
La semana pasada les decíamos que, sin duda, el gran problema de los olivareros es la desunión que preside todas sus acciones. Las razones de la dispersión de almazaras y, por tanto, la profusión de cooperativas, aunque de sobra conocidas, casi nadie las quiere reconocer. Sin embargo, el afán de protagonismo de algunos de los integrantes de las juntas directivas de estas cooperativas es el directo responsable de que, ante la imposibilidad de conseguir la presidencia de la ya constituida, decidan la creación de la suya y la de sus incondicionales. De otra forma no se entiende que en ciudades de poco más de diez mil habitantes, incluso de menos, estén abiertas y funcionando tres o cuatro almazaras, todas con el objetivo de vender el producto cuanto antes y, especialmente y si puede ser, mucho antes que sus vecinos, detalle que influye en su propio futuro y que, pasado el tiempo, ha sido determinante para llegar al mal momento en que actualmente se halla el mundo del olivar, con el precio del aceite por los suelos y con los tractores en la calle responsabilizando a todo el que se mueva de un problema personal e intransferible que ellos mismos han ido consolidando con el paso del tiempo.
A todo esto, los responsables de las organizaciones agrarias que los controlan y los apoyan en sus reivindicaciones, parece que pasan por las mismas estrecheces intelectuales y, lógicamente, también para ellos lo del protagonismo es algo que no pueden superar sin ayuda médica. Su objetivo es conseguir para sus siglas el mayor número de afiliados, seguros de que les añade un idóneo protagonismo ante las instituciones que desde otra plataforma no hubieran conseguido nunca. Así, cuando no obtienen sus pretensiones en organizaciones ya consolidadas, nada mejor que buscar otras siglas y salir al tajo en busca de quienes estén dispuestos a unirse a su proyecto. Cierto que algunas de estas organizaciones van más lejos y son el brazo armado de determinados partidos políticos, pero lo que de verdad resalta es la necesidad que padecen sus dirigentes de querer estar siempre en primera línea de la información y tener más protagonismo que cualquier ministro. Los afiliados, presionados y agobiados por una situación irrespirable y necesitados de que alguien haga por ellos lo que no pueden o no saben, no dudan en acudir a sus llamadas, con tractores o con las ovejas, porque están convencidos de que los culpables del mal momento que atraviesan son los demás y que ellos no han contribuido para nada a su propia ruina.
El sábado vimos sólo un retazo del ejemplo de lo que les decimos, porque si UPA colocó sus tractores a las puertas de Carrefour en Jaén, en unos días tiene prevista una manifestación COAG con el mismo objetivo y enseguida lo hará ASAJA. Entendemos nosotros que si de verdad lo que se persigue es conseguir que el precio del aceite se dignifique y se sitúe en el nivel que los productores entienden de rentabilidad, nada mejor que las organizaciones agrarias unan voluntades y esfuerzos, y escenifiquen una gran manifestación que no sólo sirva para presionar al Gobierno, sino para demostrar a las centrales de compras que no encontrarán la desunión en el sector de la que han venido aprovechándose y obteniendo importantes beneficios. La pérdida de fuerzas que supone el que estas organizaciones no caminen unidas, si no es la causa del mal estado en que se encuentran los hombres y las mujeres del campo, desde luego que contribuye enormemente a la escasez de fuerzas que muestran frente a los grandes compradores.
No es necesario conocer el mundo del olivar y sus problemas para llegar a entender la agobiante situación por la que atraviesa. Sólo la unión de todas y de todos permitiría a los productores dignificar su trabajo y, consecuentemente, el producto que fabrican. Evidentemente, mucho más fácil sería poner de acuerdo a las organizaciones que hablan por ellos que a los hombres y mujeres del campo, por aquello de la dispersión de fuerzas y del amplio territorio en el que están ubicados, pero está claro que no ha sido posible hasta ahora. Desde fuera, desde la calle, lo que se observa no va más allá de unas ganas locas de liderar lo que sea con tal de ser algo en la vida, porque si de verdad lo que se persigue y por lo que se trabaja sin descanso es en el bienestar de las gentes del olivar, del campo y la ganadería, ¿qué hacen perdiendo fuerzas acudiendo en solitario a reclamar lo que les pertenece? Está claro, señoras y señores, que alguna razón secreta debe haber para que no se consiga la unión que les daría la fuerza que necesitan para presentarse ante los estamentos e instituciones administrativas que tanto podían hacer y que no hacen.