martes, 1 de octubre de 2013

¿NUEVOS TIEMPOS PARA EL PAÍS?

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Cuando iniciamos o estrenamos un nuevo mes, casi siempre nos lo tomamos como cuando lo hacemos dando la bienvenida a un nuevo año, es decir, que nos planteamos nuevas metas a las que acudir, nuevos retos que cumplir y no menos intenciones de marcar nuevos derroteros en nuestras vidas que, también como casi siempre, dejamos aparcados para otro momento a los pocos días, si es que realmente los ponemos en marcha. Independientemente de cómo lo hagamos este mes de octubre, la única realidad a la que nos enfrentamos no es otra que la de que nos aproximamos inexorablemente al nuevo año. Y como desde todos los frentes que tenemos abiertos, desde los políticos a los laborales, pasando por las ilusiones más banales, es alcanzar cuanto antes la meta del 2014 porque será entonces cuando nuestro país comience una nueva etapa, en la que nos cambiará la vida de manera significativa y durante la cual conseguiremos el ansiado objetivo de obtener un puesto de trabajo con el que tratar de darle sentido a la vida, pues en eso estamos, en que el nuevo año será el nuestro.

Es evidente que el mensaje de los políticos, especialmente el que nos llega procedente directamente del Gobierno, ha sido creado específicamente para motivarnos y conseguir de nosotros una fecha referencial que nos alivie de la presión a la que estamos sometidos, insoportable e injusta. Y no es que estemos poniendo en duda las palabras y mensajes que nos envían, que eso sería causa de otro comentario, y sí que el hecho de que no coincidan éstos con los que nos llegan procedentes de Europa, en donde reside la “troika” o los hombres de negro que nos prestan el dinero, que es lo mismo que decir en donde de verdad está el futuro de nuestro país y el punto geográfico donde se toman las decisiones económicas. Por lo tanto, cuando menos permítasenos la duda sobre la realidad que desprende este ir y venir de declaraciones que tanto nos afecta y que tanto contribuye a la inestabilidad emocional de los ciudadanos. Es cierto que la evolución económica del país ha cambiado de signo de forma notoria y que todo indica que ha comenzado el camino hacia la esperanza, pero no lo es menos que cuando lleguemos a la deseada estabilidad, lo haremos en peores condiciones que cuando la dejamos. Y aquí creemos reside la parte más controvertida de una situación agobiante que no necesita de pormenorizar detalles.


Por el momento, con la educación reclamada en la calle, la sanidad denunciada en todo el país, las colas del paro a reventar, el estado de la justicia reflejado en pancartas, la cultura anunciando su desaparición y los bancos atiborrándose de dinero público que no tienen intención de devolver y que nadie se lo exigirá, lo menos que podemos pensar es que alguien ha hecho muy mal las cosas. Eso de que el Gobierno, sea el que sea, que ahora es lo de menos, tiene todo el poder y que la ciudadanía tiene la culpa de todos los males es un reparto cuando menos denunciable. Sin embargo, esto es lo que hay. La clase política lo podrá adornar como guste o como quede mejor, pero esa la sensación que llega a quienes padecen la crisis con toda intensidad y lo entendemos, porque a estas alturas las palabras sencillamente no sirven de nada. Quizás porque las han usado en demasiadas ocasiones o porque no han sabido utilizarlas adecuadamente.