jueves, 9 de enero de 2014

NO SOMOS UN PAÍS EJEMPLO PARA NADIE

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El planteamiento que hoy traemos a su consideración no es nuevo. Al contrario, viene de lejos y casi siempre con la misma argumentación, por lo que seguro que lo conocen y nos permite llegar a consenso casi desde el principio. Se trata de la situación de desamparo en la que viven miles de familias en nuestro país y que tanto daño les está produciendo. Hambre, escasez máxima de dinero, embargos bancarios, enfermedades ligadas a las penurias económicas que padecen, especialmente entre los niños, perspectivas inexistentes… Es decir, situaciones que conocemos más que de sobra y que, de hecho, nos obligan a participar al menos en paliarlas, que no otra cosa podemos hacer que no sea eso: echar una mano en lo que nos podamos permitir. Y eso es algo que hemos hecho siempre y que seguro seguiremos haciendo mientras podamos.

Sin embargo, ¿por qué tenemos que ser nosotros los que debamos asumir el mal momento que atraviesan estas familias? ¿Por qué se ven obligadas a pedir limosna para sobrevivir en tiempos tan difíciles? En principio, como ya hemos dicho, lo de menos es que participemos activamente en dotar a cuantas más personas mejor de alimentos y otros elementos imprescindibles en casa; lo que de verdad nos interesa es conocer lo que hacen los que han roto todos los platos que teníamos y que nosotros estamos pagando a precio de oro. Como hemos tenido oportunidad de decir en otras ocasiones, las personas que ahora sufren indefensión por la falta de oportunidades para encontrar un trabajo que les permita vivir con algo de dignidad, que nosotros sepamos, su mayor error consistió en creer que los tiempos de bonanza que vivimos hace solo unos años se mantendrían de por vida. Por eso adquirieron una vivienda, un coche y algún que otro capricho que pudieron evitar, pero en ningún caso lo hicieron solos, porque recordemos que los bancos, esos mismos que ahora les cierran el paso a cualquier opción y les amargan la vida reclamándoles el dinero de los plazos hipotecarios adeudados a cualquier hora del día y de la noche, no hace tanto que se los metían en el bolsillo casi sin firmar.

Por todo esto, los que gritan justicia y denuncian a las personas que en su momento tuvieron la potestad de parar la máquina de hacer dinero que fue nuestro país entre el año 2003 y la mitad del 2007, piden responsabilidades convencidos de que no deben ni pueden irse de rositas cuanto tanto mal han acumulado. Precisamente por esto, cuando observamos cómo trata la vida a estos ejecutivos, que asumen cargos de gran responsabilidad con sueldos de ensueño, que nadie les reclama sus errores y que pasean por donde les viene en gana con toda comodidad, sospechar que algo va mal en nuestro país es lo menos que se puede deducir ante tanta injusticia. Y me digan nada del papel que juega la Justicia en este asunto, que más bien parece que ni sabe ni quiere saber. Es más, en el momento en el que algún juez decide intervenir en la vida profesional de alguno de estos mangantes de guante blanco, no tardan en salir escaldados, y no hace falta que demos nombres porque de sobra son conocidos algunos de ellos.


Dicho esto: ¿para qué sirven unas instituciones que nos cuestan miles de millones? ¿Para qué los ministerios gubernamentales que tienen que ver con la vivienda, el bienestar social, con la sanidad y la educación, por ejemplo, si lo único que les vemos hacer es echar gente a la calle, permitir que las personas no perciban el servicio médico que merecen, que la educación la puedan recibir solo unos pocos y que hayan sido millones los que lo han perdido todo debido a sus políticas sociales? ¿Cómo se entiende que quien está obligado por cargo y sueldo a mejorarnos la vida, a lo único que se dedica es a todo lo contrario? Entonces, ¿para qué los queremos si es evidente que no nos sirven para nada?