No parece que admita dudas que el río
Guadalquivir y la problemática que deja a su paso haya dejado de obligarnos a
mirarnos siempre al mismo espejo, ya que sus peligrosos tentáculos se extienden
por toda la provincia. En nuestro caso, porque lo tenemos más cerca, ni
siquiera tenemos que detenernos a valorar lo que nos vienen diciendo desde
todos los ángulos de la información, la mayoría partidistamente intencionados y
tampoco faltan los que mienten casi más que reparten. Y todo porque la fuerza
del agua sigue dejando a su paso tragedias familiares y no menos destrozos de
todo tipo. Sin ir más lejos, Mogón nos puede servir de claro ejemplo, ya que
buena parte de esta población ha tenido que salir de sus casas ante el
inminente peligro de ser arrollados por el ímpetu del líquido elemento. Y en su
descenso hasta las tierras gaditanas de Sanlúcar de Barrameda, de paso se ha
ido llevando los miles de metros cúbicos de tierra fértil que le llegan desde las
escorrentías laterales y sobre las que no se ha actuado, y eso que hemos
asistido a foros y congresos concebidos con este fin. Pero así suelen ser las
cosas de los políticos y tampoco queremos hoy dedicarles más esfuerzos.
Más cerca de nosotros, desde Mengíbar
hasta Marmolejo, no ha dejado títere con cabeza. Tanto daño ha hecho, que ni
siquiera ha cuidado el detalle de evitar los excesos verbales de quienes,
suponemos que con buena fe, no dudaron en asomarse a la ventana de la
información a decir lo que les apetecía, aunque su mensaje estuviera vacío,
como así ha sido en la práctica totalidad de los casos. Lo evidente es que la
meteorología es caprichosa y que los responsables de esta clase de catástrofes
están obligados a actuar en consecuencia, sobre todo porque la situación de hoy
ha sido escrita hace años y se repite siempre que tiene oportunidad. Es decir,
que fácil lo tienen, puesto que se trata solo de actuar sobre los defectos
conocidos, dejando el resto para los que vengan detrás. Pero no, está claro que
o no saben, lo que debía preocuparnos porque en sus manos miles de personas
tienen puesto su futuro, o sus cargos son de pacotilla, que tampoco crean que
andamos descaminados.
Aunque las zonas dañadas y el
recuento lo podemos calificar de importante, afortunadamente cerramos el
capítulo de esfuerzos sin tener que lamentar pérdidas humanas, que es lo que
faltaría para que tener que vérselas con los protagonistas, y más tan
dispuestos como están a ponerse delante de quien sea y reclamarle lo que es
suyo. A nosotros lo que nos proporciona esta situación es vergüenza por el
espectáculo que lo rodea, en el que observamos cómo los que se autoproclaman
valedores oficiales no son capaces de ir más allá de sus prosaicos parlamentos
ante una asamblea a la que saben miedosa e impresionada por semejantes cargos
públicos. Luego, una vez expuesto su mensaje, todo queda en eso, en palabras
vacías pronunciadas por responsables de dudosa capacidad de entendimiento y
menos aún de ponerle remedio a tanto descontrol y olvido oficial.
Consecuentemente, este año, también, todo ha seguido como el anterior, aunque
afortunadamente algunas actuaciones públicas han estado a la altura de las circunstancias
y han evitado la inundación de las tierras, que algo es algo.
Con todo, es decir, con todo lo que
se ha dicho, se ha reclamado y denunciado, las próximas avenidas de agua
dañarán los mismos campos que en esta ocasión. Sencillamente porque todo indica
que, aunque vuelva llover, no será tan exageradamente como estos días, y esto
es justo lo que necesitan estos personajillos, tranquilidad para dedicarse a
menesteres menos complicados y desde luego muy alejados de las
responsabilidades propias de sus cargos,
porque entendemos que es en tiempo de paz cuando se solventan las deficiencias
que acaban dañando lo que no es de uno. Y en este caso, además, lo exige la
nómina que se cobra, que tampoco es moco de pavo.
