
De entre las dudas con las que convive la mayoría de la ciudadanía, la más compartida y la que más interrogantes genera sería el por qué nuestros representantes políticos, sean del partido que sean y tengan los intereses particulares que tengan, no se dejan de enfrentamientos, de guerras entre ellos, y se dedican a mejorarnos la calidad de vida, a poner en buen uso la ciudad en la que vivimos, que no para otras tareas se auparon a puestos de poder. Evidentemente, razones no les faltan a quienes así entienden que debía ser la política local, obligándoles a desenvolverse por derroteros menos escabrosos y consiguiendo que todos sus esfuerzos los dediquen a poner orden en la ciudad de todos, en la que todos somos vecinos y en la que todos disfrutamos y sufrimos. Nosotros al menos estamos en total sintonía con quienes de esta forma entienden que debían ser las relaciones entre los concejales, que al fin y al cabo no son más que vecinos que han decidido formar parte de un grupo de valientes capaces de entregar su tiempo libre para la mejora de la ciudad de todos. No es otra la idea que tenemos de las mujeres y los hombres que participan de forma activa en hallar los cauces más idóneos por los que conducir a nuestra comunidad hacia un futuro mejor, dotándola de mejores comunicaciones y de equipamientos adecuados a su densidad demográfica, que en nuestro caso casi superamos las cuarenta mil almas. Así obtendrían con más facilidad del resto de las Administraciones el apoyo imprescindible para las realizaciones que hayan previsto en la mejora de la totalidad o de parte del equipamiento que las ciudades necesitan para desenvolverse mejor. No de otra forma debe ser entendido el trabajo de todas y todos los concejales, tengan o no responsabilidad municipal directa.
Es cierto que de este tipo de ciudades en las que existe entendimiento entre la clase política, en las que el único objetivo es la ciudad y no tanto sus respectivos partidos politos, encontraremos muy pocas, pero las que existen aceptan su diferencia con toda normalidad y disfrutan de un ambiente más soportable. Sin embargo, con excepciones que sólo confirman la regla, esto no ocurre en casi ningún sitio. Lo normal es que unos y otros se tilden de incompetentes, de prevaricadores, de rodillos de mayorías, de estar más pendientes de los intereses de su partido que los de la ciudad y otros calificativos desagradables que sólo sirven para saber quién o quiénes conocen más sinónimos de palabras soeces con las que despotricar de sus oponentes. Sin embargo, tratar de compaginar esfuerzos, de encontrar el equilibrio entre los partidos permitiría, primero, la gobernabilidad de la ciudad, y luego llegar a acuerdos que aumentaran su peso en la provincia y en el contexto nacional. Y es que se puede estar o no de acuerdo con los temas que presentan las diferentes formaciones políticas, pero no buscar en ello, en las diferencias, motivos de denuncia, de crítica desproporcionada y sangrante. La clase política está obligada, y en nuestro caso mucho más, a encontrar la fórmula que permita cambiar lo que hasta ahora es evidente que no ha servido de nada; ni a ellos y ni a sus intereses como partidos políticos, que es lo sangrante. Y lo peor es que a nosotros se nos ha sometido a una pérdida de fuerza y peso político ante las instituciones y, al tiempo, a la consolidación de una imagen de ciudad de escaso dinamismo político que estamos convencidos acabará dañándonos por años.
El que ahora nos encontremos ante una situación compleja, en la que se dilucida nada menos que el sí o el no de quiénes deben pagar la factura de lo mal hecho, es la consecuencia mínima que podía derivarse de unas tareas pésimamente ejecutadas y de la pérdida de un tiempo que supone un lujo cuando lo que se quiere es industrializar un municipio que necesita de puestos de trabajo con urgencia. Las puestas en escenas a las que asistimos, por ridículas e innecesarias, y protagonizadas por quienes ni tienen ni debieron tener nunca responsabilidad alguna sobre el futuro de nuestra ciudad, confirman que nuestros políticos, especialmente los que permiten este circo, no tienen objetivo que conseguir que vaya más allá de su sueldo y de aprovecharse de todo lo que le sea posible.