lunes, 2 de junio de 2008

EMOTIVA INAUGURACIÓN DEL MOMUMENTO A LA MEMORIA HISTÓRICA EN NUESTRA CIUDAD



La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica recibió el pasado viernes en el cementerio de nuestra ciudad el abrazo de quienes esperaban impacientes el momento de la inauguración del monumento que recordará para siempre a las víctimas de la represión franquista. De nuevo la democracia impuso sus condiciones y consiguió reunir alrededor de este instante tan magnífico y trascendente a personas procedentes de todos los estamentos sociales y políticos, mostrado su grandeza y capacidad acogiendo en su seno incluso a quienes en su momento negaron su apoyo municipal para ubicar el monumento en nuestro camposanto, y que en esa posición se han mantenido hasta ahora. Por eso, los que acudieron convencidos de que se trataba más de un asunto de trámite que de algo deseado y compartido, pronto tuvieron que asumir su error y dimensionar desde parámetros diferentes un acontecimiento que, en algunos momentos, alcanzó inesperados niveles de dolor y solidaridad. Hubo sinceridad en las lágrimas, abrazos de amistad consolidada en tiempos difíciles y un silencio entre los asistentes que fue mucho más allá que el respeto que exigía el acto, quizá porque muchos de ellos y ellas lo dedicaron a sus familiares que yacían enterrados bajo sus pies.

Hubo parlamentos de gran contenido y no menos sinceridad; tampoco faltaron los que se dirigieron a los asistentes obligados por las circunstancias, pero en ningún momento se oyeron lamentaciones o quejas. Fue mucho más sencillo, ya que todos trataron de justificar la grandeza del momento a través de la palabra, y lo consiguieron. En el acto se encontraban familiares directos de los represaliados fusilados y enterrados en la fosa común de nuestro cementerio, justo debajo del terreno en el que se ha colocado el monumento de Fuentes del Olmo, que dieron a los asistentes una gran lección de fortaleza y una encomiable capacidad para el perdón. Una dictadura como la padecida en España, además de haber sido una de las que más ha perdurado en el tiempo y de las más sangrientas, obligó a millones de personas a vivir en silencio durante muchos años el menosprecio y la cobardía de los vencedores. Conscientes de que en tiempos de guerra el primer asesinato que se comete es sobre la Justicia, entender lo acontecido entre nosotros los años que duró el enfrentamiento civil en España y hasta la instauración de la democracia, no parece complicado, y más si tenemos en cuenta la pasión que sentían algunos por mantener el estado de guerra.

El acto del viernes confirmó que los agoreros que anunciaron que este monumento sólo serviría para dar legitimidad a la venganza de los que sufrieron persecución y muerte en la Guerra Civil, erraron en su juicio. Evidentemente, no creer en la democracia y en la importancia que tiene para la convivencia en paz de todas y de todos, conduce a este tipo de significativos y primarios planteamientos, quizá porque ellas y ellos sí hubieran sido capaces de protagonizar lo que esperaban ocurriera entre los familiares de las víctimas homenajeadas el pasado viernes. Se pretendía, y se ha conseguido, hacer justicia con quienes murieron sólo por sus ideas y que, no obstante, permanecían ocultos en la memoria de sus familias y de las gentes de paz, como si su asesinato mereciera vergüenza para las generaciones venideras. La consecución del objetivo de la Asociación para la Memoria Histórica pone fin a un desgraciado capítulo de nuestra historia reciente, que sólo ha servido para demostrar la gran capacidad depredadora del ser humano sobre sí mismo.

En situaciones tan exigentes y particulares es cuando las personas formadas en democracia muestran su verdadero talante, su capacidad para el perdón y su valor para disfrutar con la memoria de los suyos sin complejos ni miedos. Y esto es lo que mayoritariamente vimos en el acto del pasado viernes en nuestro cementerio: orgullo en la mirada, justificación para las lágrimas derramadas y deseos infinitos de que no vuelva a suceder semejante barbaridad. Que no surjan nuevos salvadores de la patria y que los existentes, que no faltan, abandonen sus planteamientos belicosos en beneficio de una España plural y tolerante, que no otra cosa ha sido nuestro país a lo largo de la mayor parte de su Historia.