, siempre estuvo y mantuvo a la cofradía de acuerdo con las circunstancias que se iban presentando y dejando en todos los encuentros y lugares en los que sabía era preciso hacerse notar, un presente que certificaba el cariño de todos los cofrades. Durante su mandato, teniendo en cuenta que recogió el testigo de manos que cuidaron con esmero y dedicación el valor de la cofradía, consiguió sacar adelante un asunto que desgraciadamente le enfrentó a buena parte de las personas que habían disfrutado de unas prebendas que entendía no merecían y que entorpecían la elección del hermano mayor por parte de la totalidad de los cofrades. Y no fue sencillo. Le costó lo suyo, porque tuvo que enfrentarse a sí mismo y con quienes no cometían más error, según él, que el de no permitir que la dinámica de la cofradía cambiara en favor de una mayor implicación de sus integrantes. Finalmente lo consiguió; o mejor, lo consiguieron, porque no estuvo solo en ningún momento en este y otros escabrosos asuntos.
Dialogante, comprensivo, estudioso y excepcional representante de la patrona, siempre estuvo y mantuvo a la cofradía de acuerdo con las circunstancias que se iban presentando y dejando en todos los encuentros y lugares en los que sabía era preciso hacerse notar, un presente que certificaba el cariño de todos los cofrades. Durante su mandato, teniendo en cuenta que recogió el testigo de manos que cuidaron con esmero y dedicación el valor de la cofradía, consiguió sacar adelante un asunto que desgraciadamente le enfrentó a buena parte de las personas que habían disfrutado de unas prebendas que entendía no merecían y que entorpecían la elección del hermano mayor por parte de la totalidad de los cofrades. Y no fue sencillo. Le costó lo suyo, porque tuvo que enfrentarse a sí mismo y con quienes no cometían más error, según él, que el de no permitir que la dinámica de la cofradía cambiara en favor de una mayor implicación de sus integrantes. Finalmente lo consiguió; o mejor, lo consiguieron, porque no estuvo solo en ningún momento en este y otros escabrosos asuntos.
Ante el momento definitivo de la muerte sólo cabe asumir el veredicto que más autentifica las leyes de la naturaleza, es decir, el que más nos iguala a todos. Nacemos para merecernos una biografía espectacular o para supervivir con carencias, pero si en algo somos iguales es en el común denominador de las cenizas. Aunque suponga una gran paradoja, morir es el acto que pone fin a todos los demás y nos hace más humanos ante el mundo de los vivos. ¿Qué podemos decir nosotros, por lo tanto, ante el fallecimiento de José María González? ¿Que fue un profesional inmejorable en su campo o un magistral padre de familia? Nos quedaríamos cortos, y como tampoco queremos alcanzar cotas de imaginación onírica o empírica con este comentario y sí convocarles a ustedes a un acontecimiento que nos ha impresionado de manera muy particular, evitamos caer en la insistencia de magnificar su vida en beneficio de la humildad y modestia que siempre presidieron sus actos.
Desde el momento en que puso los pies en Radio Andújar para la realización y difusión del programa “Doce campanas de plata” iniciamos un largo recorrido juntos en el que no faltaron cortapisas de diversa complejidad y aciertos que nos animaban a seguir. Impuntual empedernido, siempre supo, o al menos lo intentó, justificarse ante los demás usando de su particular filosofía, ésa que asegura que nada era tan importante como la vida y que ésta merecía un buen trato. Hemos tenido oportunidad de abrazarnos en muchas ocasiones, todas ligadas al devenir de la cofradía y todas sinceras. A partir de ahora, aunque nos costará acostumbrarnos, debemos aceptar que la vida sigue y que de él solo nos quedará el recuerdo.
Ojalá consiga algo de tiempo para nosotros en sus nuevas obligaciones y nos dedique él también su recuerdo. Descanse en paz José María González, “el Bollos”.

