
Hemos despedido 2008 y en escasísimos medios de comunicación hemos escuchado, visto u oído referencias, obligadas entendemos nosotros, sobre la violencia de género. Sin embargo, atrás han quedado nada menos que setenta y tres mujeres en el camino asesinadas por sus compañeros, la mayoría de ellas en sus hogares y por quienes por la mañana habían compartido el desayuno. Buena parte de la ciudadanía, porque no crean ustedes que en un tema tan terrible y vergonzoso encontramos unanimidad en las conclusiones, no acaba de aceptar que este tipo de personas formen parte de nuestras vidas y que no seamos capaces de descubrir su otro yo, el de potencial asesino y habitual maltratador de su compañera. Pero es así. Pueden ser compañeros de trabajo, o de autobús, o de camino hacia casa o a la oficina. Los sociólogos nos alertan de que bajo la ropa de la persona que menos nos esperemos podemos encontrar a un maltratador con muchas horas de dedicación insistiendo en esta actitud y que ha conseguido crear en su hogar un pequeño y mortal infierno familiar de funestas consecuencias para quienes lo padecen, especialmente los menores, que asisten aterrados a situaciones de las que se desprenden sobre todo golpes.
Leyes tenemos, los juzgados especializados superan ya los setenta, la sensibilidad general también aumenta imparablemente, pero son cientos las mujeres que aún dependen de la suerte para poder eludir su muerte. Las órdenes de alejamiento no sirven casi de nada porque son transgredidas habitualmente, los detectores que portan algunos de los condenados y los móviles con número de socorro tampoco acaban de aliviar el desasosiego en el que viven las mujeres desde el momento en el que se atreven a denunciar a su compañero, porque se saben amenazadas de muerte. Dejan de salir a la calle por temor a ser descubiertas y, cuando lo hacen, toman todo tipo de precauciones conscientes de que en cualquier momento aparecerá el que hace sólo unas semanas compartía con ella la cama y le asestará tantos golpes como pueda hasta que la mate.
Puede que les suene a demasiado exagerado o que no crean que lo que les contamos ocurre con regularidad, pero sólo en el mes de diciembre, justo cuando parece que el mundo cambia a mejor, cuando más besos y abrazos, acompañados de buenos deseos, compartimos, fueron asesinadas cinco mujeres, una menos que el resto de los meses del año que acabamos de despedir. Sin embargo, aun siendo unos datos escandalosos, socialmente no acaba de ser entendida esta aberración como algo a erradicar de forma inmediata y tajante. Si la muerte de seis mujeres al mes viniera firmada por una banda terrorista, seguro que entraría en la primera página de todos los medios de comunicación. Sepan que desde el año 2000 hasta 2008 fueron asesinadas nada menos que quinientas ochenta y cuatro mujeres bajo el sello de violencia de género y ninguna de ellas tuvo la oportunidad ni el merecimiento de formar parte de la portada de algún diario nacional. ¿Cómo es posible que una sociedad tan supuestamente avanzada como la nuestra conviva con personajes tan deleznables y no haya sido capaz de eliminarlos en cuanto tuvieron conocimiento de sus verdaderas intenciones? ¿Cómo se explican ustedes que con una ley específica, con jueces y juzgados preparados para entender de este asunto y con cientos de casas de acogida repartidas por todo el país, además de pulseras localizadoras, teléfonos de asistencia y órdenes de alejamiento, puedan seguir siendo las mujeres asesinadas por sus parejas? Evidentemente, algo falla, algo no estamos haciendo bien y es urgente que se detecte la causa y que se le ponga remedio.
Psicólogos y sociólogos insisten en que es un mal muy extendido, de complicada solución y que será sólo el tiempo, una vez se superen una o dos generaciones, el que posiblemente nos permita ver algo de luz al final de este tenebroso túnel. Mientras tanto, educación, dinero público y solidaridad. Educación, porque es fundamental para evitar la malformación psicológica de las personas; dinero público, porque debe invertirse lo necesario en la prevención y el control de los maltratadotes, y, solidaridad, porque también ustedes y nosotros tenemos un papel que jugar en toda esta terrible historia, y es el de no callar cuando sepamos de un caso en el que los malos tratos estén presentes. Estamos de acuerdo con los que insisten en que la solución a la violencia de género, al menos en parte, es cosa de todas y todos.
Leyes tenemos, los juzgados especializados superan ya los setenta, la sensibilidad general también aumenta imparablemente, pero son cientos las mujeres que aún dependen de la suerte para poder eludir su muerte. Las órdenes de alejamiento no sirven casi de nada porque son transgredidas habitualmente, los detectores que portan algunos de los condenados y los móviles con número de socorro tampoco acaban de aliviar el desasosiego en el que viven las mujeres desde el momento en el que se atreven a denunciar a su compañero, porque se saben amenazadas de muerte. Dejan de salir a la calle por temor a ser descubiertas y, cuando lo hacen, toman todo tipo de precauciones conscientes de que en cualquier momento aparecerá el que hace sólo unas semanas compartía con ella la cama y le asestará tantos golpes como pueda hasta que la mate.
Puede que les suene a demasiado exagerado o que no crean que lo que les contamos ocurre con regularidad, pero sólo en el mes de diciembre, justo cuando parece que el mundo cambia a mejor, cuando más besos y abrazos, acompañados de buenos deseos, compartimos, fueron asesinadas cinco mujeres, una menos que el resto de los meses del año que acabamos de despedir. Sin embargo, aun siendo unos datos escandalosos, socialmente no acaba de ser entendida esta aberración como algo a erradicar de forma inmediata y tajante. Si la muerte de seis mujeres al mes viniera firmada por una banda terrorista, seguro que entraría en la primera página de todos los medios de comunicación. Sepan que desde el año 2000 hasta 2008 fueron asesinadas nada menos que quinientas ochenta y cuatro mujeres bajo el sello de violencia de género y ninguna de ellas tuvo la oportunidad ni el merecimiento de formar parte de la portada de algún diario nacional. ¿Cómo es posible que una sociedad tan supuestamente avanzada como la nuestra conviva con personajes tan deleznables y no haya sido capaz de eliminarlos en cuanto tuvieron conocimiento de sus verdaderas intenciones? ¿Cómo se explican ustedes que con una ley específica, con jueces y juzgados preparados para entender de este asunto y con cientos de casas de acogida repartidas por todo el país, además de pulseras localizadoras, teléfonos de asistencia y órdenes de alejamiento, puedan seguir siendo las mujeres asesinadas por sus parejas? Evidentemente, algo falla, algo no estamos haciendo bien y es urgente que se detecte la causa y que se le ponga remedio.
Psicólogos y sociólogos insisten en que es un mal muy extendido, de complicada solución y que será sólo el tiempo, una vez se superen una o dos generaciones, el que posiblemente nos permita ver algo de luz al final de este tenebroso túnel. Mientras tanto, educación, dinero público y solidaridad. Educación, porque es fundamental para evitar la malformación psicológica de las personas; dinero público, porque debe invertirse lo necesario en la prevención y el control de los maltratadotes, y, solidaridad, porque también ustedes y nosotros tenemos un papel que jugar en toda esta terrible historia, y es el de no callar cuando sepamos de un caso en el que los malos tratos estén presentes. Estamos de acuerdo con los que insisten en que la solución a la violencia de género, al menos en parte, es cosa de todas y todos.