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A partir del lunes, la velocidad en las autovías y autopistas queda limitada a ciento diez kilómetros por hora. Naturalmente, una medida tan drástica como aparentemente extraña, no ha caído nada bien entre el colectivo de conductores. No es cierto que exista un acuerdo unánime entre éstos para rechazar esta medida, pero hay que aceptar que existe una gran mayoría, o al menos ha sido la que más jaleo ha armado para mostrar su desavenencia con el Gobierno. Por supuesto, situarse en un lado u otro de esta polémica es salir apaleado te pongas como te pongas, y comprenderán ustedes que evitemos el posicionarnos públicamente. Sí es verdad que algo tendremos que hacer y de ahí que anunciemos estar dispuestos a aceptar esta medida desde el convencimiento de que al menos los accidentes que se produzcan es posible que tengan menos consecuencias mortales que hasta ahora. Y quienes opinan, y no son pocos, que diez kilómetros no son nada en caso de accidente, debemos decirles que se equivocan de plano. Sí que influye y mucho la velocidad, y no tanto si la ligamos a un choque frontal como al “regalo” de tiempo extra que nos permite esta reducción para enmendar el error que hayamos cometido y del que podemos salir heridos. No hace falta convencer a nadie sobre la importancia que tiene, en situación de accidente inminente, disponer de algo más de tiempo para conseguir recolocarnos en la vía.
Por otra parte, bueno será que nos vayamos acostumbrando a aceptar las disposiciones gubernamentales que vendrán del partido político que esté en ese momento rigiendo el país, porque los tiempos del exceso hace años que pasaron y ahora toca recomponer la economía. Naturalmente, no hemos sido los culpables del desastre económico que padecemos, pero sí los únicos que podemos solventarlo y desde luego que sobre los que recaen todos los esfuerzos. Pueden y podemos decir lo que queremos, escuchar a líderes políticos de todos los colores gritar en contra de las decisiones de los otros, pero ni éstos ni ellos evitarán que perdamos capacidad económica y que el estado del bienestar en el que nos hemos desenvuelto hasta 2008 ha dejado paso a una larga etapa de escasez, especialmente de trabajo. Por todo esto, que el Gobierno haya decidido objetivamente, que para eso cuenta con especialistas en la materia, reducir la velocidad en diez kilómetros quizá sea lo menos malo de todo el asunto, porque lo que sí debemos aceptar aunque nos pese es que nosotros es probable que podamos pagar el combustible, pero desde luego que al Estado le cuesta un enorme esfuerzo. A todo esto, parece que la medida tiene fecha de caducidad, ya que la sitúan al final del año en curso, aunque lógicamente dependerá de la evolución de los acontecimientos que viven algunos países productores de petróleo.
Es verdad que en el entorno de la Comunidad Económica Europea existen países, sobre todo en el Norte, en donde la velocidad está establecida entre cien y ciento diez kilómetros a la hora y, que sepamos, nadie se ha rasgado las vestiduras. Es más, han sido aceptadas por la mayoría desde el convencimiento de que a menos velocidad, menos polución. A nosotros este tipo de decisiones nos extrañan y no las compartimos, pero es cosa de cómo somos y de la importancia que le damos al ecosistema, es decir, al grado de sensibilidad con el que observamos el deterioro del medio ambiente, y es evidente que no movemos un dedo para solucionarlo. Por cierto, ya se ha comprobado que el nuevo límite de velocidad sí que reduce el consumo del vehículo, concretamente entre un doce y un quince por ciento, que para como la está la economía doméstica creemos que vale la pena. En cuanto a la campaña de la renovación de los neumáticos, estamos de nuevo ante una realidad que debía preocuparnos más que criticarla, puesto que somos conscientes de que el cambio de los neumáticos es algo que demoramos hasta que los cables de acero de la carcasa salen por todos lados. Por lo tanto, además de incrementar las ventas y, consecuentemente, crear empleo, evitamos la ocasión de que se produzca un accidente por esta causa. Además, si no nos obligan al cambio, no los cambiamos. De eso estamos seguros. Feliz fin de semana.
Por otra parte, bueno será que nos vayamos acostumbrando a aceptar las disposiciones gubernamentales que vendrán del partido político que esté en ese momento rigiendo el país, porque los tiempos del exceso hace años que pasaron y ahora toca recomponer la economía. Naturalmente, no hemos sido los culpables del desastre económico que padecemos, pero sí los únicos que podemos solventarlo y desde luego que sobre los que recaen todos los esfuerzos. Pueden y podemos decir lo que queremos, escuchar a líderes políticos de todos los colores gritar en contra de las decisiones de los otros, pero ni éstos ni ellos evitarán que perdamos capacidad económica y que el estado del bienestar en el que nos hemos desenvuelto hasta 2008 ha dejado paso a una larga etapa de escasez, especialmente de trabajo. Por todo esto, que el Gobierno haya decidido objetivamente, que para eso cuenta con especialistas en la materia, reducir la velocidad en diez kilómetros quizá sea lo menos malo de todo el asunto, porque lo que sí debemos aceptar aunque nos pese es que nosotros es probable que podamos pagar el combustible, pero desde luego que al Estado le cuesta un enorme esfuerzo. A todo esto, parece que la medida tiene fecha de caducidad, ya que la sitúan al final del año en curso, aunque lógicamente dependerá de la evolución de los acontecimientos que viven algunos países productores de petróleo.
Es verdad que en el entorno de la Comunidad Económica Europea existen países, sobre todo en el Norte, en donde la velocidad está establecida entre cien y ciento diez kilómetros a la hora y, que sepamos, nadie se ha rasgado las vestiduras. Es más, han sido aceptadas por la mayoría desde el convencimiento de que a menos velocidad, menos polución. A nosotros este tipo de decisiones nos extrañan y no las compartimos, pero es cosa de cómo somos y de la importancia que le damos al ecosistema, es decir, al grado de sensibilidad con el que observamos el deterioro del medio ambiente, y es evidente que no movemos un dedo para solucionarlo. Por cierto, ya se ha comprobado que el nuevo límite de velocidad sí que reduce el consumo del vehículo, concretamente entre un doce y un quince por ciento, que para como la está la economía doméstica creemos que vale la pena. En cuanto a la campaña de la renovación de los neumáticos, estamos de nuevo ante una realidad que debía preocuparnos más que criticarla, puesto que somos conscientes de que el cambio de los neumáticos es algo que demoramos hasta que los cables de acero de la carcasa salen por todos lados. Por lo tanto, además de incrementar las ventas y, consecuentemente, crear empleo, evitamos la ocasión de que se produzca un accidente por esta causa. Además, si no nos obligan al cambio, no los cambiamos. De eso estamos seguros. Feliz fin de semana.