jueves, 30 de octubre de 2008

LA CRISIS ECONÓMICA CORRE DE NUESTRA CUENTA



Leía hace unos días de la pluma de Roberto Fontanarrosa, un genial humorista, que el problema no es la injusta distribución de la riqueza, sino la generosa distribución de la pobreza. Y está en lo cierto, sin ninguna duda. Y por si faltaba algo o alguien que no tuviera del todo claro el alcance de la situación en la que nos han metido sin comerlo ni beberlo, ahí tienen ustedes el ejemplo de la solución a la que han llegado los Estados para solventarla: inyectando millones de euros y de dólares a las por otra parte atiborradas arcas de los bancos privados. Mientras tanto, la clase obrera, ustedes y nosotros, los que en definitiva avalamos a los bancos, recibimos de las instituciones el premio de la desregulación laboral, la amenaza de las sesenta y cinco horas semanales que nos pueden caer encima en cuanto nos descuidemos, porque no faltan los Gobiernos que están por implantarlas en sus países; tampoco carecemos en el mercado laboral de las terribles deslocalizaciones, de los míseros salarios y del lento pero progresivo desmantelamiento del estado del bienestar, entre otras fijaciones de la patronal, que sigue empeñada en engrosar su cuenta de resultados a costa de lo que sea.

Los ciudadanos percibimos el momento desde ópticas radicalmente diferenciadas a como las observan políticos y banqueros, y quizá por este simple pero significativo detalle nos parezca extraño que mientras el Banco Central Europeo rebaja los intereses del dinero que presta a los bancos, éstos han subido el terrible Euríbor, es decir, que ellos pagan menos por el dinero y nosotros más. Al mismo tiempo, con nuestro dinero se compran o se rescatan entidades financieras que han ido a pique por una mala gestión de sus dirigentes, es decir, que se socializan sus pérdidas pero no sus ganancias. O lo que es lo mismo, que el mundo empresarial con problemas exige un paréntesis en la economía de mercado sencillamente porque necesita que les financiemos nosotros la recuperación de sus habituales ganancias.

No parece haber dudas en cuanto a que nuestros gobernantes y los capitalistas gustan del libre mercado y de la libre empresa, de las privatizaciones cuando hacen buenos negocios, quizá porque saben a conciencia que cuando pierden, con echar mano de los ciudadanos y de sus impuestos, sus pérdidas quedan compensadas. Y como conocen a la perfección los beneficios que pueden obtener de una crisis económica de esta envergadura, no se extrañen ustedes de que hayan sido ellos mismos los que la hayan organizado, y lo que está ocurriendo, con millones y millones de dólares y euros entrando a las arcas de algunos de los bancos más representativos del mundo, confirma lo que les decimos. La máxima que asegura que, cuando un ciudadano tiene un problema económico, es su problema y debe solucionarlo por sus propios medios, y que cuando lo tiene el capitalismo es un problema de todos, no parece descabellada.

Lo que necesita el mundo es que la clase política fuera capaz, al mismo tiempo que de superar la crisis, de crear un sistema capitalista dotado de sentimientos y que tuviera capacidad para asumir conceptos como la dignidad del ser humano, para enfrentarse definitivamente al desarrollo sostenible y de la globalización de los derechos humanos. De todos es conocido que el capitalismo es un fenómeno depredador y que sobrevive a costa de arrasar lo que encuentra a su paso. A lo mejor por eso es necesario que se regenere, para que podamos desarrollarnos como personas.

No obstante, los que crean que el sistema ha fallado y que estamos en la obligación de cambiarlo, se equivocan. En realidad, lo que ha ocurrido es que el capital necesitaba comprobar su poder y su fuerza para desestabilizar el mundo, y lo que ha hecho ha sido probarnos. Una vez repase los resultados y entienda que ha llegado el momento de poner la máquina de nuevo en marcha, no lo duden: lo hará. Nosotros saldremos de esta crisis malheridos; el capitalismo lo hará reforzado.