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Volvemos
de las vacaciones con la sensación de que todo sigue igual. De
hecho, si no fuera por el asunto de la corrupción entre parte de la
clase política y la evolución que ha registrado estas últimas
semanas, lo dicho: todo sigue igual. Cierto que tenemos registradas
algunas actuaciones de personas ligadas a nuestro futuro que hemos
guardado en nuestra memoria para cuando convenga sacarlas a la luz y
que, aunque tampoco han sido espectaculares, sí que han motivado a
otras personas que, más que porvenir, lo que tienen en realidad es
un por llegar. O sea, a los desesperados. A todo esto, confirmar
públicamente que la feria ha acabado con nuestros escasos
recursos económicos que nos quedaban, o sea, escuálidos bolsillos,
y que somos conscientes de que nos enfrentamos en precarias
condiciones a la recta final del año. Pero todo se andará, que
darle perspectiva a las cosas casi siempre suele dar buenos
resultados, o cuando menos mejores que cuando nos desenvolvemos entre
la angustia y la desesperación. Y es que decidir bajo presión no es
desde luego lo más aconsejable, y más cuando las consecuencias
negativas que se deriven de ésta no solo las sufriremos nosotros.
Lo
que ocurre es que hasta ahora lo único que les ha llegado de parte
de los gobernantes a las personas que perdieron su trabajo al mismo
tiempo que sus ilusiones personales y familiares, es que la
recuperación del estado del bienestar está al llegar, que es cosa
de meses y que, de hecho, ya se percibe luz a la salida del túnel.
Es más, mientras nuestros dirigentes insisten en que la recesión
económica ha acabado y que el año próximo se creará empleo neto,
los que de verdad mandan en nosotros y nuestro futuro, es decir,
Europa, aseguran todo lo contrario. ¿Quién tiene razón? Todo
indica que los más interesados en que nos creamos sus mensajes de
mejora a corto plazo son aquellos que tienen que vérselas con las
urnas en las cada vez más próximas elecciones, puesto que lo
que menos desean es perder el poder. Los otros, los de fuera, nos
observan con más frialdad y su único y manifiesto objetivo no es
otro que el de empobrecernos aún más, si es que ello es posible. Y
en medio, nosotros, que mantenemos la misma cara de tontos y que
seguimos sin entender casi nada de lo que ocurre a nuestro alrededor.
Es
verdad que el vodevil en el que se desenvuelve nuestro país, y que
va desde la separación de Rosa Benito hasta las vacaciones que
disfruta en Soto del Real Luis Bárcenas, influye en nuestro estado
de ánimo, aunque finalmente no sabemos si para bien o para mal. Y es
que cuando un país como el nuestro mantiene en nómina a tanto
corrupto, con nada menos que parte de la familia real envuelta en un
asunto turbio como pocos, en el que están a punto de imputar a la
alcaldesa de Valencia y al expresidente de la Generalidad de esta
comunidad; en el que actualmente a jueza Alaya ultima el caso de los
ERES de la Junta de Andalucía, que es la misma comunidad autónoma
en la que se ha descubierto una muy probable corrupción del
sindicato UGT, que también parece que está inmerso en los ERES; en
el que el partido que gobierna el país recorre aguas sucias y
turbulentas sencillamente porque lleva todas las papeletas para que
la Justicia demuestre que se ha financiado ilegalmente; en el que los
más listos de la clase, concretamente unos cuantos alcaldes, se han
atiborrado de dinero público y privado vendiendo suelo al mejor
postor… En un país, en fin, en el que sus dirigentes, centrales y
autonómicos, derrochan un dinero que no es suyo sin caérsele la
cara de vergüenza, en el que son miles los empleados públicos que
disfrutan de puestos bien pagados sin haberse enfrentado a concurso
público, etc., etc., lo menos que se nos pasa por la cabeza, y más
ante la ruina personal que tenemos encima, es pensar que
nosotros no lo hemos hecho del todo bien, que debíamos haber entrado
a saco a llevarnos el dinero calentito y que luego, delante del juez
de turno, haber negado la mayor o simplemente contestar que no nos
consta, hoy todo nos resultaría más fácil. De hecho, solo habría
sido necesario un puesto de chófer de algún director general para
que nuestras vidas y las de nuestra familia hubiera sido otra bien
distinta
En
fin, divagar no cuesta nada y está claro que a veces nos excedemos.
Mejor es que nos quedemos con lo único que nos pertenece y que es
intransferible, es decir, la coherencia y la dignidad, nuestro sello
personal que cada día que pasa, por cierto, nos cuesta más
controlar.