El número de mujeres asesinadas en lo que va de año es de veintitrés. Es evidente que seguimos sin asumir una realidad sangrante por demás y que no atisbamos en el horizonte nada nuevo. Las leyes en vigor, quienes las gestionan y las interpretan, los agentes de la autoridad, los medios de comunicación, la propia sociedad sigue haciendo aguas. Aceptamos que se han movido infinidad de fichas, que se ha actuado en frentes de todo tipo, que se mantienen en guardia los controles que se hacen sobre los maltratadores y que existe una decidida intención para erradicar la violencia sobre las mujeres, pero si nos remitimos al número de víctimas que acumulamos al día de hoy, estaremos de acuerdo en que lo implantado no resulta del todo efectivo. Y más cuando la mayoría de los casos conocidos cuentan con un expediente de órdenes de alejamiento y de detenciones policiales repleto de folios. Y no tratamos con esto de culpar a nadie, porque también es verdad que no faltan mujeres que retiran las denuncias a última hora o que, con orden de alejamiento en vigor, admiten en su casa a sus parejas o maridos no sabemos si conscientes de que se juegan la vida, como de hecho ha ocurrido en varias ocasiones.
Aunque la implicación fuera total, aunque la Justicia firmara sentencias ejemplares, aunque las fuerzas de seguridad consiguieran efectividad al cien por cien, estamos convencidos de que las muertes de mujeres por esta causa se mantendrá en los mismos niveles. Y todo porque quizás no hayamos comenzado el trabajo por donde se debía, es decir, por controlar a los maltratadores cuando son detectados, algo que a veces no es posible. Sin embargo, sí se podía, a nivel individual o colectivo, incluso laboral, haber trabajado a favor de un rechazo social ampliamente compartido desde el que no se permitiera a estos desalmados reintegrarse entre los suyos sin antes haber demostrado con absoluta nitidez su arrepentimiento. Debemos recordar que no sólo asesina a una persona, concretamente a su esposa, sino que debemos añadirle que hace añicos una familia, que destroza toda posibilidad de sobrevivir sin traumas a los hijos, que cercena su futuro, que pierden el norte como integrantes del núcleo familiar en el que han nacido y crecido, y que se ven tutelados por organismos oficiales o por el resto de la familia de la mujer, en donde no siempre son atendidos como se esperan y merecen. En definitiva, que no son pocos los menores que no se recuperan nunca y que pasan directamente a ser personas conflictivas el resto de sus vidas.
A nosotros, desde este medio de comunicación local, poco crédito se nos puede dar sabiendo que nos desenvolvemos en una sociedad proclamada machista sin ningún tipo de rubor. Si acaso, lo que hacemos, intentar llevar a quienes nos escuchan el espíritu conciliador que podía poner un poco de orden en la cabeza de unos desquiciados que no aceptan ni de lejos la intromisión de extraños en sus comportamientos y decisiones. Por supuesto, no tenemos datos que pudieran servirnos para alentarnos en esta tarea, pero aunque sea en silencio, aunque pocos sean los que lo reconozcan, sabemos que nuestro trabajo no cae en saco roto, que algo ha quedado y que no son pocos y pocas los que han tomado buena nota sobre algunos de los aspectos que aquí desarrollamos de vez en cuando.
Como ya saben, veintitrés han sido las mujeres asesinadas hasta el día de hoy. No obstante, nos tememos tiempos peores, porque les recordemos que primavera y verano son dos estaciones propicias para la violencia machista. No conocemos las razones, por supuesto, pero sí que la mayoría de los ataques hacia las mujeres se concentran en estos días. Ojalá nos equivoquemos, desde luego, pero si alguien vive con una maltratadora, que las hay, o un maltratador, que tengan muy en cuenta lo que les comentamos. Ya saben: quien quita la ocasión, quita el peligro.