A
estas alturas de la crisis y luego de ir conociendo de cerca las consecuencias
de ésta en el mercado de trabajo, los que creen que un contrato indefinido es
igual a un puesto de trabajo estable y duradero en el tiempo se equivocan. Y
más en nuestro caso, que poseemos el vergonzoso título de ser el país en donde
existe más temporalidad en el mercado de trabajo. Y no solo en este tipo de
contratos-basura, sino que en los que conocemos como indefinidos y que, en
principio, parecen los más seguros, nada
menos que la mitad de los que se firman ni siquiera alcanzan el año. Y todo
porque para las empresas lo de menos es el contrato indefinido y sí la fórmula
de despido tan barata como la existente. Es más, desde hace unos años la firma
de contratos fijos es creciente y se firman más que de los temporales. Así, nos
estamos aproximando imparablemente al nivel registrado de este tipo de
contratos que se contabilizó en 2007, el año del inicio de la crisis. Dicho
esto, lo evidente es que, aunque se han dado importantes avances en la
consolidación de algunos puestos de trabajo, el hecho de que aumenten
significativamente los indefinidos de ninguna de la maneras podemos pensar que
se estabiliza el mercado. Algunos ejemplos: de los trabajadores que han firmado
un contrato indefinido, un 40 % no alcanza el año, y, de este mismo porcentaje,
seis de cada diez son despedidos.
Los
detalles de esta realidad laboral y económica son analizados permanentemente
por grupos de economistas y, de entre sus análisis, vemos que no se decantan
por ninguna porque insisten en que deben ser estudiadas con rigurosidad ante
las turbulencias de un mercado de trabajo que hace años perdió la esperanza de
consolidación que tanto bien supondría para la estabilidad laboral del
trabajador y la propia continuidad de la empresa. Por supuesto, nos avisan de
que las conclusiones a las que han llegado en sus investigaciones ponen en duda
la imperiosa necesidad de que existan diferencias entre contratación temporal e
indefinida. Estos profesionales participan de la idea del contrato único y
también de un castigo, que sería conocido como un bonus-malus en las
cotizaciones a la Seguridad Social, para las empresas que abusen de la
contratación temporal. Dicho esto, queda claro que se confirma la fuerza del
empleo precario, especialmente por su inestabilidad, en la salida de la crisis.
De hecho, el año pasado se firmaron nada menos que más de veintiún millones de
este tipo de contratos, lo que supuso batir por segundo año consecutivo el
récord de contratación. Mientras, los indefinidos fueron un poco más de dos
millones. Por si fuera poco, sepan ustedes que los contratos temporales en
nuestro país son cada vez más cortos, ya que uno de cada cuatro duran menos de
una semana. El empleo a tiempo parcial por no haber encontrado uno a jornada
completa, lo que se conoce como subempleo, ha descendido, pero sigue alto
respecto a la situación previa a la crisis.
Que
los datos y el trabajo de los economistas confirmen que la estabilidad laboral
tampoco la proporcionan los contratos indefinidos es justo la guinda que le
faltaba al pastel para convencernos de que la más o menos soterrada batalla que
han capitalizado el Gobierno y los empresarios consolida unas relaciones
laborales prácticamente inexistentes que hace que el mercado de trabajo se
encuentre bajo mínimos y, lo que es peor, que no se vislumbren atisbos de
mejora de ningún tipo. Por el momento, a falta de que la clase política se
conciencie de la realidad laboral en la que el país se desenvuelve, el futuro
no se presenta nada halagüeño.