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Que recordemos, este año la lluvia
está siendo especialmente dañina para nuestros campos. Y no solo en nuestras
tierras, porque con que echemos una ojeada por el resto del país nos bastará para
comprobar que somos unos más en la desgracia. Ocurre, no obstante, que lo del
Guadalquivir y sus embestidas ha dejado de ser un caso aislado del que todos
hablan y nadie hace nada para convertirse en un serio problema de gran calado
social y no menos importancia económica. Sin embargo, ya ven ustedes: siguen
sin mover ficha a favor de la solución a este sempiterno y anunciado problema.
A lo más que llegan los responsables es a menospreciar las situaciones que
viven los vecinos afectados, sobre los que suelen recaer, por si necesitaban
algo más que llevarse a las espaldas, supuestos intereses políticos
desestabilizadores que en realidad no tienen otra intención que la de
ralentizar lo que son sus ineludibles obligaciones de acabar con un asunto que
no tiene buena pinta y que no tardará en volver a darnos un disgusto cualquier
días de éstos.
De hecho, en contadas ocasiones hemos
tenido oportunidad de observar los arcos del puente viejo cegados por el alto
nivel del agua que pasa por ellos y desde luego ni mucho menos lo que en esta
ocasión está durando. Los poblados próximos al río, cuyos moradores debían ser
tenidos en cuenta por parte de la autoridad competente por encima de cualquier
otra necesidad, si no han sido inundados a estas alturas es que tienen el agua
a punto de superar el nivel que hasta ahora lo mantiene a raya. La vecindad de La Quintería , Los Villares,
Arroyo Escobar y El Sotillo han decidido mantener la vigilancia de día y de
noche con el fin de eludir el innegable peligro que supone que el agua del río
llegue hasta sus viviendas, porque lo de los campos lo tienen asumido y a estas
alturas los dan por perdidos.
Y aunque la situación sea
desesperada, el peligro real y las consecuencias ya pueden cuantificarse
económicamente, los que debían compartir las preocupaciones y los justificados
temores de estas personas se mantienen en sus despachos, muy alejados de
cualquier peligro y, además, mostrando una frialdad injustificable cuando de
valorar la situación se trata. En el caso del presidente de la Confederación
Hidrográfica del Guadalquivir la verdad es que este hombre
tuvo muy mala suerte, por no decir desconocimiento, ya que supondría
menospreciar sus conocimientos de la cuenca, cuando se decidió interpretar
desde su perspectiva o atalaya las razones de las sucesivas subidas de las
aguas a su paso por nuestro término municipal. Y todo porque además de acudir a
la cita condicionado desde Madrid y Sevilla, al llegar hasta nuestra ciudad no
le faltó información sesgada de la realidad que solo le sirvió, por cierto,
para abundar más en el ridículo que firmó antes de irse. Y lo peor de todo esto
es que se trata del máximo responsable y que sus decisiones son determinantes
para el futuro de muchos de nuestros vecinos.
La situación actual es que el río
discurre por nuestras tierras descontrolado, desbocado como caballo salvaje y
por el momento nadie se ha atrevido a valorar objetivamente las consecuencias
que podrían derivarse de semejante cauce y la fuerza que lleva. Por lo tanto,
una vez más nos encontramos en situación de riesgo real y abandonados por las
Administraciones con responsabilidad en este asunto. O sea, como siempre,
porque esta es nuestra realidad y la confirmación de que la ineptitud y la
desidia, si no la ausencia de sentimientos, de quienes están obligados por los
cargos que han ostentado y ostentan a atajar de una vez y para siempre lo que
tanto nos daña y el sufrimiento y la inseguridad que supone para los afectados
semejante disparate. Y si de algo estamos convencidos es de que este tipo de
inhibiciones e interesadas posturas personales y políticas se acaban pagando.
El tiempo lo dirá. Solo hay que esperar.