La meteorología con la que
iniciamos el mes de mayo mantiene la inestabilidad como primera condición. El
que haya llovido en la cantidad que lo ha hecho, y que buena parte de ésta ha sido
en forma de nieve, ojalá confirme el viejo refrán castellano que aseguraba que
año de nieves, año de bienes. Que así sea, que se confirme el dicho popular y
que todos nos beneficiemos de las bondades que deben estar por venir. Sin
embargo, con los pies en el suelo, comprobamos que por el momento las cosas no
van del todo bien, por ejemplo, para nuestros comerciantes, especialmente los
que dedican su actividad a la moda de temporada. Si les preguntamos, su
respuesta la ligan a lo que exponen en sus escaparates y lo que ocurre en la
calle, es decir, que llenan estos espacios de modelos de primavera-verano
mientras los posibles clientes los observan debajo del paraguas porque sigue
lloviendo. Evidentemente, ganas, lo que se dice ganas de comprar no les quedan
muchas, desde luego. También un poco escasos de ánimo andan las gentes del río,
que la han vuelto a ver cerca el agua y han recordado los malos momentos que
vivieron cuando arrasaba sus viviendas y sus propiedades. Las actuaciones
previstas por el Estado, siguiendo la línea que él mismo ha marcado, por el
momento se mantienen en lo de siempre, o sea, en retirar lodo y lodo y a
esperar a que la corriente arrastre el que queda para depositarlo en la presa
de Marmolejo, que debe estar de sedimentos hasta la coronilla. Hastiados,
también, los comerciantes de las calles en las que se deposita arena para que
los caballos no resbalen. Y menos mal que este año la retirada está siendo
rápida y eficiente, porque de otra forma la intranquilidad de estos
profesionales y no menos de los peatones que tienen que pasar por estas vías,
habría alcanzado niveles insoportables. Por lo que sabemos, el hecho de que el
gobierno municipal se haya planteado en varias ocasiones el sí o el de la arena
los días de romería, anuncia solidaridad con quienes padecen las evidentes
molestias de esta decisión. La realidad es que los équidos necesitan arena
porque es la mejor o casi única fórmula de conseguir que no resbalen, pero no
deben perderse de vista las molestias que ésta causa al resto del mundo, entre
quienes destacan, por razones obvias, los comerciantes, que durante estos días
y también los posteriores no consiguen ver limpio sus establecimientos, detalle
que por sí mismo puede acabar con sus perspectivas de ventas.
Todo lo que tiene que ver con
las obras o con cualquier tipo de alteración en el ir y venir de unos y de
otros, de peatones y de vehículos, acaba siendo rechazado por la mayoría. En el
caso de la arena en las calles peatonales, por el momento son muchos más los
que la padecen que quienes la disfrutan, y cuanto antes, entendemos nosotros,
debería buscarse definitivamente la manera de conseguir quedar bien con todo el
mundo. Es más, aunque nosotros presumamos, y con razón, de ser una ciudad del
caballo, que nos guste muchísimo y que nos encante verlos pasear por nuestras
calles, el hecho de que defequen en donde les viene bien y que no se retiren
inmediatamente molesta muchísimo a vecinos y viandantes. Y nada se hace para
evitar esta situación, como mucho simplemente se espera el tiempo que necesita
su deposición para desaparecer y la ayuda de los vehículos que la dispersan
cuando la pisan los neumáticos. Como hemos dicho en otras ocasiones y con el
mismo motivo, no tiene sentido el que el propietario de una mascota esté
obligado a retirar las defecaciones que hacen en la vía pública y que los que
van a caballo, yegua, mulo o burro no estén obligados a lo mismo. Si es por
comparación, salen perdiendo lo que andan a caballo, por tamaño, olor y
suciedad generada. Un año más, la pelota sigue en el tejado del Ayuntamiento,
que en algún momento deberá decidir cómo actuar, porque hacerlo tendrá que
hacerlo.