lunes, 18 de noviembre de 2013

LA CRISIS NOS UNE

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Parece que la meteorología ha decidido dar un giro radical a su aspecto de cara a nosotros, los humanos, y por fin se presenta en sociedad tal y como es, sin tapujos ni malos rollos. Y ya era hora, podemos decir, porque eso de que deambuláramos por más de la mitad del otoño de este año casi en mangas de camisa, la verdad es que normal del todo no era. Si acaso, extraño, pero de ninguna de las maneras ha pasado sin que nos hayamos dado cuenta de lo que sin duda ha sido raro por demás. Así que por fin ha llegado el frío, que es lo mismo que decir que por fin aceptamos que transitamos por el mes de noviembre y por encima de su ecuador con las prendas de abrigo propias de la estación y de toda la vida, que lo del cambio climático parece que va en serio y que los únicos que no se lo toman con criterio son los gobiernos del mundo, que han vuelto a dar la espalda a la llamada de los científicos, que reclaman más control de las emisiones a la atmósfera, especialmente los chinos, los norteamericanos y los rusos, a la vista de los males naturales que tanto daño hacen en los lugares en los que tienen lugar algunos de sus capítulos más devastadores, como es el caso de Filipinas, en donde el número de muertos es aún desconocido y en donde falta sencillamente de todo.

Tal como aseguran los medios de comunicación nacionales, los españoles hemos vuelto a dar la cara ante una de las catástrofes más sangrientas de los últimos años y que, como hemos dicho, se ha llevado por delante a miles y miles de personas. Como ocurre en todos los casos, han sido los más desfavorecidos, los más pobres, los que vivían en chozas o viviendas de escasa calidad, los que se han llevado la peor parte de semejante brutalidad natural y los que pasarán años sin posibilidades de recuperar lo poco que tenían, lo que viene a recordarnos que parece que la Divinidad tiene especial preferencia por hacer daño a quienes menos poseen y seguro que también los que menos culpa han tenido en la desgracia que se les ha venido encima. El hecho de que el mundo entero haya respondido a la desesperada llamada de esta nación, que reclama medicinas, agua, ropa de abrigo y alimentos de todo tipo, nos hace pensar que solos del todo no estamos, aunque sí nos sintamos rodeados de ignorantes que sólo buscan el destello momentáneo de su palabra en favor de la mentira y la duda. Muchos son los que, ante su propia desventura, su escaso sentido de la solidaridad y rácanos hasta la muerte, no se fían, dicen, del dinero que aportamos en favor de estos desgraciados que se han quedado sin nada. Y precisamente ellos, que se creen autorizados a preguntar dónde va su óbolo de veinte euros, no sea que alguno lo invierta en vino u otros vicios inconfesables.


En situaciones de emergencia, cuando las necesidades son muchas y el daño infinito, lo de plantearse la duda es sencillamente la aberración de uno mismo. Pero se da entre nosotros y con más frecuencia de lo que podemos llegar a creer. Alguien podía pensar que la crisis nos ha obligado a ser tan desconfiados como somos, pero tampoco estamos de acuerdo en esta aseveración, ya que son precisamente los que peor lo están pasando, los que menos tienen, los que antes dan lo que poseen sin pensar siquiera si mañana lo necesitarán. En momentos de tanta angustia, cuando la necesidad no puede ser contabilizada, la actitud que mostremos nos presentará ante los demás tal y como en realidad somos, lo que conviene que no olvidemos si de verdad deseamos echar una mano al necesitado.