
Cuando hablamos de malos tratos, parece que éstos se limitaran a las mujeres, y no es así. Sepan ustedes que a disposición de las personas mayores existe un teléfono oficial en donde les atienden cualquier necesidad. Se conoce como el teléfono del mayor y hasta el mes de junio de este año se han recibido nada menos que 2.300 llamadas de personas denunciando malos tratos. Unos, porque les estaban obligando a firmar unos documentos que desconocían y que estaban seguros que sus familiares perseguían el despojarnos de sus pisos; otros, que recibían sistemáticas palizas diarias y que peligraba su salud; no faltaron tampoco los que eran tratados como animales, como estorbos y que permanecían con sus hijos o hijas exclusivamente porque a éstos les interesaba la pensión de vejez que cobraban, porque de otra forma haría años que los habrían abandonado en cualquier sitio.
La Administración y la sociedad en general nos enfrentamos a un problema social y personal de grandes dimensiones. Eso de que personas mayores,obligadas a convivir con alguno de sus hijos, sean sometidas a vejaciones y malos tratos físicos, comprenderán ustedes que no sea precisamente una buena imagen de una sociedad que se autocalifica de emancipada y con gran capacidad para la resolución de sus problemas. La realidad de estos desagradables espectáculos se produce a partir de una premisa ampliamente compartida y que retrata a la perfección una situación que desde luego no han sido los mayores los que la han generado. Según la estadística que ha confeccionado el ministerio correspondiente, sabemos que los propietarios de la vivienda son los padres y que en ella viven con relativa comodidad hasta que uno de sus vástagos, ya casado y casi siempre con problemas económicos, decide ocupar con su pareja, y a veces con hijos, la habitación de soltero que dejó para casarse. A partir de ese momento, la guerra se ha declarado en esa casa y quienes invariablemente salen perdiendo son los propietarios, que comprueban cómo los nuevos inquilinos hacen y deshacen sin contar con ellos,se apoderan de todo y hacen suya la práctica totalidad de los metros cuadrados de la vivienda. No pasa mucho tiempo hasta que los mayores son confinados a una de las habitaciones, y no precisamente de las más grandes, y casi se les prohíbe que salgan al pasillo. En el momento en el que se exceden de las normas que les han impuesto comienzan los malos tratos psíquicos y físicos.
Si al final de junio se habían contabilizado 2.300 llamadas a este teléfono instituido precisamente para que los mayores tengan la posibilidad de denunciar los abusos que se ejercen sobre ellos, ni imaginar queremos el número que habrá alcanzado a estas alturas del año teniendo en cuenta, y es un dato harto conocido, que los meses de verano son especialmente escogidos por quienes rechazan la presencia de estas personas y los abandonan en hospitales o estaciones de servicio, como ya ha ocurrido en dos o tres ocasiones. Según los datos que la Administración nos ha hecho llegar, son los hospitales los lugares elegidos por la familia para dejar al mayor al cuidado de especialistas y ocupando injustificadamente una cama que,independientemente de que la necesite otra persona, su estado de salud no demanda.
Analizando la noticia y asumiendo que toda la sociedad está implicada en este tema, unos porque son directos protagonistas y otros porque optan por mirar hacia otro lado, la realidad es que la demanda de plazas en las residencias o geriátricos ha aumentado de forma espectacular en pocos años.Unos porque deciden que estos lugares son los mejores para acabar sus días,entre otras razones, porque no estorban a nadie, y otros porque entienden que es la mejor forma de que sus hijos o hijas no tengan que responder de ellos ante el resto de la familia, la realidad es que la proliferación de centros públicos y privados de estas características aumenta considerablemente todos los años. Evidentemente, el sistema falla también en este apartado y nos muestra públicamente como personas frías y alejadas de sentimientos tan primarios como son aquellos que tienen que ver con el íntimo agradecimiento que les debemos a nuestros mayores. Desde luego, la muestra de insolidaridad que damos y la falta de escrúpulos que mostramos son por sí mismos demoledores.