Cuando le preguntaron al castizo qué le había parecido
la Alhambra, no dudó en contestar “como todas las alhambras, aunque, eso sí, la
arbolea…”. Si la pregunta la relacionamos con nuestra romería, seguro que nos contestarán
que como todas, aunque con la diferencia que aporta la celebración en sí misma.
Y así ha sido, una romería más que, como viene siendo habitual, ha sido
utilizada por algunos para menospreciar el trabajo de los demás, para
ridiculizar actuaciones, para asegurar que si ellos hubieran estado al frente
de la organización… Hasta en esto la romería de este año se parece a las
anteriores, quizá porque aún no hemos conseguido asumir que nadie es
imprescindible y aceptar que los momentos se viven con la intensidad propia que
exigen sus condiciones, que comparten miles de personas, que otras miles se
ponen a disposición de quienes la disfrutan para cuidar de su seguridad, que
otros cientos atienden a detalles aparentemente insignificantes que permiten el
desarrollo sin problemas de la convocatoria, que se invierten miles y miles de
euros de dinero público, que se inquietan miles y miles de corazones y almas
deseosas de ponerse a los pies de la patrona y que es fundamental que, por
separado y en grupo, todos aportemos lo mejor de nosotros para conseguir el
éxito del conjunto. Y es que un acontecimiento de tanta importancia turística,
de tanta trascendencia religiosa y social, demanda una entrega sincera de todos
en favor de su continuidad y su ensalzamiento colectivo. Que aparecen errores
de bulto importantes, que se podían evitar o que pueden mejorarse, pues
naturalmente. Pero entrar a saco en las redes sociales y despreciar a todo lo
que se menea porque sí no solo muestra unas decididas ganas de echar abajo el
conjunto, sino asomarse al mundo como salvador dispuesto a responsabilizarse de
la confección, el desarrollo y el éxito del evento. Quizá sea cierto lo que
Álvaro de la Iglesia decía de la modestia, que era exclusiva de burros y que ya
no se llevaba, y nosotros no lo sabíamos y de ahí que nos extrañen actitudes
tan desproporcionadas y absurdas. Por lo que nos toca y porque estamos
legitimados como el que más a dar nuestra opinión, la romería de 2018 ha
finalizado con éxito. Que se han detectado errores que deben evitarse en
beneficio de un mejor desarrollo, pues sí, pero sin que por ello deban rodar
cabezas apoyando lo que los interesados nos venden a través de mensajes
envenenados expuestos a la opinión pública. Los que estén convencidos de que
todo es mejorable, que se pongan a trabajar al lado de quienes tienen la
responsabilidad delegada y que eviten en lo posible crear grupos de presión
que, lo quieran o no, acabarán dañando lo que tanto aseguran que aman.
A las personas que este tipo de desencuentros les
queden lejos, que sepan que la mayoría de los asistentes, de la organización y
de los patrocinadores están satisfechos del evidente éxito conseguido. Que
sigan confiando en quienes su objetivo no es otro que el de engrandecer la
celebración y que huyan de quienes todo lo ven gris y aseguran que ellos lo
harían mejor. Es posible que no todos seamos capaces de entender que existen
cauces legales desde los que trabajar desde dentro en favor de una mejora
general de la romería al tiempo que se evita hacerlo desde las orillas, que es
justo donde se rompen los sueños. Que cuesta, naturalmente. Pero si de verdad
se quiere ayudar, nadie entenderá que no sea aceptando de buena gana las
exigencias que los estatutos imponen y que fueron aceptados por la mayoría. Lo
demás, esfuerzos baldíos que acabarán en la papelera de los corazones de la
gente buena.