Cuentan las crónicas que tal día como hoy, un 4 diciembre de 1977, casi dos millones de andaluces salimos a la calle a pedir una autonomía con las mismas posibilidades políticas que las que hasta ese momento se habían concedido a otras comunidades. Un día que pudo y debió ser de gloria se tiñó de negro debido a que un malagueño, José Manuel Caparrós, murió como consecuencia de un disparo recibido mientras izaba una bandera de Andalucía. Nada se supo del suceso o no se quiso saber, pero es evidente que nuestro pueblo pagó con la sangre de uno de sus hijos las legítimas aspiraciones de una Andalucía que por entonces no nadaba precisamente en la abundancia. De hecho, finalmente se nos concedieron las posibilidades de gobierno que al resto porque superamos un obligado referéndum capcioso y amañado desde Madrid por el entonces Gobierno de UCD, en el que militaban conocidos políticos que ahora andan por la oposición presumiendo de demócratas y grandes bienhechores de nuestra comunidad, porque de otra forma no hubiera sido posible y deberían transcurrir unos años hasta que obtuviéramos plenos poderes.
Estaba claro que para la recién estrenada democracia, la Andalucía que divertía, que pasaba hambre en silencio, que bajaba la cabeza ante las amenazas del señorito, que se quedaba vacía porque sus hombres y sus mujeres emigraban hacia comunidades más prósperas, no era nada más que una tierra en donde sólo vivían anafalbetos y marginados. Hasta entonces, la España una, grande y libre nos había arrebatado los poetas, escritores, pintores, pensadores, científicos y todo lo que esta tierra había dado de bueno al mundo. Sevilla, Granada, Córdoba y Málaga eran las ciudades referencia de Despeñaperros hacia arriba y el resto eran casi desconocidas. La foto tipo o tópica era la sevillana y el curro; la comida, el gazpacho; la fiesta, la feria de Sevilla y la semana santa. Los toros y los toreros eran los únicos que contaban con prestigio allende nuestras fronteras, pero esos quedaban lejos para los de aquí. Los terratenientes también huían de sus tierras y con ellos el rendimiento de sus grandes latifundios, empobreciendo ciudades enteras.
La Andalucía de José Manuel Caparrós era la que surtía de mano de obra barata y resignada los mercados que necesitaban trabajadores con escasos conocimientos de leyes y menos de sindicatos y reivindicaciones laborales; la que llenó durante muchos años las cuentas corrientes de empresarios sin escrúpulos, que los explotaron hasta que no les sirvieron. Por eso, José Manuel y casi dos millones de andaluces salimos a la calle en busca de la autonomía de primera que le habían dicho que resolvería todos nuestros problemas y que sólo la obtendríamos demostrando a Madrid y al resto del país que estábamos dispuestos a lo que hiciera falta con tal de conseguirla.
La Andalucía que hoy se conoce en el mundo y que disfrutamos no tiene absolutamente nada que ver con la de esos años. Los que dicen lo contrario, además de mentir descaradamente, no son buenos hijos de esta tierra. Que se puede y deber exigir más a los gobernantes, que es lícito que se aumente el nivel de todas y todos nosotros, y que no es bueno aceptar lo que hacen en nuestro nombre sin tener acceso a la crítica, de acuerdo, pero todo lo demás no pueden justificarlo. Y más quienes en sus “curriculums” figuran militancias y apegos a sistemas de gobierno hoy afortunadamente erradicados, y que lo único que han hecho en su vida ha sido trepar en los partidos políticos en los que militan en busca de posiciones de privilegio desde las que obtener lo que en la vida real no han sido capaces de conseguir.
Actualmente, nuestra tierra se encuentra en un momento especialmente complejo y delicado. La crisis económica, por razones obvias, puede acabar con el escaso entramado industrial que posee y parar el empuje económico que ha protagonizado estos años y que tanto la han beneficiado. Rogar a la clase política que se plantee seriamente qué papel es el que toca ahora interpretar no creemos que sea una petición desproporcionada; al contrario, asequible a quienes de verdad sólo buscan lo mejor para sus conciudadanos.
Estaba claro que para la recién estrenada democracia, la Andalucía que divertía, que pasaba hambre en silencio, que bajaba la cabeza ante las amenazas del señorito, que se quedaba vacía porque sus hombres y sus mujeres emigraban hacia comunidades más prósperas, no era nada más que una tierra en donde sólo vivían anafalbetos y marginados. Hasta entonces, la España una, grande y libre nos había arrebatado los poetas, escritores, pintores, pensadores, científicos y todo lo que esta tierra había dado de bueno al mundo. Sevilla, Granada, Córdoba y Málaga eran las ciudades referencia de Despeñaperros hacia arriba y el resto eran casi desconocidas. La foto tipo o tópica era la sevillana y el curro; la comida, el gazpacho; la fiesta, la feria de Sevilla y la semana santa. Los toros y los toreros eran los únicos que contaban con prestigio allende nuestras fronteras, pero esos quedaban lejos para los de aquí. Los terratenientes también huían de sus tierras y con ellos el rendimiento de sus grandes latifundios, empobreciendo ciudades enteras.
La Andalucía de José Manuel Caparrós era la que surtía de mano de obra barata y resignada los mercados que necesitaban trabajadores con escasos conocimientos de leyes y menos de sindicatos y reivindicaciones laborales; la que llenó durante muchos años las cuentas corrientes de empresarios sin escrúpulos, que los explotaron hasta que no les sirvieron. Por eso, José Manuel y casi dos millones de andaluces salimos a la calle en busca de la autonomía de primera que le habían dicho que resolvería todos nuestros problemas y que sólo la obtendríamos demostrando a Madrid y al resto del país que estábamos dispuestos a lo que hiciera falta con tal de conseguirla.
La Andalucía que hoy se conoce en el mundo y que disfrutamos no tiene absolutamente nada que ver con la de esos años. Los que dicen lo contrario, además de mentir descaradamente, no son buenos hijos de esta tierra. Que se puede y deber exigir más a los gobernantes, que es lícito que se aumente el nivel de todas y todos nosotros, y que no es bueno aceptar lo que hacen en nuestro nombre sin tener acceso a la crítica, de acuerdo, pero todo lo demás no pueden justificarlo. Y más quienes en sus “curriculums” figuran militancias y apegos a sistemas de gobierno hoy afortunadamente erradicados, y que lo único que han hecho en su vida ha sido trepar en los partidos políticos en los que militan en busca de posiciones de privilegio desde las que obtener lo que en la vida real no han sido capaces de conseguir.
Actualmente, nuestra tierra se encuentra en un momento especialmente complejo y delicado. La crisis económica, por razones obvias, puede acabar con el escaso entramado industrial que posee y parar el empuje económico que ha protagonizado estos años y que tanto la han beneficiado. Rogar a la clase política que se plantee seriamente qué papel es el que toca ahora interpretar no creemos que sea una petición desproporcionada; al contrario, asequible a quienes de verdad sólo buscan lo mejor para sus conciudadanos.