Ahora sí que estamos en Navidad. El ambiente, el
semblante de las personas, la música que escuchamos, las ofertas de los
escaparates, la citas en restaurantes y tascas de nuestro entorno y el hecho de
que comencemos a ver a los amigos que vienen de lejos en busca del calor de sus
familias es más que significativo y notorio. Iniciamos, por tanto, un descenso
en picado hacia final de año, que será cuando nos volvamos a reunir, luego de
Nochebuena, con amigos y familias para, más que para despedir el año viejo, dar
la bienvenida al nuevo, del que esperamos se cumplan las promesas que solemos
pedirle en momentos tan delirantes, con la copa en la mano y algo de oro en su
interior, que, aseguran los que saben de este tipo de celebraciones, que trae
suerte. Y nosotros, que somos muy dados a la brujería, a la superstición y al
miedo por lo desconocido, pues, oiga, si hay que poner algún anillo o pendiente
en la copa, pues se echa y punto. Y luego a esperar, que se trata solo de tener
paciencia y de recordar en realidad qué le pedimos al año que estrenamos,
porque no siempre, por aquello de los excesos de comida y bebida, solemos
acordarnos con precisión en qué consistía exactamente. Antes, ya se sabe,
habremos recibido una año más el bofetón que nos suelen dar el día 22 de este
mes de parte de la mala suerte. No habremos tenido la oportunidad de salir en
televisión pegando saltos de alegría con una botella de sidra en la mano, de
ver en la pequeña pantalla a alguno de los establecimientos loteros de nuestra
ciudad colocando el cartel de aquí se ha vendido el primero, el segundo o
tercer premio. Esa es la realidad, pero como a ilusión no hay quien nos gane,
nos volveremos a ver otra vez con la oreja o la vista pendientes del resultado
del sorteo del Niño, que viene a ser
la última oportunidad que tenemos
de perder el poco dinero que nos queda.
Y que nadie se extrañe si se ve reflejado en este
comentario, porque somos tantos los que firmamos tal acumulación de tópicos,
que no es posible la originalidad. Es más, está tan repartido el vicio de
pedir, de rogar que nos toque la varita mágica de los juegos de azar, que este
año volverá a ser récord de ventas en números de la lotería nacional y,
consecuentemente, el mismo nivel en los deseos de que nos toque. Un ejemplo lo
tenemos, aunque nos quede lejos, en la administración lotera de Doña Manolita,
en Madrid, en la que los que han querido adquirir sus billetes o décimos, se
han visto obligados a mantenerse en la cola entre tres y cuatro horas. Es tal
el apego que le tenemos a este punto de venta, que todos los años acaba siendo
en donde más toca. Y se entiende, porque es donde más vende. Otro tanto de lo
mismo le ocurre a la administración conocida por la Bruja, de Sort, un
municipio catalán del que este año, por cierto, se ha visto obligado a salir su
propietario y mudarse a Navarra por las presiones de los independentistas, que
es el que más pedidos atiende a través de internet. El resto del año no cubre
sus objetivos normalmente, pero cuando se convoca los de Navidad, por lo que
nos cuentan, aquello es una locura, un sin vivir por la cantidad de pedidos que
deben atender de toda España. Que toque, como en la de Madrid, se debe no tanto
a su particular suerte y sí a la cantidad de números que reparte.
En realidad, todos los años escribimos y desarrollamos
el mismo guión, y todos los años, lógicamente, nos dejamos parte de nuestro
patrimonio en conseguir un número con el que poder soñar justo hasta el día
siguiente del sorteo. Luego, la canción es de sobra conocida. Su estribillo,
“Bueno, otro año será. Teniendo salud, ¿para qué queremos ser ricos?” Pues eso,
a soñar, que son dos días los que faltan para que se hagan realidad nuestro
sueños… o todo lo contrario. Ya veremos.