La máquina que nos lleva hasta la romería de 2018 se
ha puesto en marcha y, como decía el padre Domingo Conesa en la presentación
del cartel de este año, esto no hay quien lo pare. El premiado, producto de la
ensoñación y la lejanía de Irene Pereña, su autora, no ha caído bien entre
quienes esperaban que todo siguiera igual. Como siempre que se premia algo que
los más puristas entienden que no se ajusta a sus personales cánones de
belleza, como plaga bíblica se extiende en los foros de opinión el rechazo casi
frontal de la obra elegida. Además del cartel de la madrileña Pereña, el jurado
eligió como segundo el trabajo de Franchu Medialdea, quizá más costumbrista y
continuista, y desde luego que muy del gusto de una gran mayoría de los amantes
de nuestras tradiciones. Sin embargo, la tarea de los calificadores está hecho
y premiado, y ahora solo queda esperar hasta la convocatoria del año 2019 para
conocer lo que será su cartel anunciador. Naturalmente, el jurado, sus
miembros, se han dado por aludidos por las críticas que ha generado su
decisión, aunque no han tenido oportunidad de pronunciarse sobre ellas ni
espacio desde el que justificar el premio. Por supuesto que tienen sus razones,
quizás demasiado técnicas, y de ahí que a nosotros, el pueblo, nos queden
lejos, pero lo más lógico es permitirles su opinión para un mejor entendimiento
entre las partes. Y más si tenemos en cuenta que todos ellos son pintores o
escultores, cuando no conocen las dos disciplinas. Finalmente, por aquello de
que nos pueda servir como documentación añadida para sucesivas convocatorias,
sería interesante hacernos saber qué tipo de exigencias se tienen en cuenta a
la hora de elegir el mejor. Para la calle, por lo que nos han hecho llegar, el
cartel tiene que abundar en el tópico, en las banderas, en el santuario… Para
los especialistas, además, la técnica, el encaje en el mercado, su estética…
Así las cosas, evidentemente la no coincidencia de mínimos anuncia con tiempo
que será casi imposible cuadrar en alguna edición.
En cuanto al otro tema, quizá más complejo y
enrevesado, nos referimos a las elecciones a la presidencia de la cofradía
después del tránsito por el desierto que ha protagonizado la gestora, con
dignidad, esfuerzo y éxito, y con un acoso permanente nada desdeñable, al
tiempo que se ha convocado la cita ante las urnas han arreciado de forma
virulenta los ataques a su tarea y todo aquel que les lleve la contraria.
Naturalmente, al tiempo que las nuevas tecnologías nos ayudan a percibir mejor
la realidad y acceder en segundos a cualquier escaparate que se nos antoje,
habilitan el protagonismo al impostor, al cobarde, al que todo lo sabe y a
quienes les corean sus pasionales discrepancias. Nosotros, desde un particular peldaño
en la escalera que compartimos todas y todos, y sin que nadie nos lo haya
pedido, rogaríamos algo de tranquilidad, de mesura y de comprensión para una
situación que, atención, se observa desde lejos con mucho interés. Es más, si
lo que finalmente nos importa es Ella, si de verdad es su ensalzamiento lo que
perseguimos y para lo que estamos dispuestos a trabajar con entrega y humildad,
¿qué hacemos en medio de la discrepancia,
cargados de ira y con nulas ganas de aceptar al menos el diálogo? Y como
resulta que lo que parece interesarnos por encima de cualquier otra premisa es
echar por tierra el trabajo de los otros y, además, negar ayuda a quien la
solicite, la situación se hace irrespirable. Con todo, las elecciones para la
presidencia de la cofradía se celebrarán pese a quien le pese y su resultado
tendrá que respetarse por la totalidad. En política, la única fórmula
democrática conocida son las elecciones; en nuestro caso, igual. Lo demás,
absurdo e inviable.