martes, 26 de noviembre de 2013

LO QUE NOS CUENTAN Y LO QUE DE VERDAD OCURRE

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Lo quieran o no los gurús de la macroeconomía, que es algo abstracto de lo que sólo sabemos que nos queda lejos, muy lejos, todo se arreglará pronto. Tampoco faltan a este banquete los invitados elegidos por los mandamases del cotarro, que no tienen más misión que la de enviar mensajes de buena esperanza a todo el que quiera escucharles: que ya está llegando dinero de fuera, que se ven claras muestras de que en unos meses comenzará la creación de empleo, que se trata de tener paciencia y creer en lo que nos cuentan… En definitiva, que con fe todo nos irá mejor, como si en creer a pies juntillas todo lo que interesadamente nos cuentan nos servirá para capear la falta de trabajo que arrastramos desde hace años, o para llevar alimentos a casa, o para evitar los malos ratos que llevas acumulados desde que un mal día, cuando acudiste a tu trabajo, la cara de tu jefe lo decía todo. Y hasta hoy. Naturalmente, si alguien afirma con rotundidad que eso de creerse a quienes traen y llevan la buena nueva resultará a corto plazo positivo, pues nada que decir. Pero no debe ser sencillo y a las pruebas nos remitimos, ya que es evidente que una cosa es lo que nos dicen y otra bien diferente lo que ocurre a nuestro alrededor.

Entre nosotros, por ejemplo, los datos del paro no son precisamente halagüeños y ni muchos menos premonitorios de que el cambio a mejor esté a punto de llegar. Al contrario, los números, fríos como el hielo, se limitan a reflejar una realidad ampliamente compartida que mantiene a miles de personas en situación de sin empleo y, de acuerdo también con las matemáticas, con escasísimas posibilidades de cambiar su destino. Y esto es lo que hay. Otra cosa es que, en un alarde de imaginación desconocido en nuestros gobernantes, de lo que se trate es de conseguir una motivación colectiva que podría servirnos, si no para conseguir el empleo que tanto necesitamos, sí para vivir es un estado de armonía con nosotros mismos en el que nos dé todo igual, que cuando la esposa nos pida dinero para dar de comer a los vástagos o éstos nos soliciten ayuda para adquirir algún elemento para el cole o el instituto, miremos para otro lado, como si no fuera con nosotros. Desde luego, si en realidad se trata de eso, parece que no han conseguido ni siquiera un adepto a su causa. Y debería ser tenido en cuenta por quienes han patrocinado semejante disparate, porque el objetivo que perseguían sencillamente no han podido compartirlo con nadie.


Y es que las necesidades, el hambre, el recibo del alquiler de la vivienda o la hipoteca, la electricidad, las medicinas, el teléfono, los gastos de la familia, etc., tienen nombre y, además, aparecen con una regularidad matemática: todos los fines de mes. Y no fallan. Tampoco las cartas que reclaman los recibos impagados, que suelen venir acompañadas de avisos de cortes de luz o de agua, o el banco que te recuerda que llevas dos meses sin pagar el recibo de la hipoteca y que a los tres te irás a la calle sin remisión… Si en situación tan desesperante alguien cree que mensajes del corte de lo que les contamos pueden ayudarles a sentirse más seguros ante la situación de desamparo que padecen, van bien. Y más cuando escuchamos los otros mensajes, los que vienen de otros videntes, de los realistas, a los que también hay que hacerles un hueco por aquello de disponer de las dos versiones, que aseguran todo lo contrario sobre lo que tenemos encima. De entre otros, que, en caso de que algún día la situación pueda variar a mejor, eso ocurriría en al menos diez años; o que el paro no sólo no se reducirá, sino que aumentará significativamente a lo largo de 2014; o que se han perdido dos generaciones de jóvenes que, a la vejez, ni siquiera habrán cotizado dinero para subsistir sus últimos años. Y en esta situación nos encontramos: apaleados por todos lados, sin futuro y cada vez con menos posibilidades de volver al tajo. Si a esto algunos le llaman salida de la crisis, pues habrá que creerlos, pero no del todo.