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Cuando
iniciamos o estrenamos un nuevo mes, casi siempre nos lo tomamos como
cuando lo hacemos dando la bienvenida a un nuevo año, es decir, que
nos planteamos nuevas metas a las que acudir, nuevos retos que
cumplir y no menos intenciones de marcar nuevos derroteros en
nuestras vidas que, también como casi siempre, dejamos aparcados
para otro momento a los pocos días, si es que realmente los ponemos
en marcha. Independientemente de cómo lo hagamos este mes de
octubre, la única realidad a la que nos enfrentamos no es otra que
la de que nos aproximamos inexorablemente al nuevo año. Y como desde
todos los frentes que tenemos abiertos, desde los políticos a los
laborales, pasando por las ilusiones más banales, es alcanzar cuanto
antes la meta del 2014 porque será entonces cuando nuestro país
comience una nueva etapa, en la que nos cambiará la vida de manera
significativa y durante la cual conseguiremos el ansiado objetivo de
obtener un puesto de trabajo con el que tratar de darle sentido a la
vida, pues en eso estamos, en que el nuevo año será el nuestro.
Es
evidente que el mensaje de los políticos, especialmente el que nos
llega procedente directamente del Gobierno, ha sido creado
específicamente para motivarnos y conseguir de nosotros una fecha
referencial que nos alivie de la presión a la que estamos sometidos,
insoportable e injusta. Y no es que estemos poniendo en duda las
palabras y mensajes que nos envían, que eso sería causa de otro
comentario, y sí que el hecho de que no coincidan éstos con los que
nos llegan procedentes de Europa, en donde reside la “troika” o
los hombres de negro que nos prestan el dinero, que es lo mismo que
decir en donde de verdad está el futuro de nuestro país y el punto
geográfico donde se toman las decisiones económicas. Por lo tanto,
cuando menos permítasenos la duda sobre la realidad que desprende
este ir y venir de declaraciones que tanto nos afecta y que tanto
contribuye a la inestabilidad emocional de los ciudadanos. Es cierto
que la evolución económica del país ha cambiado de signo de forma
notoria y que todo indica que ha comenzado el camino hacia la
esperanza, pero no lo es menos que cuando lleguemos a la deseada
estabilidad, lo haremos en peores condiciones que cuando la dejamos.
Y aquí creemos reside la parte más controvertida de una situación
agobiante que no necesita de pormenorizar detalles.
Por
el momento, con la educación reclamada en la calle, la sanidad
denunciada en todo el país, las colas del paro a reventar, el estado
de la justicia reflejado en pancartas, la cultura anunciando su
desaparición y los bancos atiborrándose de dinero público que no
tienen intención de devolver y que nadie se lo exigirá, lo menos
que podemos pensar es que alguien ha hecho muy mal las cosas. Eso de
que el Gobierno, sea el que sea, que ahora es lo de menos, tiene todo
el poder y que la ciudadanía tiene la culpa de todos los males es un
reparto cuando menos denunciable. Sin embargo, esto es lo que hay. La
clase política lo podrá adornar como guste o como quede mejor, pero
esa la sensación que llega a quienes padecen la crisis con toda
intensidad y lo entendemos, porque a estas alturas las palabras
sencillamente no sirven de nada. Quizás porque las han usado en
demasiadas ocasiones o porque no han sabido utilizarlas
adecuadamente.