Como ustedes mismos pueden comprobar,
esto de la corrupción es un no parar. Cuando no sale un chorizo de la nevera de
la casa de enfrente lo hace desde la sede de cualquier partido político que se
precie, porque, a lo que se ve, el que no disponga de dos o tres ladrones en su
nómina, ni eso es un partido político como mandan los cánones ni eso es nada. Y
es evidente que a este dogma de fe se agarran como a clavos ardiendo los
afectados por la corrupción, que se endilgan el dinero que encuentran en el
camino como si tal cosa y sin
importarles, como es el caso, que el resto de los mortales andemos a dos velas
y con la cruz de la crisis a cuestas. Nosotros estamos convencidos de que esta
extendida enfermedad debe ser cosa que se da especialmente entre la clase
política debido a que en ese mundillo lo de medrar es cosa fácil y que en
determinados partidos, si no en todos, que ya veremos, lo de menos son los
valores que aporten las personas que se unen a su proyecto y sí, en cambio, las
influencias que consiga de lo que se conoce como mentor o amigo íntimo.
En cuanto a que son más que menos los que han entendido que la política es lo suyo y que allí donde gobiernan también es literalmente suyo, hacen y deshacen sin tener en cuenta la influencia negativa o positiva que acabarán teniendo sus decisiones en la población que, por delegación, le dio el puesto de regidor para que gestionase su destino de la mejor manera posible. Afortunadamente, no siempre lo hacen mal y sí que no en todos los casos coincide con la mayoría, que es una interpretación generosa de la realidad de quienes tienen la obligación de decidir por nosotros. No obstante, lo de la corrupción, que es el tema con el que hemos arrancado nuestro comentario, se está haciendo insoportable, especialmente por el delicado momento que atraviesa el país y sus moradores, y, consecuentemente, por el agravio comparativo que supone que un señor se embolse un dinero que no es suyo, e invariablemente de procedencia ilícita, y se dedique a vivir como un constructor de los de antes de la crisis.
La semana pasada, aun siendo generosa
en la aportación de noticias, sin duda que lo del extesorero del Partido
Popular, señor Bárcenas, que hasta el jueves conservaba, por cierto, su
despacho en la sede del partido de la calle Génova de Madrid, ha decidido tirar
un poquito de la manta que suelen tener los imputados en casos de corrupción (y
si no recuerden al señor Roldán, exdirector de la Guardia Civil ) y ha
dejado ver no solo sus propias miserias, sino las de muchos de sus compañeros,
a los que acusa de haber recibido miles de euros mensuales en dinero negro sin
decir ni pío. Por lo que este onubense de pro ha contado al mismísimo juez del
caso Gürtel, tenía o tiene una cuenta en Suiza de nada menos que veintidós
millones de euros, de los que diez parece que los cambió de letra y los pasó de
B a A al adherirse a la amnistía fiscal decretada por su compañero de partido y
ministro de Hacienda, el paisano Montoro.
Con todo, siendo conscientes de que la corrupción está extendida como plaga maligna por todas las Administraciones del Estado, los dos grandes partidos, PSOE y PP, callan y aceptan. Suponemos que será así porque entre ellos se entiende que la cosa va de hoy por ti y mañana por mí, porque de otra forma no es de recibo que no pasen de las acusaciones propias y puntuales que exigen este tipo de desmanes. Y vamos más lejos exigiendo de todos los partidos políticos representados en el Pleno del Congreso de los Diputados a que aprueben de una vez una ley específica que controle de manera contundente y definitiva la corrupción en nuestro país. Y eso sí, los acusados no podrán salir en libertad hasta que no devuelvan el dinero robado. Es la única fórmula que conocemos para evitar lo que por otra parte parece imparable: que la corrupción acabe con la democracia.
