Aceptando las quejas de los jueces, basadas mayoritariamente en la inmensa carga de trabajo que soportan y en los pocos recursos técnicos y humanos de los que disponen para solucionar con diligencia y solvencia sus tareas, no faltan las sentencias que echan por tierra su discurso. Y es que, teniendo en cuenta la responsabilidad que contraen con la sociedad a la que juzgan y la importancia que tienen las sentencias que emiten, es inaceptable que algunas vean siquiera la luz por absurdas, injustas y peligrosas. Y más cuando, como en el caso que nos ocupa, tantos pasos se han dado a favor de la erradicación del maltrato físico y psíquico hacia la mujer.
La sentencia del juez cuestionado echa por tierra las denuncias de la esposa que, cansada de que su marido la veje públicamente, decide dar el paso (ya de por sí todo un esfuerzo), y poner en antecedentes a quienes les puedan echar una mano, y evitar de esta forma que su esposo le siga bajando las bragas en público cuando le apetece. Sin más. Simplemente le mete las manos entre las piernas y tira hacia el suelo de esta prenda femenina. El resultado lo pueden ustedes imaginar, lo mismo que el sofoco y la vergüenza de esta señora. Lo que quizá no puedan deducir sin antes prepararse para la sentencia de marras, es que este juez ha decidido que no es delito, que se trata de algo menor y que, por tanto, no condena al “bajabragas” como debía o al menos como creemos nosotros que merecía.
Y es lo mismo de siempre, es decir, se han dictado leyes que cumplir, se han dedicado miles de euros a su desarrollo, se han preparado cientos de profesionales para controlar los excesos de estos mal nacidos, se ha implicado a la práctica totalidad de la sociedad en apoyarla, y ahora resulta que para un juez no tiene importancia el hecho de que la denunciante, para más señas vecina de La Carolina, denuncie a su marido porque, cuando le viene en gana y siempre en público, le quite las bragas. Por las mismas, suponemos que tampoco para él tendría relevancia el que este susodicho individuo le diera sopapos a manos llenas en privado, quizá entendiendo que, por ser su marido, tenga derecho adquirido a reventarle la cara cuando le venga en gana, eso sí, siempre que sea en privado.
Desgraciadamente, con sentencias de este tipo los jueces seguirán siendo motivo de chanza y crítica, y sólo se salvan, al menos por el momento, por el corporativismo a ultranza que practican, que lo engulle todo sin remilgos. Sin embargo, si aceptamos que sean estas personas las que nos juzguen cuando seamos merecedores de ello, el mismo derecho tenemos nosotros a exigir este trato para ellos. Y luego todo lo que se quiera, empezando por el mal ambiente de trabajo en el que deben desarrollar su complicada tarea, por la urgente necesidad que tienen de personal y de medios técnicos, especialmente aquellos que les permitirían acceder a información de última hora sobre delincuentes juzgados en otras ciudades. Es cierto que del actual descontrol que sufre la justicia en nuestro país salimos perjudicados todos y no menos cuando se trata de asuntos sobre los que la sociedad anda especialmente sensibilizada.
No sabemos si la sentencia que exime a este descapullado elemento de culpa alguna en el asunto de las bragas de su esposa, habrá sido recurrida y, por tanto, menos aún de lo que pueda conseguir de instancias más altas, pero como principio nos parece aberrante y preocupante por lo que pudiera entenderse entre el colectivo de matones que nos encontramos al paso, de que no pasa nada y que a la mujer hay que darle cuantos más palos mejor. Entiéndase como se quiera esta opinión, pero cuando un juez minimiza algo tan importante para una mujer como que sea desnudada el público, cuanto antes se sepan las coordenadas que usa este representante de la ley para emitir sus sentencias, mejor para todos. Incluso para el Poder Judicial, porque está claro que decisiones de este calibre le dañan salvajemente.