Es
cierto que ocurre todos los años y siempre también coincidiendo con
la llegada de las bajas temperaturas, pero no es aceptable que
tengamos que lamentar la pérdida de vidas humanas y siempre por la
misma causa: el incendio de la vivienda. Y nos resulta tan entraño
como inaceptable por la sencilla razón de que se trata, entendemos,
de falta de información, porque de otra forma no se entiende que
estos acontecimientos se produzcan. Es verdad que sobre todo las
personas mayores reciben información por parte de ayuntamientos y
asociaciones sobre cómo evitar las circunstancias que influyen o que
son determinantes en los incendios domésticos y casi siempre por las
mismas causas, es decir, braseros y cigarrillos mal apagados, pero la
realidad es la que es y ahí están los datos para confirmarlo. El
año pasado la estadística fue terrible, con nada menos que treinta
y dos viviendas consumidas por el fuego y diecisiete personas
fallecidas por la misma causa. Excepto dos de éstas que eran
menores, el resto fueron jubilados que vivían solos.
En lo
que va de año, siete han sido las víctimas, cifra que debería
servir de alerta máxima si tenemos en cuenta que al invierno le
quedan meses de temperaturas bajas que exigirá de los usuarios de
este tipo de elementos un cuidado especial para erradicar cualquier
posibilidad de que se produzca un incendio. ¿Información,
seguimiento, controles familiares o de los servicios sociales…?
Dará igual la decisión que tomen los responsables finales de este
asunto, si es que realmente podemos responsabilizar a alguien de que
se incendie una vivienda que no sean los familiares más directos,
pero lo evidente y lo que nos debe importar es que se haga algo, que
se tomen medidas, que no dejemos bajo la estricta responsabilidad de
estas personas, muchas de ellas con problemas de salud y de memoria,
situación tan peligrosa como concreta. Ni sabemos el cómo ni a
quién, pero sí que la situación es muy peligrosa por el hecho de
que el frío sigue apretando y el uso de braseros eléctricos para
paliarlo demandan o necesitan de seguimientos y cuidados concretos
para evitar incendios de consecuencias imprevisibles, y que no
siempre acaban con la vida de personas, sino con el propio edificio,
como hemos tenido oportunidad de ver a través de imágenes
televisivas. Hay que contar también con los braseros de leña, cisco
o carbón, que los encontramos sobre todo en las viviendas de los
pueblos y que generan tanto o más calor que los eléctricos. Éstos
son lo mismo de peligrosos que los otros y debemos añadirle la
posibilidad real de que las personas que disfruten de su calor
también resulten intoxicados porque entre la candela encontremos un
tizón, por sí mismo capaz de asfixiar a los que respiran su aire.
Formando
parte también de los accidentes domésticos más presentes en
tiempos de frío, sepan que este mismo fin de semana han fallecido
dos jóvenes que pasaban la noche en una vivienda aislada en el campo
y que se calentaban con una estufa de butano de mala combustión. En
cuanto al hecho de que no sean pocos los que deciden encerrarse en un
garaje y ponen en marcha el coche para calentarse en el interior,
estamos en las mismas, puesto que el monóxido de carbono que emite
el combustible al quemarse acaba también con sus vidas. Estamos por
tanto ante situaciones de riesgo reales que necesitan de información
para evitarlas. De las decisiones que deban tomar los responsables de
compartir estas clases prácticas con quienes se saben indefensos
ante ellas porque confían en sus posibilidades, sinceramente tenemos
poca idea, pero sí que no deben quedarse en intentos de realización
y sí llevarlas a cabo varias veces antes, durante y después del
otoño-invierno. Y decimos esto porque sabemos que entre nosotros es
normal ver cómo el cuerpo de bomberos y la policía local de nuestra
ciudad lo hacen, entre otros, en el hogar del jubilado y en
asociaciones que demandan estas clases prácticas. Por eso se debe
insistir. Y a la estadística nos remitimos.