jueves, 7 de febrero de 2013

LOS JUEGOS DE AZAR AUMENTAN EL NÚMERO DE VÍCTIMAS

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Lo de los juegos de azar, denominados médicamente como ludopatía, no cesa en su empeño de conseguir adeptos. Por el momento, de las cifras que hemos entresacado de los datos oficiales que ha aportado el propio Gobierno, nada menos que cuatrocientas mil personas en nuestro país han perdido todo su patrimonio apostando en todo tipo de máquinas, ruletas, juegos de cartas, bingos presenciales y on line, a los que debemos unir el que ahora se pueda jugar al póquer a través de la televisión. En definitiva, una industria que ha sabido renovarse y captar nuestra atención, y que debe conocer a fondo la neurona del juego que todos llevamos dentro y que, martilleando de forma continuada, ha acabado  atrayendo a millones de personas. Ya lo saben: cuatrocientas mil lo han perdido todo apostando allí donde pueden y los dejan.

Afortunadamente, no faltan datos sobre la recuperación de los jugadores empedernidos que andan sometidos a terapias especializadas que les van reciclando no sin dificultades, pero que por el momento dan resultados positivos. Antes, fundamental es que ellos y ellas reconozcan su adicción, porque de otra forma no es posible. Y aquí reside parte del problema, puesto que en muy pocas ocasiones son ellos mismos los que demandan ayuda. La mayor parte acude a las asociaciones y centros especializados acompañados de su familia, a la que previamente han sometido a sus necesidades incontroladas y a la que han acabado dejando sin blanca. Dicen los entendidos que a la ludopatía se llega ensayando, es decir, que no se trata de algo que nos acompañe desde que nacemos y sí que necesita de  entrenamiento diario. Y es precisamente desde esta premisa desde donde mejor parece que se controla al jugador, que antes debe reconocerse como enfermo y estar dispuesto a recibir la terapia que le llega casi siempre de otro jugador que afortunadamente se ha recuperado y que entrega su tiempo a cambio de la mejora de otra persona que sufre el calvario del que él se emancipó.

Las tragedias familiares que ha causado el juego en nuestro país se pueden contar por muchos miles, como miles son también los millones de euros que se han jugado a cambio de que el día menos pensado las suerte les sonría. No saben o no quieren saber estas personas que, como juego controlado que busca por encima de cualquier otra necesidad el enriquecimiento de quien lo explota, ganarle a la máquina es sencillamente imposible. Es cierto que de vez en cuando salta la sorpresa y el jugador consigue el premio mayor, pero es tal su necesidad, tal su vicio, que acaba metiendo en la ranura todo lo conseguido y se va a casa finalmente vencido. Consecuentemente, comprobando la estadística y el mal causado, no entendemos la decisión del Ejecutivo de prácticamente abrir la veda del juego y permitir que cientos de empresas salgan a la calle a la caza y captura de estos ingenuos, sobre todo porque mientras unos, la mayoría, se enriquecen, que no son otros que las empresas, el resto sencillamente se arruina.

Desde hace un par de meses, ni siquiera es necesario que salgamos a la calle en busca del bingo más cercano o de la maquinita del bar que tenemos cerca, porque desde el sillón de casa, delante del televisor y mediante sencillas fórmulas, quienes gusten de jugarse unas partiditas lo tienen facilísimo. O al menos eso es lo que anuncian, porque eso de que tengamos de dar nuestro número de cuenta a quien ni siquiera conocemos, que permitamos que nos hagan un chequeo sobre cómo somos, dónde vivimos y demás, nos parece excesivo y muy peligroso. Si nos permiten el consejo, aléjense del juego cuanto antes. Entre otras cosas, porque no conocemos a nadie ni la historia tampoco que se haya enriquecido usando de los juegos de azar para ello. Eso sí, con las excepciones de las loterías de todo tipo que tenemos a nuestra disposición, aunque siguen siendo más los que pierden que los que ganan.