Para como están las cosas en general
y entre nosotros en particular, cada vez nos convencemos más de que nuestra
ciudad necesita de un foro, o como quiera llamarse, capaz de concentrar las mil
y una iniciativas que por el momento vagan sin oídos que las escuchen ni
padrinos que las dinamicen. Pero están ahí, a la espera de que algún colectivo
las haga suyas y, puestas en el mercado, nos ayuden a entender mejor lo que
ocurre a nuestro alrededor. Al mismo tiempo, colocadas a disposición de quienes
tienen la obligación de sacarnos adelante como pueblo, acabarían siendo
fundamentales para que las decisiones que tomen sean más solidarias y unánimes,
detalle que es evidente escasea entre nosotros. Actualmente, como se hace y
deshace sin más apoyo que el de uno mismo o su propio grupo, en contadísimas
ocasiones se acierta con el interés general y, claro, son ideas que, una vez
llevadas a la práctica, acaban pronto en el cajón de sastre donde se suelen
guardar los errores cometidos.
La necesidad de crear un punto de
encuentro desde el que interpretar la mayor parte de la dinámica de la ciudad
quizá sirviera, por ejemplo, para invertir el dinero de todos en algo que
pudiéramos disfrutar. Y lo mismo ocurre cuando de cultura se trata, perdida que
anda desde hace años y sobre la que no observamos bando municipal de caza y
captura que nos aliente a recuperar lo poco que debe quedar de ella. Por el
momento, a lo más que hemos llegado es a resguardarnos de la quema de brujas que
hemos padecido y a esperar mejores tiempos, detalle que ha permitido y dado
alas a la zona más floja de la tropa, la más lerda y menos preparada, pero que
ha sido capaz de mantenerse en el tiempo sin agachar la cabeza y disfrutando de
unas prebendas que nunca han sido suyas. Aunque no estemos de acuerdo, debemos
aceptar que es así no tanto porque se lo hayan merecido y sí porque se les ha
permitido florecer en un campo seco y escasamente fértil. También aquí, en el
apartado cultural de los pueblos, los subibajas son aceptados con naturalidad y
nadie se rasga las vestiduras, detalle que agrava aún más nuestra propia
realidad, ya que la apatía, como la esperanza, es lo último que debía
implantarse en una sociedad que ha conocido tiempos mejores y que ha presumido
con toda razón de su ímpetu cultural.
Ahora se llevan otras iniciativas
implantadas sobre dinámicas pueblerinas a las que podría ayudar y mucho a salir
si consiguiéramos la creación de un foro de las características a las antes
hacíamos referencia, en donde se pudieran presentar y discutir las innovaciones
de una ciudadanía que pertenece por derecho propio al siglo XXI y que está muy
necesitada de un mundo mejor y más solidario. Sobre quién debe poner en marcha
este proyecto y darle consistencia, desde luego que no van a faltar manos que
lo modelen y lo integren socialmente, aunque estamos totalmente de acuerdo con
los que nos previenen insistiendo en que no faltarán tampoco los que harán todo
lo posible porque ni siquiera vea la luz, precisamente esos que todo lo que
suene a progreso les asusta.
Debemos confiar en nosotros mismos y
convencernos de que no solo es posible, sino necesario; que todo lo que sean
grupos de trabajo más o menos numerosos son fundamentales para la aportación de
ideas y su puesta en el mercado. Además, aliviaremos el trabajo de los que
están obligados a desarrollar iniciativas que no siempre satisfacen a la
mayoría.
