lunes, 22 de enero de 2018

DEMASIADA TENSIÓN EN EL AMBIENTE

Imprimir


La máquina que nos lleva hasta la romería de 2018 se ha puesto en marcha y, como decía el padre Domingo Conesa en la presentación del cartel de este año, esto no hay quien lo pare. El premiado, producto de la ensoñación y la lejanía de Irene Pereña, su autora, no ha caído bien entre quienes esperaban que todo siguiera igual. Como siempre que se premia algo que los más puristas entienden que no se ajusta a sus personales cánones de belleza, como plaga bíblica se extiende en los foros de opinión el rechazo casi frontal de la obra elegida. Además del cartel de la madrileña Pereña, el jurado eligió como segundo el trabajo de Franchu Medialdea, quizá más costumbrista y continuista, y desde luego que muy del gusto de una gran mayoría de los amantes de nuestras tradiciones. Sin embargo, la tarea de los calificadores está hecho y premiado, y ahora solo queda esperar hasta la convocatoria del año 2019 para conocer lo que será su cartel anunciador. Naturalmente, el jurado, sus miembros, se han dado por aludidos por las críticas que ha generado su decisión, aunque no han tenido oportunidad de pronunciarse sobre ellas ni espacio desde el que justificar el premio. Por supuesto que tienen sus razones, quizás demasiado técnicas, y de ahí que a nosotros, el pueblo, nos queden lejos, pero lo más lógico es permitirles su opinión para un mejor entendimiento entre las partes. Y más si tenemos en cuenta que todos ellos son pintores o escultores, cuando no conocen las dos disciplinas. Finalmente, por aquello de que nos pueda servir como documentación añadida para sucesivas convocatorias, sería interesante hacernos saber qué tipo de exigencias se tienen en cuenta a la hora de elegir el mejor. Para la calle, por lo que nos han hecho llegar, el cartel tiene que abundar en el tópico, en las banderas, en el santuario… Para los especialistas, además, la técnica, el encaje en el mercado, su estética… Así las cosas, evidentemente la no coincidencia de mínimos anuncia con tiempo que será casi imposible cuadrar en alguna edición.

En cuanto al otro tema, quizá más complejo y enrevesado, nos referimos a las elecciones a la presidencia de la cofradía después del tránsito por el desierto que ha protagonizado la gestora, con dignidad, esfuerzo y éxito, y con un acoso permanente nada desdeñable, al tiempo que se ha convocado la cita ante las urnas han arreciado de forma virulenta los ataques a su tarea y todo aquel que les lleve la contraria. Naturalmente, al tiempo que las nuevas tecnologías nos ayudan a percibir mejor la realidad y acceder en segundos a cualquier escaparate que se nos antoje, habilitan el protagonismo al impostor, al cobarde, al que todo lo sabe y a quienes les corean sus pasionales discrepancias. Nosotros, desde un particular peldaño en la escalera que compartimos todas y todos, y sin que nadie nos lo haya pedido, rogaríamos algo de tranquilidad, de mesura y de comprensión para una situación que, atención, se observa desde lejos con mucho interés. Es más, si lo que finalmente nos importa es Ella, si de verdad es su ensalzamiento lo que perseguimos y para lo que estamos dispuestos a trabajar con entrega y humildad, ¿qué hacemos en medio de la discrepancia,  cargados de ira y con nulas ganas de aceptar al menos el diálogo? Y como resulta que lo que parece interesarnos por encima de cualquier otra premisa es echar por tierra el trabajo de los otros y, además, negar ayuda a quien la solicite, la situación se hace irrespirable. Con todo, las elecciones para la presidencia de la cofradía se celebrarán pese a quien le pese y su resultado tendrá que respetarse por la totalidad. En política, la única fórmula democrática conocida son las elecciones; en nuestro caso, igual. Lo demás, absurdo e inviable.