martes, 17 de septiembre de 2013

POR FIN, CASI TODOS EN CLASE

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La práctica totalidad de los alumnos, a falta solo de los universitarios, se han incorporado al nuevo curso escolar 2013-2014. A partir de ahora las conversaciones de éstos y de sus familiares rondarán alrededor de este fenómeno social en el que están implicados miles de personas, desde el profesorado al alumnado. De los más damnificados, sin duda, los estudiantes, que se las han tenido que ver, especialmente sus progenitores, con unos gastos que les han supuesto un desembolso que no por esperado han aceptado de buena gana. Las quejas se han multiplicado y han sido causa de desencuentros entre la Administración y la ciudadanía, que sigue sin entender cómo en los tiempos que corren se les permite, por ejemplo, a las editoriales que introduzcan cambios en los libros de texto de forma que impidan que puedan ser aprovechados por los estudiantes que vienen detrás. Y se entiende si tenemos en cuenta que el desembolso que exige este apartado es el que más esfuerzo demanda de las familias.

Lo primero que se desprende una situación tan desagradable es la aparición de niñas y niños que acuden a clase con algún material de menos, aunque se entienda imprescindible por la comunidad educativa, que a su vez se le exige desde la Administración. ¿Y qué puede hacer el profesorado para reconducir esta situación? Pues más bien poco que vaya más allá de la comprensión propia de quienes asisten año a año a la evolución de sus educandos, sobre los que invierten sus conocimientos y siguen los cambios que sufren durante el proceso educativo que tanto necesitan. De si las Administraciones acuden en ayuda de estas familias o de si existen mecanismos oficiales desde los que obtener ayuda para superar este tropiezo, nada de nada. Como mucho, que en el centro escolar se acepte lo que sin duda es una grave anomalía, porque dificulta enormemente el acceso del alumno a los conocimientos que aportan los libros de texto, y se permita acudir a clase aun faltándole el material de una o dos asignaturas.

Y que conste que esta situación no es nueva y que proviene de la falta de liquidez que padecen las familias desde hace años. La escasez de trabajo obliga al núcleo familiar a priorizar, y es muy complicado distribuir lo poco que les llega sin colocar por delante de cualquier otra necesidad los alimentos. Por lo tanto, si cada inicio de curso demanda entre doscientos y trescientos euros a cada estudiante y son más de dos por familia los que tendrán presencia en algún centro escolar, ya me dirán ustedes los malabarismos que los padres tienen que hacer para conseguir casi los mil euros que necesitan.


Nunca como en los tiempos que corren echamos más de menos la intervención de la clase política en asunto de tanta trascendencia, sobre el que debían volcarse sin limitaciones para conseguir controlar un mercado que se les ha ido de las manos y del que, quienes lo explotan, obtienen pingües beneficios casi sin esfuerzo, ya que su mayor tarea consiste en conseguir el consentimiento de los centros escolares y de las personas que firman el contrato que se extiende entre las partes, y del que se desprende que no se podrán usar otros libros de texto que no sean los de estas editoriales. Y lo mismo ocurre cuando están obligados a ir uniformados al centro escolar y con otras necesidades de ineludible cumplimiento. Aunque no parece que sea necesario, queremos dejar claro que el mundo de la educación ha sido desde siempre un gran negocio y no precisamente para los educandos.