La violencia de género, que es una manera muy fina de llamar a la realidad que padecen muchas mujeres en forma de menosprecios públicos y privados, acompañados de palizas de todo tipo, de las que muchas de ellas no se recuperan y mueren de forma inmediata o a los pocos días, cuando no quedan en sillas de ruedas o con secuelas psicológicas de por vida, ha generado a su alrededor un sinfín de acontecimientos que cada vez digerimos peor y de los que es muy difícil sacar rendimiento a favor de la mujer. En todo lo alto de la pirámide, el Gobierno, que ha sido capaz de enfrentarse a quien se ha puesto por delante, especialmente el Partido Popular, para sacar adelante la ley que defiende a la mujer de la persecución y el asesinato por parte de los hombres; inmediatamente después, la familia, que juega un papel de gran trascendencia y que no todas protagonizan como les corresponde, sobre todo aquellas que insisten a la maltratada para que espere a que cambie de actitud y comportamiento su compañero o esposo, cuando las actuaciones de éste son cada vez más continuadas y peligrosas. Luego está la sociedad entera, en donde se complica aún más encontrar afinidades y apoyos, especialmente después de asistir al desgraciado capítulo que firmó el señor Neira, que, si recuerdan, decidió intervenir en una pelea entre una mujer y un hombre cuando vio que éste pasaba a las manos y le propinaba golpes a la chica.
Afortunadamente, el estado de este señor ha cambiado a mejor y hoy su salud busca la recuperación completa, aunque ha estado varias semanas en coma y con un diagnóstico muy complicado. No obstante, de los acontecimientos que hemos compartido a partir del instante en que conocimos la noticia de su actuación y la respuesta del agresor, con una chica de por medio desequilibrada emocionalmente y que no siempre estuvo a la altura de las circunstancias, destaca especialmente la decisión del juez instructor, que en un primer momento lo dejó en libertad con cargos, aunque conocía que el estado del catedrático Neira era crítico, y que finalmente decidió su encarcelamiento cuando comprobó la alarma social que generó este caso.
Sólo encontrábamos en las hemerotecas este asunto y sobre él trabajábamos los medios de comunicación, cuando de repente nos enteramos de que dos chicos de Alcalá la Real habían actuado de la misma forma que el señor Neira, es decir, que habían defendido a una señora de la paliza que en plena calle le estaba propinando un hombre. De nuevo una noticia que debió pasar desapercibida, pero que acabó siendo un acontecimiento quizá porque este tipo de comportamientos ciudadanos no se dan regularmente. Por eso, ante la extrañeza de todos, lo que debía ser una actitud compartida por el resto de la sociedad se convierte en todo lo contrario, o sea, en un acontecimiento social en toda regla.
Se entiende que lo de intervenir en una pelea o discusión en plena calle entre dos personas del mismo sexo o no, no responde siempre a falta de solidaridad, sino del convencimiento que se tiene de que se puede salir lisiado de esta intromisión, cuando no herido de muerte, como ha ocurrido en ocasiones. Y si de esta forma lo entendía la mayoría de la sociedad, cuando conoció el caso de Antonio Puerta y del profesor Neira los pocos que quedaban con la duda no tardaron en engrosar las filas de los convencidos de que es mejor dejar a los demás a que diriman como mejor les parezca su personal situación. Sin embargo, sí que podemos actuar cuando somos testigos de los malos tratos que reciben personas que tenemos cerca porque viven en nuestro edificio o en la casa de enfrente, o porque sean compañeros de trabajo o familia directa. Asistir impasibles a una situación tan deleznable es una forma de contribuir a su mantenimiento y consolidación, apoyando de forma tácita el deterioro de la convivencia familiar y formando parte de las personas que permiten con su actitud que, en una sociedad tan avanzada que nos dicen que somos, se mantengan situaciones tan horribles y rechazables como los malos tratos sobre las mujeres.
Afortunadamente, el estado de este señor ha cambiado a mejor y hoy su salud busca la recuperación completa, aunque ha estado varias semanas en coma y con un diagnóstico muy complicado. No obstante, de los acontecimientos que hemos compartido a partir del instante en que conocimos la noticia de su actuación y la respuesta del agresor, con una chica de por medio desequilibrada emocionalmente y que no siempre estuvo a la altura de las circunstancias, destaca especialmente la decisión del juez instructor, que en un primer momento lo dejó en libertad con cargos, aunque conocía que el estado del catedrático Neira era crítico, y que finalmente decidió su encarcelamiento cuando comprobó la alarma social que generó este caso.
Sólo encontrábamos en las hemerotecas este asunto y sobre él trabajábamos los medios de comunicación, cuando de repente nos enteramos de que dos chicos de Alcalá la Real habían actuado de la misma forma que el señor Neira, es decir, que habían defendido a una señora de la paliza que en plena calle le estaba propinando un hombre. De nuevo una noticia que debió pasar desapercibida, pero que acabó siendo un acontecimiento quizá porque este tipo de comportamientos ciudadanos no se dan regularmente. Por eso, ante la extrañeza de todos, lo que debía ser una actitud compartida por el resto de la sociedad se convierte en todo lo contrario, o sea, en un acontecimiento social en toda regla.
Se entiende que lo de intervenir en una pelea o discusión en plena calle entre dos personas del mismo sexo o no, no responde siempre a falta de solidaridad, sino del convencimiento que se tiene de que se puede salir lisiado de esta intromisión, cuando no herido de muerte, como ha ocurrido en ocasiones. Y si de esta forma lo entendía la mayoría de la sociedad, cuando conoció el caso de Antonio Puerta y del profesor Neira los pocos que quedaban con la duda no tardaron en engrosar las filas de los convencidos de que es mejor dejar a los demás a que diriman como mejor les parezca su personal situación. Sin embargo, sí que podemos actuar cuando somos testigos de los malos tratos que reciben personas que tenemos cerca porque viven en nuestro edificio o en la casa de enfrente, o porque sean compañeros de trabajo o familia directa. Asistir impasibles a una situación tan deleznable es una forma de contribuir a su mantenimiento y consolidación, apoyando de forma tácita el deterioro de la convivencia familiar y formando parte de las personas que permiten con su actitud que, en una sociedad tan avanzada que nos dicen que somos, se mantengan situaciones tan horribles y rechazables como los malos tratos sobre las mujeres.