Les adelantamos que el comentario de hoy generará
división de opiniones entre ustedes. Y es que traemos al servicio de urgencias
de los hospitales en general y el nuestro en particular para su debate, y está
claro que no es un tema menor. Naturalmente, dependiendo del grado de uso que
cada uno de nosotros hayamos demandado de este servicio, así será nuestra
valoración. El hecho de que las urgencias de los hospitales se hayan convertido
de un tiempo a esta parte en la consulta con el médico de cabecera o de
familia, que seamos miles los usuarios que hemos decidido acudir a urgencias
porque sabemos de antemano que saldremos de ellas con el diagnóstico y la
medicación que nos sanará de la enfermedad que padecemos y así evitamos la
visita al consultorio de salud que nos corresponda para luego ser derivados al
hospital para ser revisados con más profundidad. Esto lo hemos aprendido
rápidamente y no perdemos tiempo en plantearnos siquiera acudir a las urgencias
con el niño y sus anginas o con el dolor de espalda que arrastramos desde hace
días. Y si este manifiesto abuso de la sanidad pública continúa aumentando, por
supuesto que los días festivos y los fines de semana se colapsa. Es más,
detectados están los profesionales de las urgencias, que es como se conoce a
los que acuden invariablemente las jornadas de descanso, que, repetimos, son
siempre los mismos, los que más derechos aseguran tener y los que a lo largo de
sus vidas no han pagado una sola cuota a la Seguridad Social. Allí acuden,
acompañados por un buen número de familiares que ocupan la sala de espera, y
con actitud retadora. Estos son los más beneficiados del servicio público de
salud, ya que, como los empleados están deseando perderlos de vista, son los
primeros en ser atendidos y tratados de sus supuestas molestias.
Dicho esto, entenderán ustedes que, cuando aparecen
situaciones como la aparición o llegada de la gripe o cualquier otra enfermedad
de este tipo, las urgencias pierdan el espíritu para el que fueron creadas, que
no son otra cosa que acudir en ayuda del ciudadano que demande asistencia urgente
para la enfermedad que padece y que pueden ir desde un infarto, un ictus, una
subida de tensión o un problema traumatológico. Aunque anunciado está en las
salas de espera que, por tratarse de un servicio médico de características tan
concretas, los enfermos serán atendidos por estricto orden, no de llegada y sí
de la peligrosidad de mal que les aqueja, que nadie crea que sirve de algo,
porque se equivoca. El control de las llegadas las llevan los que esperan y
están pendientes de si pasa alguien a consulta antes que ellos y de poco
servirá que se lo justifiquen. Entender que los sanitarios y los empleados que
allí se trabajan están en bajo presión permanente no parece exagerado, y
podemos asegurar que no pasa un día en el que no hayan intervenido los
vigilantes jurados para controlar a quienes intentan obviar los controles
propios de un servicio que, entre otras cosas, demanda tranquilidad para desarrollar
su tarea con un margen de seguridad mínimo. Por lo tanto, si los servicios de
urgencia de los hospitales no cumplen con las expectativas que la ciudadanía
espera de ellos, buena parte de la responsabilidad recae en los usuarios; no en
todos, ciertamente, pero sí en quienes hacen de este servicio un uso
inadecuado. Llegados a este punto, interpretar lo que ocurre en algunos de
estos centros sanitarios, sobre todo cuando fallece algún enfermo que no fue
atendido en tiempo y forma, quizá lo interpretemos más justamente. Por supuesto
que deberán ser revisados los protocolos, las normas que los rigen, los
enfermos que demandan asistencia y el sistema en general, pero como no se evite
la actual forma de recepción de las demandas de consultas, de nada servirá
plantearse ninguna medida.