Estamos de vuelta. Atrás han quedado unos días de relativo descanso, porque la realidad es que los hemos dedicado por completo a vivir la romería de este año, una celebración que ha tenido de todo: no le ha faltado la lluvia ni el viento; como todos los años, tampoco éste la patrona, con todo lo que ha caído, se ha quedado sola; los caminos han estado repletos de peregrinos y romeros, y en la ciudad se ha vivido como nunca la fiesta. Cierto que hemos comprobado que no todos los que han acudido han estado de acuerdo en temas fundamentales, desde la distribución de los espacios comunes hasta el control del tráfico. No obstante, quizás el hecho de ser la última de esta legislatura haya contribuido a que podamos calificarla de éxito, porque no debemos olvidar que la próxima es posible que sea organizada por un nuevo equipo de gobierno, que puede ser el mismo que nos rige ahora, pero con nuevos integrantes. No obstante, sea el que sea, estamos convencidos de que no le será fácil enfrentarse a un evento que resta del presupuesto municipal nada menos que aproximadamente seiscientos mil euros, o sea, cien millones de las antiguas pesetas. Esta desproporcionada cantidad de dinero para como están las cosas de la economía municipal y de la ciudadanía, cada vez en más cuestionada por quienes no están de acuerdo en que sea el Ayuntamiento el que deba sufragar la práctica totalidad de la factura, y debemos entenderlo como legítimo.
Por otro lado, como todos los años, los auténticos protagonistas han sido los romeros y los peregrinos, que han soportado con generoso estoicismo el devenir de una climatología adversa y a veces incluso agresiva que ha estado intentado echar por tierra las ganas que tenían de vivir la romería como todos los años. También ellas y ellos han sido los damnificados de los errores que ha cometido la organización, propios de principiantes por cierto, y que han supuesto la nota desagradable de esta romería. Con todo, ha sido un acierto completo la prohibición implantada este año, según lo cual los que gustaban de atronar los oídos de todo bicho viviente por todo el poblado y aledaños se han visto limitados en sus intenciones. El Ayuntamiento ha decidido controlar lo que hasta ahora no había sido posible y que no sólo ha mejorado la comodidad de los asistentes, sino la imagen que veníamos dando de macrobotellón puro y duro a los pies de la basílica del real santuario. Así, con luces y sombras, se ha desarrollado la gran fiesta que presenta a nuestra ciudad al resto del mundo como protagonista del mayor y más antiguo encuentro mariano del país.
En cuanto a la cofradía, referencia obligada en todo el evento, observada por los miles de romeros que hasta nosotros acuden, no acaba de encontrarse a sí misma. Evidentemente, las luchas internas y externas conocidas estos últimos meses, además de los enfrentamientos cada vez más públicos que mantiene con otras cofradías, no han contribuido precisamente a calmar los ánimos de sus enconados detractores. Una desgraciada muestra la tuvimos en el convite de banderas, que hizo el recorrido del domingo por la ciudad sola, sin la habitual compañía de la diputación, cofrades y simpatizantes. Los años en los que la comitiva estaba formada por una aceptable representación popular han dejado paso, de la noche a la mañana, a una dolorosa soledad. Para algunos, la respuesta está en que los hermanos mayores de hace unos años acostumbraban a invitar a los acompañantes a comer y beber, y los de ahora, que lo son en tiempos más restrictivos, no continúan con esta costumbre; otros, los más críticos, que a la cofradía se le está pasando factura por parte de quienes no están de acuerdo con lo acontecido los últimos meses. Y no faltan los que echan de menos una mayor aproximación de los representantes de ésta en el devenir de la ciudad.
Resumiendo, que si algo bueno tiene lo que hemos vivido es precisamente eso, que ya ha pasado. A partir de ahora lo que deberían adoptar los diferentes responsables de la organización son decisiones que contribuyan a reducir la presión y a trabajar por el engrandecimiento de la cofradía y el mundo mariano al que representa, que es lo mismo que decir para engrandecer a nuestra ciudad, que buena falta le hace por cierto.