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La
práctica totalidad de los alumnos, a falta solo de los
universitarios, se han incorporado al nuevo curso escolar 2013-2014.
A partir de ahora las conversaciones de éstos y de sus familiares
rondarán alrededor de este fenómeno social en el que están
implicados miles de personas, desde el profesorado al alumnado. De
los más damnificados, sin duda, los estudiantes, que se las han
tenido que ver, especialmente sus progenitores, con unos gastos que
les han supuesto un desembolso que no por esperado han aceptado de
buena gana. Las quejas se han multiplicado y han sido causa de
desencuentros entre la Administración y la ciudadanía, que sigue
sin entender cómo en los tiempos que corren se les permite, por
ejemplo, a las editoriales que introduzcan cambios en los libros de
texto de forma que impidan que puedan ser aprovechados por los
estudiantes que vienen detrás. Y se entiende si tenemos en cuenta
que el desembolso que exige este apartado es el que más esfuerzo
demanda de las familias.
Lo
primero que se desprende una situación tan desagradable es la
aparición de niñas y niños que acuden a clase con algún material
de menos, aunque se entienda imprescindible por la comunidad
educativa, que a su vez se le exige desde la Administración. ¿Y qué
puede hacer el profesorado para reconducir esta situación? Pues más
bien poco que vaya más allá de la comprensión propia de quienes
asisten año a año a la evolución de sus educandos, sobre los que
invierten sus conocimientos y siguen los cambios que sufren durante
el proceso educativo que tanto necesitan. De si las Administraciones
acuden en ayuda de estas familias o de si existen mecanismos
oficiales desde los que obtener ayuda para superar este tropiezo,
nada de nada. Como mucho, que en el centro escolar se acepte lo que
sin duda es una grave anomalía, porque dificulta enormemente el
acceso del alumno a los conocimientos que aportan los libros de
texto, y se permita acudir a clase aun faltándole el material de una
o dos asignaturas.
Y que
conste que esta situación no es nueva y que proviene de la falta de
liquidez que padecen las familias desde hace años. La escasez de
trabajo obliga al núcleo familiar a priorizar, y es muy complicado
distribuir lo poco que les llega sin colocar por delante de cualquier
otra necesidad los alimentos. Por lo tanto, si cada inicio de curso
demanda entre doscientos y trescientos euros a cada estudiante y son
más de dos por familia los que tendrán presencia en algún centro
escolar, ya me dirán ustedes los malabarismos que los padres tienen
que hacer para conseguir casi los mil euros que necesitan.
Nunca
como en los tiempos que corren echamos más de menos la intervención
de la clase política en asunto de tanta trascendencia, sobre el que
debían volcarse sin limitaciones para conseguir controlar un mercado
que se les ha ido de las manos y del que, quienes lo explotan,
obtienen pingües beneficios casi sin esfuerzo, ya que su mayor tarea
consiste en conseguir el consentimiento de los centros escolares y de
las personas que firman el contrato que se extiende entre las partes,
y del que se desprende que no se podrán usar otros libros de texto
que no sean los de estas editoriales. Y lo mismo ocurre cuando están
obligados a ir uniformados al centro escolar y con otras necesidades
de ineludible cumplimiento. Aunque no parece que sea necesario,
queremos dejar claro que el mundo de la educación ha sido desde
siempre un gran negocio y no precisamente para los educandos.