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Está
claro que la visita anual que nos hacen los profesionales que
gestionan el mercado medieval, que dicho sea de paso de medieval no
tiene nada, no siempre son bienvenidos, especialmente por parte
del entramado comercial de la ciudad. Y se entiende porque en los
puestos que encontramos entre la variada oferta, escasísimos son los
artículos que comercializan que no encontremos en cualquiera de
nuestros establecimientos. Consecuentemente, están enfrentados casi
de nacimiento, porque la idea de recorrer el país por parte de los
peregrinos del comercio ambulante a lo más que llegan es a ser eso:
competencia directa de los empresarios que a lo largo de todo el año
deben enfrentarse con todo tipo de impuestos, incluidos los de los
trabajadores, sin los beneficios inmediatos que reciben quienes
aportan poca documentación y permisos para desarrollar sus propias
tareas.
Por
otra parte, la Concejalía de Desarrollo está obligada a remover la
desgana ciudadana por salir a la calle y sabe que este tipo de
espectáculos o encuentros son fundamentales para el objetivo que
persigue. De esta manera consigue que los establecimientos ubicados
en las inmediaciones del mercado medieval sean visionados por las
miles de personas que discurren frente o al lado de sus escaparates,
aunque luego será responsabilidad directa del profesional que los
gestionan el que tengan capacidad de atracción suficiente como para
obligar al potencial cliente a que al menos se informe sobre lo que
ve. Y en este ir y venir, en este larvado enfrentamiento entre la
oficialidad y los poderes públicos, las críticas forman parte
indisoluble de este encuentro anual. Otra cosa es que nosotros
podamos dar la razón a una de las partes, detalle que ni nos
corresponde ni sería bueno que nos posicionáramos, aunque si
tenemos que expresar lo que en realidad nos parece el mercado en
cuestión, creemos que, ya puestos, debía exigírseles un mejor
aspecto del conjunto, una mejor distribución de los puestos de
venta, especialmente evitando situarse junto a monumentos de la
ciudad y establecimientos que comercialicen lo mismo que el recién
llegado, además de un mínimo de originalidad. En cuanto a si deben
o no expender alimentos, está claro que sus señorías los
mercaderes no disponen de las medidas sanitarias mínimas que se les
exigen a los establecimientos hosteleros de nuestra ciudad, que deben
de tener aseos, agua caliente y fría, y sus empleados estar en
posesión de los correspondientes certificados que les acreditan para
manipular alimentos. Y precisamente en este disparate reside parte de
la justificada crítica y rechazo de este colectivo, porque entienden
que es un agravio comparativo porque se autoriza el comercio de
alimentos y bebidas a quienes, ni ellos ni sus tiendas, reúnen las
exigencias legales en vigor para este trabajo.
Ahora
habrá que esperar a conocer los controles oficiales que se hayan
podido realizar alrededor de este evento y saber si ha servido de
algo con respecto a si las ventas han aumentando con relación a un
fin de semana normal, que se supone, recuerden, es el objetivo
oficial. Evidentemente, el Ayuntamiento recibe dinero fresco de forma
directa y sólo por eso podían asegurar que vale la pena, pero no
tener en cuenta la opinión de los ciudadanos y los comerciantes de
las zonas en donde se ha ubicado este año no ayuda precisamente a
que el entendimiento presida las normales relaciones que deben darse
entre las partes. Repetimos que el control que debe realizarse antes,
durante y después sobre el mercado medieval debe ser exhaustivo en
algunos casos y exigente en el resto en beneficio de un mejor
entendimiento y un desarrollo del evento más compartido.