Como
habrán tenido oportunidad de conocer estos días, la noticia
trascendente, en relación con los accidentes de tráfico a lo largo
del año, es que ha sido sensiblemente inferior a las de 2012. Se
confirma de esta forma que las políticas implantadas por Tráfico a
lo largo de los últimos años siguen dando resultados positivos,
habilitándoles para mantener la firmeza mostrada hasta ahora e
incorporando nuevas normas en la misma o parecida línea que estamos
seguros influirán también en la reducción de los accidentes, que
no otra cosa se persigue. Por supuesto, no todos están de acuerdo en
mantener las actuales limitaciones y tampoco faltan las
organizaciones automovilísticas que mantienen sus dudas sobre
algunas de las medidas que viene adoptando la Dirección General y
que, por lo que las estadísticas confirman, están siendo bien
aceptadas por los conductores.
Como
a cualquier ejecutivo, al puesto de director general de Tráfico se
le exigen resultados positivos. En este caso no se trata de facturar
más, sino de reducir la cifra de muertes en carretera. Y si para que
una empresa resulte competitiva en el mercado en el que se
desenvuelve es necesario tomar medidas drásticas, sus directivos las
tomarán con todas las consecuencias. Y no otra cosa le ha sucedido a
los diferentes directores generales, que han recibido el testigo de
sus predecesores con el mismo objetivo: reducir la mortalidad en las
carreteras. Así las cosas, es lógico que conforme se van
incorporando responsables al frente de la Dirección General
implanten sus políticas, que, como ocurre en la empresa privada, no
siempre sus decisiones son compartidas por todo el personal. En
nuestro caso, avaladas por el Congreso de los Diputados, éstas son
de obligado cumplimiento y, si te excedes, te sancionan y punto. Todo
lo demás son añadidos inútiles que, por otra parte, se valoran
desde diferentes prismas, porque a quienes sufren la pérdida de un
familiar por un accidente de tráfico aún les parecerán escasas;
mientras, a los que se mantienen en el convencimiento de que a ellos
nunca les ocurrirá nada, todo lo contrario.
Por
esto es fundamental valorar con mesura las decisiones que toman los
demás en nuestro beneficio, porque no otro es su objetivo:
limitarnos los excesos desde el convencimiento de que es la mejor
manera de evitar el accidente y sus temibles consecuencias. ¿Alguien
puede pensar que los fallecidos a lo largo de este año en nuestras
carreteras les pasó por la cabeza en algún momento la posibilidad
de sufrir un accidente? Seguro que no. Conducimos tan convencidos y
tan confiados en que estamos a lo que estamos, en que no cometemos
excesos y que la suerte nos acompaña, que ni de lejos caemos en la
cuenta de que en cualquier momento nos puede tocar a nosotros. Y no
siempre por nuestra culpa, porque el que viene de frente o detrás
también participa en la circulación y puede ser él el que cometa
el error y nos implique. Pero también nosotros, ya que somos los que
llevamos nuestro coche de un lado a otro y los que, cuando han pasado
unos minutos, dejamos de atender a nuestra obligación, que no es
otra que la de conducir. Que si la radio, o la música, o el
cigarrillo, o el GPS, o el teléfono… Y todo porque de nuevo las
distracciones o el exceso de confianza han participado de forma muy
activa en los accidentes registrados a lo largo del año pasado, lo
mismo que ha ocurrido con los conductores que habían consumido
alcohol o estupefacientes.
Por
todo esto, coincidir en la mayoría de los casos con las políticas
de la Dirección General de Tráfico es para nosotros una máxima. Y
no tardarán en llegar más. Concretamente esta primavera, que será
cuando las conozcamos y cuando las valoremos. Mientras tanto,
recuerden que por mucho que se esfuercen por conducir como mandan las
normas y el sentido común, siempre podemos encontrarnos con otro
conductor que piensa y hace todo lo contrario.