
Marta del Castillo ha tenido sólo diecisiete años para disfrutar de la vida porque un desgraciado sin futuro, más cariñoso con el alcohol y las drogas que con las mujeres, que no conocía el mundo laboral porque no hacía nada, le quitó la vida porque estaba convencido de que Marta era suya, de que si no era para él no sería para nadie. Era una chica como muchas, casi idéntica a la mayoría, como una de sus vecinas o de las nuestras, una chavala con toda una vida por delante y seguro que con proyectos y sueños por realizar, y dispuesta a comerse el mundo en cuanto pudiera y de un solo bocado. También como casi todas las chicas de su edad, había tenido ya un noviete, un chaval como ella, aunque marcado por una infancia muy complicada, sin padres y con un futuro incierto. La deficiente formación de su asesino ha debido ser fundamental para la infinidad de vacíos existentes que encontramos en su personalidad, especialmente los celos, para los que no encontraba remedio. Ahora sabemos que Marta decidió acabar su relación con él precisamente porque era muy celoso, excesivamente acaparador, y porque no la dejaba moverse si él no estaba presente.
Como ocurre casi siempre, cuando acaba una relación de pareja, independientemente del sufrimiento propio de la situación, ella o él no acaban de encajar la pérdida del otro e inician un camino sin retorno plagado de resentimientos, odios y rencores de los que difícilmente saldrán sin lesiones, porque este tipo de presiones psicológicas acaban marcando a quienes las padecen a veces de por vida. Aunque existe mucha literatura alrededor de este tema, lo evidente es que no todas las personas se enfrentan a una separación, ya sea después de una relación de años o de meses, con las mismas posibilidades de superarlas. Y ahí debemos situar al ex novio de Marta, un chico de veinte años que se ha condenado de por vida. Naturalmente, la interpretación que hacemos nosotros no tendrá relación alguna con la que aportarán en el juicio los forenses y los psiquiatras, que nos hablarán de presiones y de enajenaciones mentales, de situaciones o momentos extremos y de pérdida momentánea de la consciencia que servirán a los abogados de la defensa para solicitar al tribunal la atenuación de la condena y echar por tierra la alevosía y premeditación que, por su parte, añadirán los abogados de la acusación. No obstante, trabajo les va a costar a sus defensores justificar la actuación del ex novio y a sus supuestos compinches después de sus propias declaraciones y la sangre fría con la que actuaron hasta que tiraron al río el cadáver de Marta.
A todo esto, la que nos importa, la que es la auténtica protagonista de esta horrible historia, Marta del Castillo, habrá sido enterrada y sus familiares sumidos en una pena que no encuentra consuelo en este mundo. Durante un tiempo formará parte de las noticias habituales en los medios de comunicación, especialmente cuando la encuentren en el fondo del Guadalquivir, pero no tardará en dejar el protagonismo a otra mujer asesinada que lo habrá sido, también, por su compañero, y pronto la olvidaremos. Sueltosandan los que observan a las mujeres en general y a las suyas en particular como un ser menor a la que maltratar y menospreciar, cuando no asesinar, siempre que les apetece. Cierto que existen leyes y que se está haciendo un gran trabajo intentado frenar o paliar esta realidad, pero los hechos son los que son y a ellos debemos remitirnos cuando hacemos la valoración que exige una situación tan compleja y complicada.
Para Marta del Castillo, que se había construido su mundo ligado a sus sueños, en los que no faltaba su ex novio, ni su cantante favorito, ni sus padres y hermanos, su familia en general, su ciudad, su instituto y su futuro, todo ha acabado. El calvario comienza ahora para la gente que la quería y que la echará de menos de por vida. A veces, como reza una frase lapidaria, la vida no vale nada porque no hay nada que la pueda pagar.