Como
ya han comprobado, la normalidad impone sus normas. Después de días
de vinos y rosas, de compras y de regalos, de parabienes y mejores
deseos, hoy hemos vuelto a ser los de siempre. Se impone por tanto
volver al día a día con las mismas ganas y objetividad con la que
nos fuimos, entre otras cosas porque nada ha cambiado tanto como para
obligarnos a reconducir la percepción que tenemos sobre lo que nos
diferencia de los demás como comunidad.
Lo que ocurre es que venimos
de unos días realmente agradecidos, en los que damos y recibimos lo
mejor de nosotros mismos y también del que tenemos enfrente, ya sea
familiar directo, compañero de trabajo o simplemente conocido. Estas
fiestas realizan en todos, o casi todos, una especie de mutación
circunstancial que nos eleva a estrados más próximos a la
generosidad y solidaridad que en otros momentos, que no otra cosa es
lo que nos ocurre hoy, ya que venimos de vivir unas jornadas
familiares que nos han hecho mucho hecho bien y nos han permitido
reencontrarnos con nuestro yo más humano.
Pero
la vida sigue y además lo hace con más fuerza que hace solo unas
semanas, quizás porque las necesidades sociales hayan aumentado o
porque la perspectiva con la que observamos la situación general del
país y la nuestra sea objetiva y claramente diferente, la realidad
es que casi todo sigue igual. Es decir, que se mantienen los mismos
problemas de siempre y que solo la cada vez más próxima
convocatoria de elecciones permite deducir que algunos de ellos
pueden que mejoren o que desaparezcan. Sin embargo, teniendo en
cuenta la situación económica de las instituciones que nos sirven
de referencia y apoyo, mucho tiene de cambiar el panorama para que la
ciudadanía perciba claramente las mejoras que le ayuden a entender
que los gestores finalmente solo persiguen aumentar nuestro nivel de
vida.
La
situación en la que nos encontramos es que tenemos todo un año por
delante para mejorarnos la vida y que perderíamos una gran
oportunidad si no nos dedicáramos en cuerpo y alma a solventar lo
que nos preocupa o nos hace daño. Sabemos que el tiempo es un aliado
perfecto cuando de lo que se trata es de poner en orden lo que nos
agobia o nos tiene sometidos al ostracismo. La falta de trabajo, sin
ir más lejos, mantiene a millones de personas en un estado de
marginación permanente que se agrava si el damnificado, además, es
padre de familia, ya que tiene que vérselas con una problemática
mucho más exigente. No obstante, si sabemos aprovechar el
significativo cambio que se percibe en las estadísticas de empleo,
es posible que nos abra puertas que hasta este momento ni siquiera
habíamos tenido en cuenta. Las posibilidades existen y lo único que
demandan de nosotros es que creamos en ellas y que las busquemos por
tierra, mar y aire si hiciera falta, asumiendo de una vez que lo de
nacer, estudiar, casarse, tener hijos, trabajar y morir en el mismo
pueblo o ciudad es cada vez más complejo, si no imposible. Lo del
espíritu aventurero del que tanto se habla entre la clase política
y que aseguran los técnicos que forma parte inseparable del ser
humano, es ahora cuando la podemos hacer realidad. Todo es cosa de
probar, valorar y decidir lo mejor para nosotros y los nuestros.
Lo
dicho: todo un año por delante para reconducir lo que no nos hace
felices. Todo un año para reclamar lo que es nuestro. A partir de
ahora, con las elecciones al Parlamento Europeo a solo unos meses
vistas, será cuando podremos empezar a mostrar cuáles serán
nuestras intenciones con respecto a las personas a las que, con
nuestro voto, les proporcionamos trabajo. Ellas o ellos, mientras,
hacen todo lo contrario.