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Los accidentes de tráfico, evitables
en su gran mayoría, siguen sin influir en los conductores en general. Dará lo
mismo que circulemos con niebla, agua o lluvia intensa, porque desgraciadamente
cada vez más nos parecemos a los superhombres de los cómic, que parecen tener
siete vidas y que no temen al peligro. Sin embargo, y lo confirman las
estadísticas de muertes, los accidentes son
reales y atacan con violencia a todos aquellos que deciden no ser
precavidos conduciendo un vehículo. De hecho, más de ochenta conductores fueron
cazados el primer día de la puesta en marcha del control sobre la velocidad que
comparten esta semana guardia civil y policía local, entre ellas la de Andújar.
Así ha sido, más de ochenta usuarios han caído en las redes de los radares
colocados al efecto y que formaba parte de una campaña de una semana de
duración que ha sido anunciada por todos los medios de comunicación y que
finaliza hoy.
Una vez más volveremos a escuchar las
mismas frases de siempre, nada grandilocuentes desde luego y que tienen mucho
que ver con la frustración del conductor controlado con exceso de velocidad,
que repite insistentemente que los agentes de tráfico están para recaudar y no
para reducir la accidentalidad. Y se quedan tan tranquilos, al menos con ellos,
porque no con quienes asumen las señales de velocidad máxima como una
ineludible obligación y que sí que participan de forma activa en la reducción
de los accidentes de tráfico y sus consecuencias. Y que conste que son millones
los que practican este tipo de conducción, porque de otra forma, si lo de
infringir las leyes fuera más compartido, las cifras serían mucho mayores, como
de hecho ha venido sucediendo a lo largo de los últimos años.
Lo queramos o no, la velocidad es por
sí misma peligrosa, ya que una enorme mayoría de usuarios de vehículos no
disponemos de más pericia ni experiencia que la de frenar y acelerar, y encima
no siempre acertamos cuándo y cómo debemos hacerlo. Y precisamente por este
compartido defecto es por lo que la velocidad debe observarse como una acción
que conlleva o supone un peligro añadido a la carretera en mal estado, a la
falta de señalización, a la meteorología y demás incidencias que influyen sobre
la circulación. Por el momento, comprobado está que tanto los que estrenan el
carné o los avezados conductores con años a sus espaldas, todos caemos en la
misma deficiencia, es decir, que nos autocalificamos como conductores de
extraordinaria calidad, capaces de recorrer distancias entre ciudades en menos
tiempo que el resto de mortales y alejadísimos del conductor prudente, que no
miedoso.
Con todo, interpretar la realidad
desde la que habitualmente los conductores analizamos la forma en la que
conducimos, no es nada sencillo. En general, estamos convencidos de nuestras
posibilidades y las demostramos siempre que tenemos oportunidad, y si para ello
tenemos que someter al conductor que va delante a presiones para que aumente la
velocidad, como ráfagas o bocinazos, lo haremos; lo mismo que si es necesario
adelantarles en situación de peligro, que, por cierto, es muy compartida y que
parece que a muchos de nosotros es una maniobra que nos gusta. Sin embargo, y
de eso saben y mucho los usuarios controlados por los radares instalados en
nuestras carreteras estos días, no siempre conducimos en soledad; a veces somos
observados desde el aire, otras desde el vehículo que adelantamos y otras desde
posiciones estáticas, pero nunca solos. Y cuanto antes aceptemos que esta
situación va a seguir siendo así y que lo mejor es rebajar nuestros ímpetus
velocísticos, mejor para nuestra seguridad y para nuestro bolsillo. Feliz fin
de semana.