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Descaradamente, hemos dejado caer casi todas nuestras necesidades y sueños en el sorteo de Navidad. Si alguien entre nosotros desea poseer un negocio rompedor, decidido a ser líder de ventas, desde luego que debe estar ligado con la venta de loterías de cualquier orden y clase, desde las habituales quinielas, rascas, bonolotos y décimos de lotería hasta las papeletas de diferentes colectivos, asociaciones y hermandades, que nos ofrecen desde la posibilidad de coger un buen pellizco en caso de que nos caiga el gordo hasta llevarnos a casa una cesta de alimentos que parece no acabarse nunca. Sea como sea, es evidente que la crisis ha activado nuestras habituales devociones y se han incrementado las visitas en busca de nuestros santos protectores y no menos a estos establecimientos, en donde nos venden ilusiones por poco dinero, permitiéndonos, con el boleto en el bolsillo, soñar hasta el día del sorteo. Luego, como siempre, más serán los que nos quedemos con la miel en los labios por el capricho de la suerte o porque un número no estaba colocado donde debía. Es decir, que un año más seguiremos conociendo el sorteo de la lotería de Navidad como el de la salud, porque, una vez comprobado que no hemos sacado rendimiento a la inversión, lo primero que se nos ocurre es que, teniendo salud, para qué queremos el dinero. Luego volveremos a las andadas adquiriendo décimos para la del Niño y, si semanas más tarde tuviéramos otro sorteo de este tipo, repetiríamos.
La realidad es que nos jugamos lo que no tenemos en este tipo de juegos convencidos de que este año sí, de que esta vez hemos rezado lo suficiente, puesto velas a mansalva y hemos sido lo suficientemente generosos con los que menos tienen como para habernos ganado a pulso un buen pellizco. Sin embargo, una vez comprobamos los números y nuestra mala suerte, quizá entendamos aquel viejo refrán que asegura que “el que juega por necesidad, pierde por obligación”, y como a nosotros precisamente lo que nos sobra es necesidad, pues ahí debe residir el error, en que no sopesamos adecuadamente las posibilidades que tenemos de ser agraciados por alguno de los cientos de premios que se reparten.
Y por si nos falta algo para acabar por confirmarnos que estamos situados entre los perdedores, las imágenes televisivas en las que vemos a los beneficiados dando saltos de alegría con una botella de sidra en la mano a las puertas de la administración de loterías cantándole a su suerte es lo que nos faltaba para caer en una transitoria pero efectiva depresión que nos amarga el día. Y no crean ustedes que escribimos hoy convencidos de que alguno no caerá en la tentación de tirar de cartera gastándose unos cientos de euros en la elección de un número porque le parece que puede ser el ganador, que es algo que nos da igual, que para eso el dinero es suyo, sino para hacerles ver que siempre ocurre lo mismo, que eso de la lotería premiada parece como algo muy lejano, como si siempre les tocara a los mismos, como si las personas que vemos cantando porque les ha tocado el gordo fueran actores que los colocan ahí para engañarnos.
Seguro que muchos de ustedes, cuando de nuevo este sorteo se convoque, se resistirán a la tentación, intentarán no caer en el mismo error, pero como se trata de casi una malformación genética, pues ahí estaremos, tirando de décimos como si nada, y por supuesto que con razonamientos de lo más manidos, como es el caso de que lo han soñado, o de que este año, porque ha llovido poco o mucho, porque el tiempo anuncia buenas nuevas para su familia o vaya usted a saber, la realidad es que formaremos parte de los millones de personas que son convencidas por las mismas razones y gastaremos lo que necesitamos para otros menesteres. Y no les digo nada de aquellos que, conociendo de antemano la desgracia que ha sufrido en el mismo año una determinada población más o menos próxima, como puede ser una inundación, o un accidente de tráfico sonado o un terremoto, se desplazan hasta allí para adquirir lotería, porque aseguran que, donde han padecido un acontecimiento de los que entendemos como muy importantes, el sorteo de Navidad les devuelve en forma de dinero sus padecimientos. ¡Hay que ver de lo que somos capaces de hacer para comprar lotería!
La realidad es que nos jugamos lo que no tenemos en este tipo de juegos convencidos de que este año sí, de que esta vez hemos rezado lo suficiente, puesto velas a mansalva y hemos sido lo suficientemente generosos con los que menos tienen como para habernos ganado a pulso un buen pellizco. Sin embargo, una vez comprobamos los números y nuestra mala suerte, quizá entendamos aquel viejo refrán que asegura que “el que juega por necesidad, pierde por obligación”, y como a nosotros precisamente lo que nos sobra es necesidad, pues ahí debe residir el error, en que no sopesamos adecuadamente las posibilidades que tenemos de ser agraciados por alguno de los cientos de premios que se reparten.
Y por si nos falta algo para acabar por confirmarnos que estamos situados entre los perdedores, las imágenes televisivas en las que vemos a los beneficiados dando saltos de alegría con una botella de sidra en la mano a las puertas de la administración de loterías cantándole a su suerte es lo que nos faltaba para caer en una transitoria pero efectiva depresión que nos amarga el día. Y no crean ustedes que escribimos hoy convencidos de que alguno no caerá en la tentación de tirar de cartera gastándose unos cientos de euros en la elección de un número porque le parece que puede ser el ganador, que es algo que nos da igual, que para eso el dinero es suyo, sino para hacerles ver que siempre ocurre lo mismo, que eso de la lotería premiada parece como algo muy lejano, como si siempre les tocara a los mismos, como si las personas que vemos cantando porque les ha tocado el gordo fueran actores que los colocan ahí para engañarnos.
Seguro que muchos de ustedes, cuando de nuevo este sorteo se convoque, se resistirán a la tentación, intentarán no caer en el mismo error, pero como se trata de casi una malformación genética, pues ahí estaremos, tirando de décimos como si nada, y por supuesto que con razonamientos de lo más manidos, como es el caso de que lo han soñado, o de que este año, porque ha llovido poco o mucho, porque el tiempo anuncia buenas nuevas para su familia o vaya usted a saber, la realidad es que formaremos parte de los millones de personas que son convencidas por las mismas razones y gastaremos lo que necesitamos para otros menesteres. Y no les digo nada de aquellos que, conociendo de antemano la desgracia que ha sufrido en el mismo año una determinada población más o menos próxima, como puede ser una inundación, o un accidente de tráfico sonado o un terremoto, se desplazan hasta allí para adquirir lotería, porque aseguran que, donde han padecido un acontecimiento de los que entendemos como muy importantes, el sorteo de Navidad les devuelve en forma de dinero sus padecimientos. ¡Hay que ver de lo que somos capaces de hacer para comprar lotería!