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Parece
que la meteorología ha decidido dar un giro radical a su aspecto de
cara a nosotros, los humanos, y por fin se presenta en sociedad tal y
como es, sin tapujos ni malos rollos. Y ya era hora, podemos
decir, porque eso de que deambuláramos por más de la mitad del
otoño de este año casi en mangas de camisa, la verdad es que normal
del todo no era. Si acaso, extraño, pero de ninguna de las maneras
ha pasado sin que nos hayamos dado cuenta de lo que sin duda ha sido
raro por demás. Así que por fin ha llegado el frío, que es lo
mismo que decir que por fin aceptamos que transitamos por el mes de
noviembre y por encima de su ecuador con las prendas de abrigo
propias de la estación y de toda la vida, que lo del cambio
climático parece que va en serio y que los únicos que no se lo
toman con criterio son los gobiernos del mundo, que han vuelto a dar
la espalda a la llamada de los científicos, que reclaman más
control de las emisiones a la atmósfera, especialmente los chinos,
los norteamericanos y los rusos, a la vista de los males naturales
que tanto daño hacen en los lugares en los que tienen lugar algunos
de sus capítulos más devastadores, como es el caso de Filipinas, en
donde el número de muertos es aún desconocido y en donde falta
sencillamente de todo.
Tal
como aseguran los medios de comunicación nacionales, los españoles
hemos vuelto a dar la cara ante una de las catástrofes más
sangrientas de los últimos años y que, como hemos dicho, se ha
llevado por delante a miles y miles de personas. Como ocurre en todos
los casos, han sido los más desfavorecidos, los más pobres, los que
vivían en chozas o viviendas de escasa calidad, los que se han
llevado la peor parte de semejante brutalidad natural y los que
pasarán años sin posibilidades de recuperar lo poco que tenían, lo
que viene a recordarnos que parece que la Divinidad tiene especial
preferencia por hacer daño a quienes menos poseen y seguro que
también los que menos culpa han tenido en la desgracia que se les ha
venido encima. El hecho de que el mundo entero haya respondido a la
desesperada llamada de esta nación, que reclama medicinas, agua,
ropa de abrigo y alimentos de todo tipo, nos hace pensar que solos
del todo no estamos, aunque sí nos sintamos rodeados de ignorantes
que sólo buscan el destello momentáneo de su palabra en favor de la
mentira y la duda. Muchos son los que, ante su propia desventura, su
escaso sentido de la solidaridad y rácanos hasta la muerte, no se
fían, dicen, del dinero que aportamos en favor de estos desgraciados
que se han quedado sin nada. Y precisamente ellos, que se creen
autorizados a preguntar dónde va su óbolo de veinte euros, no sea
que alguno lo invierta en vino u otros vicios inconfesables.
En
situaciones de emergencia, cuando las necesidades son muchas y el
daño infinito, lo de plantearse la duda es sencillamente la
aberración de uno mismo. Pero se da entre nosotros y con más
frecuencia de lo que podemos llegar a creer. Alguien podía pensar
que la crisis nos ha obligado a ser tan desconfiados como somos,
pero tampoco estamos de acuerdo en esta aseveración, ya que son
precisamente los que peor lo están pasando, los que menos tienen,
los que antes dan lo que poseen sin pensar siquiera si mañana lo
necesitarán. En momentos de tanta angustia, cuando la necesidad no
puede ser contabilizada, la actitud que mostremos nos presentará
ante los demás tal y como en realidad somos, lo que conviene que no
olvidemos si de verdad deseamos echar una mano al necesitado.