El maremágnum de la vida, ese que nos
lleva y nos trae a donde caprichosamente quiere, sigue azotándonos con fuerza y
haciendo que sean muchos, cada vez más, los que tengan que vérselas con un
destino adverso y de compleja interpretación. De momento, como sin querer molestarnos,
ha participado activamente en la pérdida de posibilidades económicas de gran
importancia para el sostenimiento de la familia y de sus habituales y por otra
parte justificadas necesidades. Pero la cosa ha ido más lejos y también nos
hemos ido quedando sin trabajo, que es lo que nos faltaba para que, como hemos
dicho, la situación pase directamente a ser muy peligrosa, y no ya para
mantener lo que teníamos, sino para no quedar suspendidos en el limbo en el que
se ha convertido para millones de personas la vida. Depender tanto de las posibilidades que
nos permite tener un puesto de trabajo, desde el pago de la hipoteca a la
continuidad de la vida familiar en todos sus órdenes, es en estos momentos un
escollo que sencillamente no nos permite conciliar el sueño. Lo que antes era
una noticia esporádica se ha convertido en una cruda realidad para miles y
miles de personas. Son precisamente las que nos encontramos en las infinitas
colas a las puertas de las oficinas del paro, y todos tienen rostro y una
historia que contar.
Uno entiende, aunque desde luego no
comparte, que la situación económica del país no da para más, pero seguimos sin
interpretar bien cómo se las han apañado para hacer tanto daño a quien, por
mucho que lo intenten, ¡y vive Dios que lo hacen insistentemente!, ni siquiera
han tenido vela en este entierro. La economía semimuerta que nos arrastra al
abismo sin billete de vuelta ha acotado con sangre los límites de los
perdedores y los obliga a desenvolverse en un oscuro futuro personal y
familiar. Mientras, lo de siempre, esos que la liaron en su día y que nos han
estropeado el sueño que disfrutábamos hace unos años, siguen siendo los
privilegiados, los que no solo tienen empleo, sino que lo obtienen de la caja
grande que lo guarda todo, incluso el poco dinero que nos queda. Y como tienen
la llave que la abre y la cierra, eso sí a cambio de legislar a su favor o
conveniencia, solo tienen que dictar cuáles son sus necesidades para que éstas
sean cubiertas inmediatamente.
Precisamente porque nuestro día a día
está establecido así y no podemos hacer nada para evitarlo o siquiera
corregirlo, nos extraña de que a su vez se extrañen que nos tienen hasta la
coronilla de sus excesos y abusos. Un día el protagonismo es para un
ladronzuelo de dinero público en Cataluña, con dos ejemplos significativos
recientes; otro, en Madrid y con implicaciones de la cúpula del gobierno de la
comunidad; y no falta el que por nuestra tierra se los llevó a manos llenas,
aunque parece que éste, al estilo de Diego Corrientes, lo repartió entre sus más
allegados. Y no digamos nada de Valencia, o de Galicia o Castilla-La Mancha.
Esto es: España está manchada por tanto chorizo que anda suelto y que podemos
ver hasta en la mismísima familia real, que es lo que nos faltaba para que tan
alta institución nos empiece a caer mal.
¿Y qué hacen los que pueden evitar
tanto acopio de dinero conseguido indebidamente? Pues más bien poco, no sabemos
si porque ellos tienen también intención de seguir sus pasos o sencillamente
porque los puestos que ocupan los han conseguido a base de favores que ahora
deben pagar. Lo evidente es que desde los ayuntamientos al Gobierno de la
nación, se buscan incansablemente fórmulas más o menos legales desde las que escamotear
algo de dinero con fines que vaya usted a saber. Así, si andan en consorcios de
basuras y aguas, huyen de ellos a cambio
de sabrosas comisiones; si se trata de camposantos, estamos en las mismas, y si
la cosa va de grúas, el interés está por encima de los abusos que se
producirán. Lo extraño es que se extrañen, repetimos, de que la gente salga a
la calle a manifestar su disconformidad en público. ¡Eso sí que nos extraña a
nosotros!
