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Mañana celebraremos los andaluces el
día de nuestra comunidad autónoma. En esta ocasión, como viene ocurriendo en
los últimos años, la pérdida de objetivos personales y familiares, a los que
debemos unir los empresariales y los laborales, es evidente que acabarán
influyendo en nuestra capacidad lúdica, aunque como nuestra formación como
colectivo está muy por encima de la media en cuanto a la interpretación de la
realidad, estamos convencidos de que cuando menos sabremos darle el color y la
alegría que demanda de todos nosotros la onomástica que más debe unirnos como
pueblo consciente de nuestra diferencia con el resto de la país. Naturalmente,
ése no es precisamente nuestro punto de vista real y sí de quienes nos observan
desde lejos, y que basan sus opiniones en las que les proporcionan casi siempre
los líderes políticos que más les atraen, que no dudan en echar mano de cómo
somos, según ellos naturalmente, para vender una imagen absurda, degradada e
interesada de todo lo nuestro para, finalmente, responsabilizarnos de sus
propios males. Así, cuando algún presidente de comunidad autónoma o
representante político necesita calentar su discurso, nada mejor que mirar
hacia el Sur y declarar la guerra a sus ciudadanos, a los que tacha de
insolidarios, vagos, receptores del dinero que a ellos y su comunidad les
quitan, subvencionados y demás lindezas, calificativos a los que no dudan en
añadir que aquí, en Andalucía, no pagamos impuestos y que estamos todo el día
ociosos. Además de declararse públicamente imbéciles, estos magníficos y
tramposos manipuladores de la palabra pierden toda la credibilidad ciudadana a
la que podrían haberse hecho acreedores por el hecho de menospreciar a un
pueblo que ellos mismos han utilizado para sangrarlo laboralmente y obtener
buena parte de los beneficios económicos que les han permitido vivir en la
opulencia los últimos cien años.
Y cuando no se es agradecido, cuando
hacen un descabellado bosquejo interesado del andaluz para disimular sus errores,
sus mangancias, sus abusos y la acumulación de riquezas que han obtenido
fraudulentamente, lo menos que podemos remitirles con sello de urgencia es que
guarden para cuando también a ellos les lleguen los tiempos de escasez. Eso y
que no conocemos ninguna técnica comercial que asegure que menospreciando a la
competencia se pueda conseguir aumentar las ventas; al contrario, está
demostrado que tiene escaso recorrido y que acaba siendo un lastre del que no
se recuperan fácilmente. Evidentemente, lo cómodo es anunciarse a sí mismos
como demócratas mientras se esconde una descontrolada xenofobia que cada vez
digieren peor y que nos confirma que una cosa es proclamar a los cuatro o cinco
vientos ser los mejores y otra distinta es serlo.
Nosotros debemos sentirnos orgullosos
de cómo somos, de la herencia recibida de nuestros mayores y pregonar a los
cuatro vientos que nuestros genes, que no son ni mejores ni peores, sí son
diferentes y de ahí que nuestra perspectiva de la vida, donde incluimos las
desgracias y las penas, sea diferente y nos permita incorporarles la particular
filosofía de un pueblo que fue invadido y conquistado a espada y cuchillo.
Debemos vivir nuestras romerías, nuestros cánticos, nuestras verbenas porque es
la mejor manera que tenemos de expresar nuestros sentimientos y éstos son
intransferibles. Los que desde fuera nos observan y no nos entienden, echan
mano de la crítica y de las comparaciones, alegando que lo suyo es lo bueno, lo
exportable, lo que gusta. Confirman sin quererlo que lo de disfrutar de dos
lenguas para expresarse no significa cultura. Debían aprender de quienes, como
nosotros, observamos sin ira ni envidia lo suyo y no precisamente porque a
veces no nos hagan sonreír.
Andalucía,
sus moradores, debemos estar por encima de críticas procedentes de voces
adulteradas por el odio y la incomprensión. Desde luego, de algo sí que estamos
convencidos y no es otra cosa de que, de haber sido nuestro pueblo el rico y
poderoso, ellos recibirían nuestro cariño y ayuda sin nada a cambio. Y es
que los andaluces tenemos clase y eso no se aprende; se lleva en la sangre.