Por
fin, parece que Jaén se ha puesto de acuerdo y ha salido a la calle para hacer
visible la endémica falta de atención que padece la provincia por parte de la
clase política. La pancarta que pudimos ver por las calles de la capital
reclamaba que “Jaén merece más”, que es lo mismo que decir que estamos hartos
de que no se nos tenga en cuenta en las grandes decisiones del Estado en lo
referente a la industrialización y el equipamiento que justificadamente demanda
nuestra provincia. Por supuesto, fácil no ha sido sacar a la calle a tan
ingente cantidad de personas unidas por un objetivo común, porque no crean
ustedes que las cosas son siempre tan sencillas como dan a entender, ya que a
lo largo de los días previos a la cita reivindicativa no han faltado los
mensajes directos y subliminales que anunciaban el fracaso, que preguntaban
para qué salir a la calle o que no serviría de nada. En realidad, el resultado
de la manifestación es algo que queda por ver y del que, en caso de obtener
alguna respuesta positiva, pasará tanto tiempo que hasta es posible que se nos
olvide. Sin embargo, solo cuando la ciudadanía se une por una causa común es
cuando no solo puede conseguir lo que exige de las Administraciones, sino que
demuestra una madurez política y social muy recomendable. Por lo tanto, a
partir de ahora la pelota está en el tejado de la clase política que tiene sus
raíces y que consigue su sueldo de los votos obtenidos de los habitantes de
esta provincia. Deben ser ellas y ellos los que, por fin, muestren sus
verdaderas posibilidades en el seno de sus respectivos partidos y los que
deberán darnos cuenta de sus pesquisas. Eso de salir a primeros de semana para
Madrid o Sevilla, perderse, aseguran, en el maremágnum de citas,
intervenciones, votos y apariciones en los estrados y perderlos de vista hasta
el fin de semana y que, mientras tanto, las escasísimas infraestructuras del
Estado y de la Junta se caigan a pedazos sin que hagan nada para al menos
contenerlo, sinceramente no puede seguir así.
Dará
lo mismo que metamos el dedo acusador en el apartado industrialización o mejora
general de las comunicaciones, porque la realidad, por abrumadora y
contundente, elimina cualquier atisbo de conformismo. Ya está bien, ya ha
llegado el momento de que nos armemos de valor, les perdamos el miedo a los
agoreros y nos decidamos por algo tan elemental como que nos mejoren el futuro,
si es que tenemos. Nosotros, los ciudadanos, generalmente cumplimos nuestro
compromiso con la política que nos dirige y controla aportando regularmente
nuestros votos y enviando a nuestros hombres y mujeres allá donde, reunidos unos
y otros, se supone que trabajan por mejorarnos la vida y, sobre todo,
repartiendo equitativamente el dinero de todos. De la manera que hasta ahora lo
han hecho es evidente que no funciona, que se han ido aumentando las
diferencias entre territorios y que se mantienen los peligrosos desplazamientos
de personas desde el Sur hasta el Norte del país como si estuviéramos en los
años 60. Es más, ahora con la crisis catalana, seguro que volverán a sacarnos
la poca sangre que nos queda para entregársela a quienes, poseedores de más del
cincuenta por ciento de las industrias del país, necesitan más y más para
desarrollar lo que anuncian como peculiaridades inviolables. Mientras, a
nuestro territorio sencillamente se le ignora: no tenemos AVE ni se le espera
por mucho que, aprovechando alguna cita electoral, por aquí venga un ministro a
inaugurar dos o tres centímetros de la que dicen que se construye por la zona
de Linares; nuestras grandes vías de comunicación, especialmente la A4 y A44,
inservibles; las secundarias, peor; las industrias que vienen hasta nosotros,
las de siempre, la de servicios y grandes superficies para acabar con el
pequeño comercio… ¿Para qué seguir?