Aunque las noticias oficiales que nos llegan procedentes de las carreteras secundarias de la provincia anuncian sin rubor que todas están en uso, la realidad es bien distinta. Es cierto que se pueden transitar, pero en muchas de ellas con cautela y precaución, porque el usuario se la juega. Los corrimientos de tierra que se produjeron con motivo de las lluvias se mantienen, aunque debemos decir en honor a la verdad que al menos están señalizadas. Lo que nosotros no acabamos de entender son las razones que mantienen en tan mal estado algunas de ellas, como es el caso de la que comunica la ciudad de Villargordo con Mengíbar, que mantiene incomunicadas las dos poblaciones. Pero ¿qué decir de la que une Andújar con la capital, que se muestra retadora a los conductores que no acaban de asumir que se trata de una vía muy transitada, de firme muy irregular, plagada de curvas mal peraltadas y con la práctica totalidad de las cunetas inservibles porque están ocupadas por el lodo que las lluvias depositaron cuando cayeron en cantidad suficiente?
Otro ejemplo de la peligrosa dejadez oficial a la que somos sometidos es la carretera que une Marmolejo con la autovía de Andalucía, de la que venimos quejándonos desde hace meses y sobre la que no detectamos intención de evacuar sus cunetas y los laterales que están bajo la arboleda. La acumulación de barro es de tal calibre, que estamos convencidos que no sería capaz de digerir lo que podría dejar caer una de las habituales tormentas que estos días nos acompañan. Por otro lado, que dejen expedita ésta o cualquier otra carretera no acaba con el problema, porque recordamos que mientras los laterales se mantengan en los niveles actuales, es decir, capaces de vomitar el agua de lluvia sin elemento que la frene, el problema aparece y desaparece conforme la caprichosa lluvia lo quiera. Así, si de verdad se quiere eliminar un asunto de tal importancia, se impone cambiar lo mal hecho y controlar de manera más técnica la pérdida de nutrientes que se produce cuando aparecen las lluvias, ya que el abono y los fungicidas que reciben los árboles son arrastrados hacia la carretera sin remisión. Uno de los ejemplos más usados por los propios agricultores es que se volvieran a arar las tierras, que se rotulasen como se ha hecho toda la vida y de esta forma se evitaría que parte del agua de lluvia campara a sus anchas camino del declive que tiene más cerca, que en este caso es la carretera, cuando no la vía férrea.
Naturalmente, todas estas deficiencias contribuyen claramente a entorpecer el viaje a los usuarios y hacerlo peligroso, detalle que por sí mismo debía activar el interés y las obligaciones de los responsables, de los que sólo recibimos promesas de actuación inmediata, pero que la realidad nos muestra todo lo contrario. Nosotros entendemos que la primera medida debió ser inmediata y consecuente con la peligrosidad que se vive actualmente en las vías secundarias, sí, esas carreteras que no se ven, que sólo usamos los catetos de los pueblos, los que nos callamos todo y de los que, consecuentemente, abusan descaradamente. La decisión de retirar cuanto antes los barros presentes en la calzada debía ser una obligación inherente al cargo y eludirla el cese inmediato del responsable, pero ya ven ustedes que ninguna de las premisas se cumplen. Entre nosotros este tipo de exigencias son puras anécdotas, porque si entre la clase política nadie dimite por mucho que el sentido común así lo aconseje, sus fieles, que disfrutan de cargos de peso en la Administración autonómica, lo tienen mucho más fácil, ya que se limitan a mirar para otro lado.
Con todo, el descontento de los ciudadanos es manifiesto y no están dispuestos a seguir soportando lo que a todas luces representa un olvido imperdonable de quienes no tienen más obligaciones que las de velar por la seguridad de todas y de todos.