Como les anunciábamos hace unos días, el resultado de las elecciones nunca acaba siendo el que la ciudadanía desea, que para eso aprueba la gestión del partido que cree mejor preparado y con más posibilidades de gobernar. En el caso de nuestra autonomía, se cumple esta máxima porque finalmente no somos tan diferentes como aseguran desde fuera, y ahora andan a la búsqueda de pactos que permitan la mayoría precisa para gestionar en nuestro nombre. Pero en el fondo da lo mismo y lo podemos fácilmente comprobar sencillamente porque ocurre en toda España y da lo mismo que sean diputaciones o ayuntamientos. Lo que importa es la mayoría y lo que cueste obtenerla siempre será un asunto de segundo grado. En Andalucía, quizá con un poco más de coherencia política, en estos momentos andan de negociaciones la izquierda, es decir, el PSOE e Izquierda Unida-Convocatoria por Andalucía-Los Verdes. Y decimos que algo de coherencia sí que observamos porque lindando con nuestra región, en Extremadura, también se hizo un pacto de estas características, pero entre el Partido Popular e Izquierda Unida, extraño por demás para el resto del mundo, pero que por el momento funciona según las partes firmantes del contrato de gobernabilidad.
Habrá que decir que acaba de empezar la sesión y que por ahora están aproximando las sillas a la mesa de trabajo. Lo que queda, no obstante, son cesiones de unos y otros, de pérdidas de poder a favor de los de enfrente y poco más. El problema, que quizá ellas y ellos no perciban, es que mientras Andalucía se sigue hundiendo en la crisis de forma preocupante. Porque si estuviéramos solos en el mundo y no dependiéramos de nadie, es posible que el panorama fuera más halagüeño, pero cuando se sabe de antemano que el gobierno que salga de las reuniones que por el momento mantienen las fuerzas políticas se encontrará de frente con otro de rango superior que sabemos no se caen bien entre ellos, comprenderán ustedes que nos preocupemos seriamente. Y más cuando se percibe un cambio radical en lo que hasta el momento han sido las relaciones entre los diferentes gobiernos y la ciudadanía, que desde que se inició la crisis hemos dejado de ser solo importantes para convertirnos en muy importantes, aunque solo porque podemos aportar dinero al Erario Público en forma de impuestos y en ningún caso porque nos quieran más que antes, suponiendo que nos tuvieran algo de afecto.
Por lo tanto, entendemos que cuanto antes se ponga la máquina en marcha, mejor para todos. En situación tan crítica, perder el tiempo es casi pecado, y más cuando asistimos a diario a la pérdida de empleos casi al mismo tiempo que sube la presión fiscal. En unos días, por ejemplo, subidas masivas de productos de primera necesidad, como la electricidad, el butano, los combustibles y los transportes… Y luego está lo de la subida del IVA, que ha sido negada en varias ocasiones y en diferentes foros, y que ahora parece que acabarán situándolo en el veinte por ciento. Todo este galimatías de si subimos o no, de si los otros eran peores que nosotros, de si todo se debe a la deuda que nos han dejado en herencia, de si nosotros estamos en contra de subir los impuestos porque eliminan puestos de trabajo y al día siguiente hacen todo lo contrario, lo único que viene a confirmar es que estamos en manos de personas que precisamente buenos en esto de la economía no parece que lo sean.
Lo fácil es aumentar la presión fiscal y de hecho es algo que lo puede hacer cualquiera. El que posee conocimientos del asunto que tiene entre manos es aquel que, antes de tomar una decisión que se sabe impopular e injusta, es capaz de hallar soluciones menos dolorosas. Por el momento, y es lo que faltaba, siguen presionando a los trabajadores desde todos los frentes, aprobando la reforma laboral y aumentado su contribución al Estado vía impuestos.