miércoles, 27 de febrero de 2013

ANDALUCÍA VIVIRÁ MAÑANA SU GRAN DÍA

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Mañana celebraremos los andaluces el día de nuestra comunidad autónoma. En esta ocasión, como viene ocurriendo en los últimos años, la pérdida de objetivos personales y familiares, a los que debemos unir los empresariales y los laborales, es evidente que acabarán influyendo en nuestra capacidad lúdica, aunque como nuestra formación como colectivo está muy por encima de la media en cuanto a la interpretación de la realidad, estamos convencidos de que cuando menos sabremos darle el color y la alegría que demanda de todos nosotros la onomástica que más debe unirnos como pueblo consciente de nuestra diferencia con el resto de la país. Naturalmente, ése no es precisamente nuestro punto de vista real y sí de quienes nos observan desde lejos, y que basan sus opiniones en las que les proporcionan casi siempre los líderes políticos que más les atraen, que no dudan en echar mano de cómo somos, según ellos naturalmente, para vender una imagen absurda, degradada e interesada de todo lo nuestro para, finalmente, responsabilizarnos de sus propios males. Así, cuando algún presidente de comunidad autónoma o representante político necesita calentar su discurso, nada mejor que mirar hacia el Sur y declarar la guerra a sus ciudadanos, a los que tacha de insolidarios, vagos, receptores del dinero que a ellos y su comunidad les quitan, subvencionados y demás lindezas, calificativos a los que no dudan en añadir que aquí, en Andalucía, no pagamos impuestos y que estamos todo el día ociosos. Además de declararse públicamente imbéciles, estos magníficos y tramposos manipuladores de la palabra pierden toda la credibilidad ciudadana a la que podrían haberse hecho acreedores por el hecho de menospreciar a un pueblo que ellos mismos han utilizado para sangrarlo laboralmente y obtener buena parte de los beneficios económicos que les han permitido vivir en la opulencia los últimos cien años.


Y cuando no se es agradecido, cuando hacen un descabellado bosquejo interesado del andaluz para disimular sus errores, sus mangancias, sus abusos y la acumulación de riquezas que han obtenido fraudulentamente, lo menos que podemos remitirles con sello de urgencia es que guarden para cuando también a ellos les lleguen los tiempos de escasez. Eso y que no conocemos ninguna técnica comercial que asegure que menospreciando a la competencia se pueda conseguir aumentar las ventas; al contrario, está demostrado que tiene escaso recorrido y que acaba siendo un lastre del que no se recuperan fácilmente. Evidentemente, lo cómodo es anunciarse a sí mismos como demócratas mientras se esconde una descontrolada xenofobia que cada vez digieren peor y que nos confirma que una cosa es proclamar a los cuatro o cinco vientos ser los mejores y otra distinta es serlo.

Nosotros debemos sentirnos orgullosos de cómo somos, de la herencia recibida de nuestros mayores y pregonar a los cuatro vientos que nuestros genes, que no son ni mejores ni peores, sí son diferentes y de ahí que nuestra perspectiva de la vida, donde incluimos las desgracias y las penas, sea diferente y nos permita incorporarles la particular filosofía de un pueblo que fue invadido y conquistado a espada y cuchillo. Debemos vivir nuestras romerías, nuestros cánticos, nuestras verbenas porque es la mejor manera que tenemos de expresar nuestros sentimientos y éstos son intransferibles. Los que desde fuera nos observan y no nos entienden, echan mano de la crítica y de las comparaciones, alegando que lo suyo es lo bueno, lo exportable, lo que gusta. Confirman sin quererlo que lo de disfrutar de dos lenguas para expresarse no significa cultura. Debían aprender de quienes, como nosotros, observamos sin ira ni envidia lo suyo y no precisamente porque a veces no nos hagan sonreír.



Andalucía, sus moradores, debemos estar por encima de críticas procedentes de voces adulteradas por el odio y la incomprensión. Desde luego, de algo sí que estamos convencidos y no es otra cosa de que, de haber sido nuestro pueblo el rico y poderoso, ellos  recibirían nuestro cariño y ayuda sin nada a cambio. Y es que los andaluces tenemos clase y eso no se aprende; se lleva en la sangre.