miércoles, 11 de abril de 2018

LOS JUECES, EN LA CALLE

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Que los trabajadores y los colectivos que vean amenazados sus derechos se echen a la calle a mostrar su disconformidad y exigirlos en la vía pública, es algo que está asumido socialmente y nadie se extraña de que esto ocurra cada vez más regularmente. No obstante, que sean los jueces los que decidan mostrar su desacuerdo con el Ejecutivo con un paro en sus dedicaciones, desde luego que no es nada normal y que confirma el divorcio existente entre el Gobierno y la Judicatura. De entre sus reivindicaciones, dos importantes; una, la exigencia de la separación de poderes; otra, la modernización de los juzgados. La actualidad y la realidad de estos servidores públicos es que su honestidad y compromiso social están por los suelos porque la calle, siempre despiadada y frívola cuando de criticar a los demás se trata, ya los juzgó a ellos y de qué forma. Evidentemente, el desconocimiento nos hace osados y de ahí que la opinión generalizada es que están vendidos y que con sus decisiones confirman la existencia de una justicia de varias categorías. Lo que no sabemos, o no nos interesa conocer, es que su responsabilidad se limita a juzgar los asuntos que deben resolver con unos leyes que ellos no han redactado y que emanan de los políticos, que son los que finalmente legislan, es decir, los responsables de las penas que deben recibir los transgresores de las leyes por los cargos que se les imputen. De ahí que cuando a alguien se le ocurre exigir sentencias ejemplares o ejemplarizantes porque los casos juzgados entienden que son merecedores de ello, recordarles que la Justicia debes ser justa y en  ningún caso debe servir para acallar las quejas o gritos de la calle. Otra cosa es que el viejo dicho popular que afirma “que el que hizo la ley, hizo la trampa”, consolide la idea que entre la ciudadanía se tiene de algunas sentencias judiciales ligadas a la corrupción, tan de moda entre nosotros y especialmente entre la clase política. De hecho, no faltan los que aseguran que, como es la clase política que la legisla, dictan el articulado de las leyes a su conveniencia, es decir, para que cuando se vean frente a un tribunal antes hayan preparado su libertad sin cargos y sin fianza.

Los jueces claman justicia para ellos, respeto para su tarea y responsabilidad política para sus decisiones. El hecho de que actualmente la mayoría de los juzgados estén colapsados por la acumulación de trabajo y falta de equipamiento técnico y de personal capacitado para dinamizarla y actualizarla, además de unas instalaciones adecuadas a lo que guardan, nos avisa de que estamos a punto de alcanzar máximos de incompetencia desconocidos; la otra queja, la que exige la separación de poderes entre el Consejo General del Poder Judicial y  los partidos políticos, para que no sean ellos los que quitan y ponen jueces y los que indirectamente los controlan y dirigen, por vergonzosa y poco democrática, debía aprobarse mañana mismo. Si hasta ahora ninguna de las dos reivindicaciones que les han obligado a manifestar su disconformidad en la calle las han conseguido, desde luego que no habrá sido porque no hayan puesto empeño y dedicado tiempo y esfuerzo a su consecución. Lo que ocurre es que se enfrentan, como Don Quijote, “a la Iglesia”, y hasta ahí podíamos llegar. Así, mientras que para el cuerpo judicial se trata de exigencias mínimas y posibles para su colectivo, la clase política las califica de excesivas. Está claro, por tanto, que fácil no va a ser, que la lucha será a largo plazo y que su resultado sigue siendo una incógnita, al menos en lo referente a la separación de poderes. El tiempo será quien nos acabe contando el final de la historia. Mientras, nuestra incondicional solidaridad con todos ellos y ellas.