martes, 21 de diciembre de 2010

LAS MUJERES SIGUEN DESAMPARADAS



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De nuevo el asesinato de las mujeres toma el protagonismo de este espacio diario. De nuevo, también, el miedo a no acertar en la valoración de esta terrible realidad y ni siquiera en la cifra acumulada hasta el día de ayer, que es de setenta y una mujeres muertas. La última en Porzuna, en la provincia de Ciudad Real. Ésta, no obstante, en contra de una clamorosa y preocupante mayoría que no suele denunciar malos tratos por parte de su pareja, sí que había puesto la correspondiente denuncia. El juez que la vio, decidió que no había indicios de que el marido fuera el culpable y decidió exculparlo sin cargos ni vigilancia especial ni orden de alejamiento. ¿Para qué?, pensaría este profesional de la Justicia. Y lo peor es que no está solo; al contrario, desde que un juez de Sevilla decidió intervenir en esta terrible historia, asegurando que un número importante de las denuncias que llegan a los juzgados firmadas por mujeres que aseguran que están siendo vapuleadas por sus maridos o compañeros, son falsas o no se ajustan del todo a la realidad, no son pocos los que juzgan desde esta misma teoría y firman sentencias descabelladas. El hecho, de acuerdo con lo que hemos tenido oportunidad de leer, es que lo ocurrido en esa población manchega responde a una escasa valoración de la verdad relatada por la mujer. De otra forma no se entiende que fuera interpretada con tanta frivolidad la historia que ha acabado con su vida que, quizá atendiendo los mensajes que le llegaban desde el mismísimo Gobierno, que le animaban a denunciar a su maltratador, decidió no sin miedo a poner en manos de la Justicia su problema. Ésta no ha estado a la altura deseada y la consecuencia inmediata ha sido su muerte.

Queremos creer que no se volverá a repetir, que los jueces aceptarán sin más las quejas de las mujeres que lleguen hasta ellos, independientemente de que de forma paralela inicien los trabajos propios de quien desea conocer la verdad de la denuncia. Sólo así podemos asegurar a la denunciante la cobertura que la Administración ha preparado específicamente para estos casos y que van desde casas de acogida a políticas activas de integración. Todo lo que sea intervenir en este proceso, independientemente de la responsabilidad que desempeñe en el proceso, puede suponer un peligroso parón para la agraviada, que es probable que acabe formando parte de la estadística de mujeres asesinadas. Por el momento, lo que sabemos es que la Justicia ha sido determinante en muchos de los casos que hemos conocido, y aunque no estemos capacitados para interpretar las sentencias que se dan a conocer, sí lo estamos para sentir de cerca el dolor de una mujer que sólo cometió un error y éste fue acudir a un juzgado a contar su historia.
Deseamos fervientemente que pare la sangría, que la mujer y el hombre lleguen a un acuerdo de convivencia o de separación sin que de por medio aparezcan armas. Debemos asumir, por otro lado, que sin la participación de la sociedad entera, sin fisuras, se enfrente a un problema que, por sucio, por insoportable, por injusto y vergonzoso, nos podemos enfrentarnos al resto del mundo como animales irracionales, incapaces de sentir piedad por quien hasta ese momento ha sido tu compañera y no en pocos casos la madre de tus hijos. Mientras la mujer siga siendo observada por el hombre como un ser menor, no duden ustedes que la menospreciará en privado y en público; que la vejará y la someterá a todo tipo de palizas físicas y psicológicas.
Aunque los estudiosos de este tema aseguran que el efecto dominó es real, que el efecto imitación forma parte de los hombres que tienen o padecen esta tendencia obsesiva, que no digieren los celos como deben, deseamos sinceramente que acabe cuanto antes esta terrible historia de sangre y odio. Setenta y una mujeres muertas a manos de sus hombres es una cifra demencial, aunque mucho peor aún es que la observemos como algo normal, como una situación aceptada como propia de una sociedad tan relevante como la nuestra. Naturalmente, para que buena parte de estos compartidos deseos se cumplan, es imprescindible la impagable dedicación de la Justicia y de quienes la imparten.