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Lo
quieran o no los gurús de la macroeconomía, que es algo abstracto
de lo que sólo sabemos que nos queda lejos, muy lejos, todo se
arreglará pronto. Tampoco faltan a este banquete los invitados
elegidos por los mandamases del cotarro, que no tienen más misión
que la de enviar mensajes de buena esperanza a todo el que quiera
escucharles: que ya está llegando dinero de fuera, que se ven claras
muestras de que en unos meses comenzará la creación de empleo, que
se trata de tener paciencia y creer en lo que nos cuentan… En
definitiva, que con fe todo nos irá mejor, como si en creer a pies
juntillas todo lo que interesadamente nos cuentan nos servirá para
capear la falta de trabajo que arrastramos desde hace años, o para
llevar alimentos a casa, o para evitar los malos ratos que llevas
acumulados desde que un mal día, cuando acudiste a tu trabajo, la
cara de tu jefe lo decía todo. Y hasta hoy. Naturalmente, si alguien
afirma con rotundidad que eso de creerse a quienes traen y llevan la
buena nueva resultará a corto plazo positivo, pues nada que decir.
Pero no debe ser sencillo y a las pruebas nos remitimos, ya que es
evidente que una cosa es lo que nos dicen y otra bien diferente lo
que ocurre a nuestro alrededor.
Entre
nosotros, por ejemplo, los datos del paro no son precisamente
halagüeños y ni muchos menos premonitorios de que el cambio a mejor
esté a punto de llegar. Al contrario, los números, fríos como el
hielo, se limitan a reflejar una realidad ampliamente compartida
que mantiene a miles de personas en situación de sin empleo y, de
acuerdo también con las matemáticas, con escasísimas posibilidades
de cambiar su destino. Y esto es lo que hay. Otra cosa es que, en un
alarde de imaginación desconocido en nuestros gobernantes, de lo que
se trate es de conseguir una motivación colectiva que podría
servirnos, si no para conseguir el empleo que tanto necesitamos, sí
para vivir es un estado de armonía con nosotros mismos en el que nos
dé todo igual, que cuando la esposa nos pida dinero para dar de
comer a los vástagos o éstos nos soliciten ayuda para adquirir
algún elemento para el cole o el instituto, miremos para otro lado,
como si no fuera con nosotros. Desde luego, si en realidad se trata
de eso, parece que no han conseguido ni siquiera un adepto a su
causa. Y debería ser tenido en cuenta por quienes han patrocinado
semejante disparate, porque el objetivo que perseguían sencillamente
no han podido compartirlo con nadie.
Y es
que las necesidades, el hambre, el recibo del alquiler de la vivienda
o la hipoteca, la electricidad, las medicinas, el teléfono, los
gastos de la familia, etc., tienen nombre y, además, aparecen con
una regularidad matemática: todos los fines de mes. Y no fallan.
Tampoco las cartas que reclaman los recibos impagados, que suelen
venir acompañadas de avisos de cortes de luz o de agua, o el banco
que te recuerda que llevas dos meses sin pagar el recibo de la
hipoteca y que a los tres te irás a la calle sin remisión… Si en
situación tan desesperante alguien cree que mensajes del corte de lo
que les contamos pueden ayudarles a sentirse más seguros ante la
situación de desamparo que padecen, van bien. Y más cuando
escuchamos los otros mensajes, los que vienen de otros videntes, de
los realistas, a los que también hay que hacerles un hueco por
aquello de disponer de las dos versiones, que aseguran todo lo
contrario sobre lo que tenemos encima. De entre otros, que, en caso
de que algún día la situación pueda variar a mejor, eso ocurriría
en al menos diez años; o que el paro no sólo no se reducirá, sino
que aumentará significativamente a lo largo de 2014; o que se han
perdido dos generaciones de jóvenes que, a la vejez, ni siquiera
habrán cotizado dinero para subsistir sus últimos años. Y en esta
situación nos encontramos: apaleados por todos lados, sin futuro y
cada vez con menos posibilidades de volver al tajo. Si a esto algunos
le llaman salida de la crisis, pues habrá que creerlos, pero no del
todo.