lunes, 6 de octubre de 2008

CONFIRMADO: ESTAMOS PERDIENDO EL TIEMPO




No perdamos más el tiempo en discusiones o planteamientos porque éste, el tiempo, ha envejecido prematuramente (los modernos denominan a esta situación como obsoleta), y admitamos de una vez por todas que los pueblos, lo mismo que las personas, tienen lo que se merecen. Hace unos años, cuando todo nos lo daban hecho, y además no se admitían cambios ni reclamaciones, los que no aceptaban las imposiciones de los mandamases eran obligados a vivir en la clandestinidad e imprimir sus panfletos en octavillas de papel posteta en lóbregos sótanos o buhardillas Ahora, no; ahora la situación ha cambiado enormemente y cualquiera puede difundir sus ideas siempre que se atenga a los límites legales de la libertad de expresión, aunque no siempre los cumplan. Además, desde que se inventaron los pagos a plazos y algunos hasta sin intereses, o simplemente no pagar, nunca han faltado los prestos a formar parte de trípticos o revistas en los que poder expresar sus inquietudes. Algunos han ido un poco más lejos en sus pretensiones literarias y lo que han conseguido ha sido acabar con la aureola de intelectuales de la que presumían antes de plasmar sus ideas en papel impreso. Una pena que haya sido así, pero, como reza el sabio refranero español, a veces es mejor estar callados.

Por lo tanto, ante tanta facilidad para que podamos expresarnos y no menos necesidad de hacerlo, sometidos como estamos a vivir en continua zozobra, si después de tan largo período de decadencia y dudoso futuro hemos optado por guardar silencio, por esperar a tiempos mejores o a que sean otros los que nos hagan el trabajo, se entiende que la ciudad marcha mejor de lo que debía para la escasa dedicación que ha recibido de la colectividad. Es verdad que algunos, bastantes, se conforman con poder cobrar a final de mes, especialmente si su tarea la desarrollan en el Ayuntamiento, aparcando sus viejas reivindicaciones y sus anunciados enfrentamientos que hace sólo unos meses eran irrenunciables; y que otros, que también son significativos en número, con una paella de vez en cuando y un viaje al año a Madrid y otro a Jaén para hacer bulto para las fotos y los vídeos, se dan por satisfechos y bien atendidos. Por lo tanto, ante semejante panorama y tal muestra de asunción de los hechos, lo normal es que aquellos que discrepan, pocos desde luego, sean inmediatamente controlados y marcados a fuego, evitando de esta forma la difusión de sus ideas. O sea, lo mismo que en los tiempos del antiguo régimen, aunque ahora todo envuelto en el original papel que fabrican estos nuevos demócratas de toda la vida.

Quizá esta visión que percibimos en la calle sea la misma en la que se desenvuelven los dos partidos políticos en la oposición (el Andalucista no cuenta porque sigue siendo manejado, como en los años del pacto, por el alcalde de la ciudad) y de ahí que no crean necesario intervenir, no para propiciar la renovación de la clase política local legítimamente elegida, sino para activar políticas que acaben con el ostracismo y la apatía generalizada que nos invade. Y es que, si dos partidos políticos que cuentan con más de once o doce mil votos entre los dos, limitan sus tareas a observar desde lejos las necesidades de nuestra ciudad y de sus habitantes, esperar que el ciudadano de a pie, además de darle su confianza en forma de voto, sea el que les haga el trabajo, no parece que sea justo.

La contrastada desconexión existente entre la clase política y la ciudadanía se ha hecho ahora más aguda, y a los hechos nos remitimos, con el devuelto plan de saneamiento económico a los cajones de los que nunca debió salir, y, ¡pásmense señoras y señores!, la aprobación del presupuesto para 2008 prácticamente cuando acabamos el ejercicio. En unos días, por añadirle más pimienta al tema, se presentarán y aprobarán, con los votos de los andalucistas, las ordenanzas municipales que permitirán enjugar el déficit municipal con el dinero de todas y todos nosotros. Así que preparen sus bolsillos para el nuevo período de robo encubierto que se nos viene encima.