La evolución de las cifras de empleo
en nuestra ciudad, ligada inseparablemente como está al resto del mundo, no
presenta ni de lejos signos que nos hagan pensar que, aunque poco, algo se
mueva. Al contrario, hemos superado la barrera de los siete mil quinientos
demandantes en enero y todo indica que seguirá subiendo. Paralelamente, por las
denuncias que los sindicatos nos hacen llegar, se está produciendo una
destrucción de puestos de trabajo permanente y, el poco que queda, ha pasado a
denominarse como trabajo basura, calificación que viene de lejos, pero que
antes se limitaba a los jóvenes que buscaban su primera colocación, y que casi
siempre encontraban en las empresas de comida rápida o parecidas, y que ahora
es ampliamente compartido. De hecho, casi novecientos mil personas que
disponían de contrato indefinido en solo un año han sido despedidos, con lo que
los números de los trabajadores contratados en este período no solo no suponen cifras
positivas, sino que los firmados son todos temporales.
Por el momento, el empresariado, que
no disfruta precisamente de ningún tipo de privilegio en el apartado impuestos
o cargas generales, ha decidido intervenir directamente sobre la cuenta de
resultados de su negocio recortando empleos y logros sindicales, lo que
justifica las cifras que les damos sobre la pérdida de trabajo del año pasado.
Hoy, cuando una empresa demanda empleados, lo hace detallándole al elegido que
su sueldo se lo debe ganar por sí mismo, es decir, que no dependerá
directamente de la nómina general de ésta y sí de sus posibilidades de
generación de negocio. Por lo tanto, la seguridad social, las vacaciones, las
enfermedades y los permisos especiales que necesiten deben gestionárselos ellos
o ellas de manera directa, sin la intermediación de la empresa, puesto que ésta
solo abonará el trabajo realizado. Es lo que se conoce como empleado libre y
que permite a la contratadora no tener más ligazón con éste o ésta que la
estrictamente profesional.
De si lo podemos calificar de
contrato basura o no, está claro que dependerá mucho del interés que tengamos
en radicalizar nuestra posición, aunque debemos recordar que las últimas
directrices marcadas por el Ministerio de Trabajo permiten contratar y despedir
en unas condiciones muy ventajosas, y, lógicamente, de tal situación se vienen
aprovechando quienes, además, no tienen escrúpulos. En medio, el que menos
culpa tiene de la crisis. El trabajador asiste desmoralizado a la evolución de
algo tan necesario como es el mundo laboral inmerso en un mar de dudas y, lo
que es peor, con la hipoteca pisándole los talones, con el cobro del desempleo
que le cumple en poco tiempo, con la totalidad de la familia en paro y, en
algunos casos, subsistiendo exclusivamente con la pensión de los abuelos.
Evidentemente, los que crean que con esta presión es posible motivarse para
salir a la calle en busca de un empleo del que vivir con algo de dignidad, sin
duda que es un soñador o un iluso.
Por otra parte, aunque debemos usar de
todo lo bueno que conozcamos para motivarnos, la clase política responsable del
caos en el que nos encontramos, nos envía de cuando en cuando algún que otro
mensaje en el que, mientras ellos ganan tiempo asegurándonos que los brotes
verdes ya se ven a lo lejos, nosotros callamos a la espera de que el cambio se
produzca pronto. O nos callábamos, porque ha pasado el tiempo, la crisis se ha
agudizado exageradamente, los empleos caen en picado y, siendo rigurosos, no
hemos escuchado a nadie, ni político, ni sindicalista, ni técnico, que afirme
con contundencia que la evolución en positivo se producirá en relativamente
poco tiempo. Y que quede claro, por cierto, que no se trata de ser agoreros y
sí realistas.
