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Si
nos damos prisa y no nos falta la suerte, la cifra de mujeres
asesinadas en nuestro país en lo que va de año es de cuarenta y
ocho. La semana pasada fallecieron dos y, si nos atenemos
estrictamente a las macabras estadísticas que presentan este tipo
actuaciones del compañero sobre la mujer, lo más probable es que
nos veamos obligados a certificar otros asesinatos. Por lo tanto, de
nuevo nos encontramos en el mismo punto de partida, con infinidad de
muestras de rechazo, declaraciones de los responsables políticos de
esta área, con trabajos periodísticos de gran importancia, pero con
el problema sin resolver. Miles son los euros invertidos en mantener
las estructuras políticas que se supone cuidan de que no se
produzcan este tipo de situaciones: inversiones en el equipamiento
policial, en remodelar los despachos de los casi siempre designados a
dedo en edificios inteligentes, en cambiar el coche del que sustituye
al recién cesado, en campañas publicitarias de dudoso o escaso
impacto social, en idas y venidas a las poblaciones que han sido
agredidas por algún loco de atar, en la confección de pancartas que
rechazan la violencia de género y que pide a gritos que no más
muertes, etc. Pero, ya lo hemos dicho, el problema es real y está
claro que no hemos sido ni siquiera capaces de llegar a la mitad de
la importancia que representa para las mujeres.
Ahora
parece que lo que se lleva desde la Administración es lo de educar
desde la infancia y lo que desde las instituciones denominan
enfáticamente como leyes transversales. De acuerdo con algunos
técnicos en la materia, que desde luego tiempo y casos han tenido
para aprender, el sistema fracasa justo cuando se contabiliza una
muerte más. Es decir, que no aportan casi nada a lo que ya sabemos y
sobre lo que seguimos esperando soluciones, sean del tipo que sean.
Quizá por eso ahora se trabaje más sobre lo de la educación de los
jóvenes, convencidos los técnicos de que es la mejor manera para
evitar que se sigan reproduciendo patrones de violencia. Se les
olvida, o quizá todo lo contrario, la estadística conocida hace
unos días en la que hemos podido comprobar que entre los jóvenes de
entre quince y dieciocho años ha aumentado significativamente la
violencia sobre la mujer, concretamente en un treinta por ciento. Es
cierto que muchos de estos chavales llegan a estas edades con la
lección bien aprendida en su casa, en donde han tenido la
desafortunada experiencia de asistir a violentos maltratos del padre
sobre la madre y que esta malformación en la niñez acaba explotando
casi siempre en la juventud, pero seguimos explicándole a la
sociedad la teórica de una realidad insoportable sin pasar a la
acción, como la situación pide a gritos.
En
cuanto a lo que desde la oficialidad se denuncia como parte de la
responsabilidad que la Administración tiene en este asunto, no se
cortan los técnicos a la hora de valorar las acciones que se han
previsto cuando aseguran que la ley en vigor no se ha desarrollado ni
siquiera a corto y medio plazo, y que los ámbitos sanitarios y
educacionales, que son definitivos cuando se trata de violencia de
género, sencillamente ni siquiera se han iniciado. De hecho,
denuncian que se está fallando sistemáticamente en la detección y
prevención de los casos, ya que no se trata sólo del mundo
educativo, sino la sociedad entera la que se equivoca a la hora de
valorar con rigor el tema de la violencia de género, que es evidente
necesita asumir que deben ser tratados como material tan sensible
como el terrorismo.
Por
el momento, a lo más que han llegado a la hora de concluir con algo
que compartir con la sociedad de la que dependen para subsistir en
sus respectivos cargos, es a la necesidad de revisar los tratamientos
de los casos de maltrato en los medios de comunicación, planteando
la necesidad de implantar controles capaces de evaluar, con capacidad
ejecutiva, para poder retirar de la programación de éstos los
espacios que fomenten la discriminación de la mujer, que
especialmente encontramos en series de gran impacto social, en los
anuncios televisivos y en la prensa escrita, y también en los
grandes paneles que nos dan la bienvenida en las entradas y salidas
de las ciudades. Lo dicho: nosotros estamos convencidos de que uno de
los graves problemas que tiene la violencia de género es que quienes
la manejan no acaban de aceptar su propio trabajo. Y es que una cosa
es estar en el tajo tratando con las damnificadas y otra bien
diferente es estar delante de papeles en un magnífico despacho y un
sueldo más que aceptable.