Ayer cayó sobre la ciudad y su término municipal una de esas tormentas que dejan huella, que son capaces de dar un disgusto a los vecinos y que anegó algunos locales, bajos comerciales y viviendas, y si no que se lo pregunten a los residentes en la Lagunilla o ronda Mestanza, especialmente los próximos a la cuesta de Castejón, que vieron como en unos minutos la calzada se inundó de forma que incluso cerró el paso a algunos vehículos. Evidentemente, la causa siempre es la misma, es decir, que los sumideros estaban atorados por la suciedad que acumulan y cuando llueve, y más de la forma que lo hizo ayer por la tarde, la consecuencia inmediata es la inundación de la zona. De no ser por el momento electoral que vive la ciudad y porque no creemos necesario repetirnos sobre el mismo argumento, lo dejamos para otro momento, pero que quede claro que la dejadez municipal a la que asistimos a diario nos conduce imparablemente a momentos como el que les contamos, con los vecinos achicando agua y en la calle para que no les cogiera desprevenidos en caso de que aumentara el nivel.
Por otra parte, como también hemos dicho en varias ocasiones, algunos de los pasos elevados o reductores de velocidad construidos en nuestra ciudad no cuentan con la comunicación propia que debe existir entre una y otra parte con el fin de evitar el estancamiento del agua. Es verdad que la mayoría disponen de este sistema de desagüe, pero si no los limpian regularmente, lo normal es que se atasquen y participen activamente en el caos que se organiza cada vez que llueve. Y lo extraño es que parece que no quiere considerarse por parte de los responsables del área la posibilidad de controlar con más efectividad este tipo de deficiencias, porque es algo que padecemos continuamente y no percibimos interés alguno por evitarlo. A todo esto, como entre el colectivo de conductores y conductoras no encontramos precisamente solidaridad con respecto a la velocidad con la que circulamos por la ciudad, lo lógico es que salpiquemos a los transeúntes con los que nos cruzamos, detalle que nos hace caer en el incumplimiento de la ley y mostrar nuestra peor cara ante los demás.
En cuanto al apartado de los acontecimientos electorales más destacables, resaltar la visita que nos hizo la señora Ana Mato, que cuenta con un amplio historial político y no menos con el menosprecio con el que suele tratar a nuestra tierra. No hace mucho, en unas declaraciones realizadas a una cadena de radio nacional, aseguró que los niños andaluces eran todos analfabetos. Con todo, lo peor es que no hubo contradeclaraciones de su partido a ningún nivel, ni siquiera por parte de sus compañeros en Andalucía, a los que creemos obligados a justificar semejante mentira y disparate. Extraña ver cómo los líderes del Partido Popular en Andalucía se quejan de un hipotético maltrato hacia nuestra autonomía por parte del Gobierno de la nación y luego, en casos flagrantes y dañinos para nuestra tierra, no se les ocurre aparecer en los medios desmintiendo lo que, por otra parte, es una soberana mentira. De hecho, cuando el impresentable líder de Izquierda Republicana de Cataluña aseguró que los andaluces vivimos todos del subsidio de desempleo y que no pagamos impuestos, sí que comprobamos que no tardaron en unirse a las críticas realizadas desde la Junta de Andalucía y rechazar de plano estas afirmaciones.
Suponemos que a la señora Mato, cuando nos visitaba ayer, nadie le habrá llamado la atención sobre sus excesos verbales con respecto a la realidad educativa de Andalucía, pero molesta mucho que alguien que no conoce nuestra tierra se atreva a echar sobre sus moradores tal cantidad de sandeces y que nadie desde su propio partido nos socorra. Quizá la proximidad de esta política popular a las estadísticas de los años sesenta la confundieran y le hicieran hacer el ridículo como lo hizo. Por lo tanto, tal y como han quedado las cosas o, aún peor, cómo las han dejado sus propios compañeros de partido, seguimos criticando su infundado mensaje por la mala intención que encerraba y que sirvió para presentarnos ante el resto de los españoles como analfabetos y vividores.