En vista de la situación, del panorama laboral tan desastroso en el que, sin remisión, estamos inmersos, y conscientes de que acaba esto de comenzar, aflojar egoísmos personales y colectivos y activar nuestra solidaridad nos parece que es una decisión adecuada y justa, y más cuando el perímetro de la pobreza ha comenzado a estrecharse peligrosamente. Es decir, que poner en práctica el refrán que nos avisa de que hoy puede que sea el vecino o el amigo el que lo esté pasando mal, pero es que mañana podemos ser cualquiera de nosotros, no es ninguna tontería. Al contrario, preparar el ánimo para una situación tan manifiestamente perjudicial y peligrosa como puede ser la pérdida de nuestro empleo, no sólo nos serviría para calcular con realismo y tiempo nuestras posibilidades económicas y en qué invertimos nuestro dinero, sino que nos serviría también para actuar con cautela ante situaciones comprometidas y así poder solventarlas con éxito.
El mercado laboral ha comenzado a dar claras muestras del mal camino que ha elegido y envía diariamente a sus casas a miles de trabajadores, cada uno de ellos con una familia a sus espaldas e infinidad de sueños por cumplir que se rompen de la noche a la mañana. Hace años que el Ministerio de Trabajo no conocía tantos expedientes de regulación de empleo como ahora, que la banca no controlaba tal cantidad de impagos de préstamos y que el Gobierno de la nación se veía obligado a desarrollar sus tareas en un permanente gabinete de crisis. Por otro lado, la clase empresarial que no cuidó sus espaldas, o lo que es lo mismo, que no supo invertir adecuadamente sus beneficios, sufre también los efectos de una crisis que por ahora sólo ha mostrado maneras, pero que mucho nos tememos que lo peor aún está por llegar.
En una situación económica tan preocupante, con cientos de puestos de trabajo pendientes de un hilo, que las Administraciones en general tomen el timón y pasen de observadores a dirigentes, de recaudadoras a generadoras de empleo a través de inversiones en actuaciones públicas, representaría un alivio para un mercado laboral agotado y, lo que es peor, sin ideas. En nuestro caso, es evidente que la crisis no llega precisamente en un buen momento para las cuentas municipales, y menos cuando sabemos que nuestros dirigentes ni siquiera fueran capaces de recuperarlas en los tiempos en los que la bonanza económica lo permitía.
Si tenemos en cuenta la crisis económica general y especialmente la nuestra, con una deuda municipal que supera los cincuenta millones de euros, no hace falta que le añadamos más dramatismo al momento, porque le sobra. Es más, como se trata de una deuda que nuestro Ayuntamiento tiene contraída con empresas y con entidades dependientes de otras Administraciones, lo primero que debía hacer es pagar lo que debe. De hecho, abonando las facturas que adeuda a los acreedores no haría falta ni siquiera que invirtiera, que patrocinara obra alguna, que moviera un dedo a favor de una obra pública. Sólo devolviéndoles el dinero a quienes se lo prestaron en forma de materiales o de servicios solucionaría el problema económico a la totalidad y permitiría a los empresarios continuar con su proyecto industrial sin por eso peligrar los empleos. Como ven la receta es de lo más elemental; otra cosa es que el equipo de gobierno quiera apiadarse de los empresarios y los trabajadores y pague lo que debe.